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Por: Lito Santana
Columnista
La discusión fue montada a mediados del 1973 en momentos que el país estaba encendido con discusiones juveniles a propósito del desembarco guerrillero del coronel Caamaño y sus camaradas.
Una ronda tipo gallera tenía en el centro una acalorada discusión entre un joven de la Línea Roja del 14 de Junio y otro del Movimiento Popular Dominicano.
Aunque sus militancias eran clandestinas, lo que era propio de la época, todo el mundo conocía de sus ideales subversivos. Según avanzaba la discusión, más se elevaba el tono. El tema en cuestión era si la decisión del desembarco guerrillero era correcta. Si tenía validez repetir la hazaña de Fidel Castro en Cuba o si los tiempos habían cambiado, de modo que las masas populares tenían que ser protagonistas de su proceso.
Consejo
Ahí fue que apareció un señor desconocido para todo el que escuchaba estos discursos que podían escucharse en todo el entorno del parque Enriquillo, en el mismo corazón del municipio de Tamayo.
“Ustedes me pueden dar una oportunidad”, dijo con voz calmada aquel señor, que con su solicitud provocó un silencio sepulcral. Precisamente ese silencio le hizo comprender que se había ganado el derecho a la palabra. Tras reconocer las virtudes orales de los jóvenes, simplemente les aconsejó: “No por hablar más fuerte se tiene la razón, si hablan calmado y se escuchan el uno al otro quizás no sólo ganan adeptos para sus posiciones, sino que hasta puede aprender el uno del otro”. Terminó sus palabras y como llegó se fue. El silencio se apoderó de todos los presentes y su mensaje fue como una especie de consejo asimilado por todos los actores. Se dice que esa intervención jamás podría ser olvidada por la juventud tamayera presente en ese escenario.
En estos días trato de localizar a este hombre para ver si puede aconsejar a quienes se desgañitan en los medios de comunicación tratando de convencer a la gente, a base de quien hable más fuerte o quien más “sobremodule” las consolas de los estudios de radio y televisión. Dudo que aquel señor se apersone por esas cabinas, pero a lo mejor su sabia enseñanza encuentra en ellos buenos receptores.
Columnista
La discusión fue montada a mediados del 1973 en momentos que el país estaba encendido con discusiones juveniles a propósito del desembarco guerrillero del coronel Caamaño y sus camaradas.
Una ronda tipo gallera tenía en el centro una acalorada discusión entre un joven de la Línea Roja del 14 de Junio y otro del Movimiento Popular Dominicano.
Aunque sus militancias eran clandestinas, lo que era propio de la época, todo el mundo conocía de sus ideales subversivos. Según avanzaba la discusión, más se elevaba el tono. El tema en cuestión era si la decisión del desembarco guerrillero era correcta. Si tenía validez repetir la hazaña de Fidel Castro en Cuba o si los tiempos habían cambiado, de modo que las masas populares tenían que ser protagonistas de su proceso.
Consejo
Ahí fue que apareció un señor desconocido para todo el que escuchaba estos discursos que podían escucharse en todo el entorno del parque Enriquillo, en el mismo corazón del municipio de Tamayo.
“Ustedes me pueden dar una oportunidad”, dijo con voz calmada aquel señor, que con su solicitud provocó un silencio sepulcral. Precisamente ese silencio le hizo comprender que se había ganado el derecho a la palabra. Tras reconocer las virtudes orales de los jóvenes, simplemente les aconsejó: “No por hablar más fuerte se tiene la razón, si hablan calmado y se escuchan el uno al otro quizás no sólo ganan adeptos para sus posiciones, sino que hasta puede aprender el uno del otro”. Terminó sus palabras y como llegó se fue. El silencio se apoderó de todos los presentes y su mensaje fue como una especie de consejo asimilado por todos los actores. Se dice que esa intervención jamás podría ser olvidada por la juventud tamayera presente en ese escenario.
En estos días trato de localizar a este hombre para ver si puede aconsejar a quienes se desgañitan en los medios de comunicación tratando de convencer a la gente, a base de quien hable más fuerte o quien más “sobremodule” las consolas de los estudios de radio y televisión. Dudo que aquel señor se apersone por esas cabinas, pero a lo mejor su sabia enseñanza encuentra en ellos buenos receptores.