Excesos administrativos en gobierno de Horacio
(Horacio Vásquez, militar y político, Presidente de la República durante 1902-1903 y 1924 1930)
Su debilidad en el control de las finanzas públicas hizo que sus méritos desaparecieran
La honradez y decencia de Horacio Vásquez fueron cualidades incuestionables que nunca fueron puestas en duda. Lo mismo puede decirse de su agresividad política y del sentimiento de aprecio y admiración que le dispensaron sus seguidores más probos.
Esa identidad era de tal magnitud que llegaron a comparar al caudillo con “la virgen de La Altagracia, con chiva”, y en una jornada electoral otros áulicos llegaron a exclamar: “Horacio, o que entre el mar”.
Sin embargo, su debilidad en el control de las finanzas públicas hizo que estos méritos desaparecieran como por arte de magia.
Desde el inicio mismo de su gobierno, en 1924, la extravagancia en el manejo de los recursos estatales cambió el sentir de la militancia más pura del Partido Nacional, de Vásquez, y el Progresista, del vicepresidente, don Federico Velázquez.
Los lambiscones del Presidente fueron los mismos que con su cuestionable conducta pública y privada, adoptaron todas las maniobras posibles para mantener a Velázquez fuera de las decisiones presidenciales, porque temían a la oposición firme y decidida de éste al despilfarro de los bienes del Estado.
La inmoralidad de muchos altos funcionarios dio paso a la corrupción y al peculado, constituyéndose esos flagelos en una práctica común, que inquietó a los representantes del gobierno norteamericano, que permanecieron en el país luego de concluidos los acuerdos de la convención de 1907.
Los contralores norteamericanos estimaron que todo el funcionario horacista que tuvo la oportunidad “metió” las manos en el pastel, menos el Presidente de la República.
Horacio Vásquez no desplegó la energía necesaria, el carácter necesario del administrador idóneo para evitar que sus subalternos robaran.
Los tradicionales oportunistas de la política, la llamada “polilla palaciega”, abrumaban a los legisladores en el Congreso con proyectos de cuestionados propósitos, para la construcción de caminos, carreteras, edificios, parques, acueductos, etc., donde alcanzar la oportunidad de llevar dinero a sus bolsillos.
Poco preocupaba a los legisladores y a los traficantes de influencia si las obras iniciadas llegaban a su feliz término y si las cubicaciones estaban acordes con los procedimientos técnicos. Lo que más importaba eran las partidas reservadas por su “valioso” aporte al desarrollo de la nación.
Afortunadamente muchos de los proyectos convertidos en ley, que envolvían millonarias erogaciones fuera del Presupuesto Nacional y que no tenían urgencia, nunca se llegaron a realizar, gracias a la rápida intervención del vicepresidente Velázquez. Entre estos proyectos se citan la construcción de un teatro nacional, a un costo de 300 mil pesos y un nuevo edificio para la universidad estatal, por valor de 200 mil.
En ambos casos los legisladores no se molestaron en hacer estudios a conciencia de las proyecciones y alcances de esas obras ni la fuente de donde habrían de provenir los fondos para financiar las mismas.
Según la Gaceta Oficial del año 1926, página 353, los legisladores aprobaron otros proyectos por un monto de $3,667.524, con la asignación de fondos fuera de la Ley de Presupuesto.
La falta de normas efectivas y sensatas, hijas de sanos principios de economía, condujo al gobierno de Horacio por caminos pecaminosos.
De la asignación de RD$2,300,000 de un empréstito del gobierno de Estados Unidos para los trabajos portuarios, RD$380,000 fueron desviados sin el consentimiento del prestamista.
Esta y otras irregularidades con el mismo empréstito fueron descubiertas por el ministro de Hacienda, señor Martín Moya, y la responsabilidad de las mismas fue cargada al ministro de Obras Públicas, el licenciado Andrés Pastoriza, a quien se le concedió una licencia, y la dirección del Ministerio la asumió de manera provisional el secretario Moya.
El Ejército Nacional, dirigido por el general Rafael Leónidas Trujillo, y Obras Públicas, fueron las dos dependencias donde con más descaro y extendida impunidad se practicó el robo y el despilfarro de los dineros del pueblo.
Algunos historiadores consideran que si Horacio no hubiese marginado a su vicepresidente, hombre probo y transparente, la corrupción y el latrocinio no se habían extendido en la forma como creció en su gobierno.
La eficiencia administrativa, responsabilidad, honradez y espíritu de servicio eran virtudes que en don Federico Velázquez abundaban, tanto como para hacerlo indeseable en el entorno de los colaboradores del Presidente de la República.
Si Horacio hubiese tenido la visión y la inteligencia que un verdadero estadista debe poseer, hubiese rechazado los consejos interesados, las intrigas y ambiciones de las “polillas palaciegas”, que veían en el vicepresidente Velázquez un tenaz opositor a los actos de corrupción y al despilfarro de las finanzas públicas.
Su debilidad en el control de las finanzas públicas hizo que sus méritos desaparecieran
La honradez y decencia de Horacio Vásquez fueron cualidades incuestionables que nunca fueron puestas en duda. Lo mismo puede decirse de su agresividad política y del sentimiento de aprecio y admiración que le dispensaron sus seguidores más probos.
Esa identidad era de tal magnitud que llegaron a comparar al caudillo con “la virgen de La Altagracia, con chiva”, y en una jornada electoral otros áulicos llegaron a exclamar: “Horacio, o que entre el mar”.
Sin embargo, su debilidad en el control de las finanzas públicas hizo que estos méritos desaparecieran como por arte de magia.
Desde el inicio mismo de su gobierno, en 1924, la extravagancia en el manejo de los recursos estatales cambió el sentir de la militancia más pura del Partido Nacional, de Vásquez, y el Progresista, del vicepresidente, don Federico Velázquez.
Los lambiscones del Presidente fueron los mismos que con su cuestionable conducta pública y privada, adoptaron todas las maniobras posibles para mantener a Velázquez fuera de las decisiones presidenciales, porque temían a la oposición firme y decidida de éste al despilfarro de los bienes del Estado.
La inmoralidad de muchos altos funcionarios dio paso a la corrupción y al peculado, constituyéndose esos flagelos en una práctica común, que inquietó a los representantes del gobierno norteamericano, que permanecieron en el país luego de concluidos los acuerdos de la convención de 1907.
Los contralores norteamericanos estimaron que todo el funcionario horacista que tuvo la oportunidad “metió” las manos en el pastel, menos el Presidente de la República.
Horacio Vásquez no desplegó la energía necesaria, el carácter necesario del administrador idóneo para evitar que sus subalternos robaran.
Los tradicionales oportunistas de la política, la llamada “polilla palaciega”, abrumaban a los legisladores en el Congreso con proyectos de cuestionados propósitos, para la construcción de caminos, carreteras, edificios, parques, acueductos, etc., donde alcanzar la oportunidad de llevar dinero a sus bolsillos.
Poco preocupaba a los legisladores y a los traficantes de influencia si las obras iniciadas llegaban a su feliz término y si las cubicaciones estaban acordes con los procedimientos técnicos. Lo que más importaba eran las partidas reservadas por su “valioso” aporte al desarrollo de la nación.
Afortunadamente muchos de los proyectos convertidos en ley, que envolvían millonarias erogaciones fuera del Presupuesto Nacional y que no tenían urgencia, nunca se llegaron a realizar, gracias a la rápida intervención del vicepresidente Velázquez. Entre estos proyectos se citan la construcción de un teatro nacional, a un costo de 300 mil pesos y un nuevo edificio para la universidad estatal, por valor de 200 mil.
En ambos casos los legisladores no se molestaron en hacer estudios a conciencia de las proyecciones y alcances de esas obras ni la fuente de donde habrían de provenir los fondos para financiar las mismas.
Según la Gaceta Oficial del año 1926, página 353, los legisladores aprobaron otros proyectos por un monto de $3,667.524, con la asignación de fondos fuera de la Ley de Presupuesto.
La falta de normas efectivas y sensatas, hijas de sanos principios de economía, condujo al gobierno de Horacio por caminos pecaminosos.
De la asignación de RD$2,300,000 de un empréstito del gobierno de Estados Unidos para los trabajos portuarios, RD$380,000 fueron desviados sin el consentimiento del prestamista.
Esta y otras irregularidades con el mismo empréstito fueron descubiertas por el ministro de Hacienda, señor Martín Moya, y la responsabilidad de las mismas fue cargada al ministro de Obras Públicas, el licenciado Andrés Pastoriza, a quien se le concedió una licencia, y la dirección del Ministerio la asumió de manera provisional el secretario Moya.
El Ejército Nacional, dirigido por el general Rafael Leónidas Trujillo, y Obras Públicas, fueron las dos dependencias donde con más descaro y extendida impunidad se practicó el robo y el despilfarro de los dineros del pueblo.
Algunos historiadores consideran que si Horacio no hubiese marginado a su vicepresidente, hombre probo y transparente, la corrupción y el latrocinio no se habían extendido en la forma como creció en su gobierno.
La eficiencia administrativa, responsabilidad, honradez y espíritu de servicio eran virtudes que en don Federico Velázquez abundaban, tanto como para hacerlo indeseable en el entorno de los colaboradores del Presidente de la República.
Si Horacio hubiese tenido la visión y la inteligencia que un verdadero estadista debe poseer, hubiese rechazado los consejos interesados, las intrigas y ambiciones de las “polillas palaciegas”, que veían en el vicepresidente Velázquez un tenaz opositor a los actos de corrupción y al despilfarro de las finanzas públicas.