La fuga amorosa de Fra Filippo Lippi



(Lucrezia retratada como Virgen María por Filippo Lippi | Crédito: Wikipedia).

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Los escándalos de cama y los escarceos amorosos han sido habituales entre los miembros del clero a lo largo de la historia, y ni siquiera los más altos prelados —cardenales y Papas incluidos— han escapado a las tentaciones de la carne.

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Sin embargo, pocos de estos episodios han tenido la trascendencia que tuvo para la historia del arte el protagonizado por Fra Filippo Lippi —el célebre pintor renacentista— y su amada Lucrezia Buti, monja en el convento de Santa Margarita di Prato, muy cerca de Florencia.

A mediados del siglo XV, en 1456 concretamente, el fraile y pintor —que a sus 50 años gozaba ya de una merecida fama como donjuán debido a sus continuos coqueteos con el sexo opuesto— ejercía como capellán en el citado convento, donde además estaba pintando una obra para el altar mayor.

Un día, mientras trabajaba en la pintura, sus ojos se clavaron en los de la joven Lucrezia, de apenas 20 años, y el flechazo fue inmediato. Arrebatado por la pasión, el artista logró convencer a la Madre Superiora de que la hermosa monja posara para él y le sirviera de modelo en la pintura que estaba realizando.

A partir de ese momento aquel amor prohibido fue creciendo entre el fraile pintor y la joven religiosa, de modo que idearon un plan de huida que les permitiera vivir su pasión en libertad.




(Autorretrato de Filippo Lippi | Crédito: Wikipedia).

Aprovechando la multitud que se congregaba con motivo de la festividad de la Santa Cinta, único día en el que se permitía a las monjas salir del convento para ver la reliquia de la Virgen que se veneraba en Prato, los dos amantes lograron escapar y refugiarse en Florencia.

Fra Filippo y Lucrezia no fueron los únicos en huir. También lo hizo Spinetta Buti, hermana de la anterior, y poco después otras tres monjas que también tenían relaciones con otros hombres. Una fuga en toda regla que provocó un gran escándalo en la época, y que se prolongó durante dos años, hasta que la Madre Superiora consiguió traer de vuelta a las fugitivas.

Para entonces Lucrezia ya había dado a luz a Filippino, quien años después se convertiría en otro gran pintor como su padre. Tanto ella como su hermana y las otras tres mujeres fueron obligadas a cumplir un año como si fueran novicias, y más tarde investidas de nuevo como monjas, aunque en realidad ya habían pasado por aquella ceremonia años atrás.

Sin embargo, aquel intento de la superiora por corregir el "desliz" cometido por las jóvenes no tuvo mucho éxito. Apenas un año más tarde de la ceremonia, las "dos veces monjas" lograron escapar y reunirse con sus amados.

Gracias a los documentos conservados, se sabe que tanto Lucrezia como su hermana Spinetta se establecieron en casa de Fra

Filippo Lippi. Su unión, pecaminosa a ojos de la Iglesia, quedó resuelta gracias a la intercesión del poderosísimo Cosme de Medici —amigo del pintor—, quien logró que el Papa consintiera la unión de los amantes, aunque ambos perdieron los votos, y Filippo la renta que iba unida a su cargo eclesiástico.

Gracias a la ayuda del Medici la pareja pudo seguir su vida. Filippo Lippi continuó pintando y recibiendo encargos, y su amada y hermosa Lucrezia sirvió de modelo en no pocos de ellos. El primero fue esa tabla de la Virgen de la Cinta de Prato que sirvió como excusa para conocerse, y en la que la joven aparece retratada como Santa Margarita.

Otras pinturas, como 'Virgen con niño y dos ángeles', o 'El banquete de Herodes', tuvieron también a la joven Lucrezia como protagonista, y hoy constituyen un testimonio indudable de la hermosura que la mujer que conquistó el corazón del artista.

La historia de Lucrezia y Filippo tuvo un final feliz, y fruto de aquella unión nacieron Filippino Lippi —futuro pintor— y su hermana Alessandra. Por desgracia, muchos otros en su situación no tuvieron tanta suerte.

En aquella época y durante varios siglos, era habitual que los huérfanos —como era el caso de Filippo y Lucrezia— o los hijos más pequeños de las familias fueran entregados a las autoridades eclesiásticas, de modo que año tras año un "ejército" de niños ingresaba en conventos y monasterios en contra de su voluntad.

Un "reclutamiento" forzoso de niños sin vocación que provocaba a menudo situaciones como la vivida por nuestros protagonistas, aunque no siempre con finales tan felices.
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