Máximo y yo, el juez, el guardia y el fusil: (I Parte)‏


Por motivos universitarios en 1986 hice mi traslado político desde el Circulo de estudios matriz de Cabral (aún no había comité de base y ese CE funcionaba como la dirección en casa del compañero Bimbo) al Comité Intermedio Juan Núñez Mieses de Villa Consuelo, pero en cada vacaciones o fin de semana largo viajaba a integrarme a los trabajos del partido en Cabral, Salinas y Polo.


Ya en ese año de 1989 el PLD se perfilaba con posibilidades de ganar las elecciones del año siguiente y los reformistas nos miraban con malas ganas. Ese día subimos temprano a Polo, me tocó hacer de profesor sustituto de Máximo Féliz García en la escuela del Fondo, ya que Máximo estaba sembrando habichuelas en el solar del Fondo de Niní y no podía dejar los alumnos solos.

A la una de la tarde, subimos en el Honda '70 rojo a La Q para comer donde mi tía Eudys. Recuerdo esa última comida que ella preparó antes de caer enferma en 1989 y morir pocos meses después en 1990. La comida fue moro de habichuela roja con bacalao mezclado con papas. Al terminar de comer, Máximo y yo retornábamos al Fondo, pero en el centro de La Q nos detuvo el juez Rafael Féliz a punta de pistolas reforzado por tres policías más. Nos hicieron desmontar de la motocicleta y nos revisaron, pero yo solo tenía un borrador y la tiza de escribir en la pizarra y Máximo solo cargaba las llaves del motor encima. Nos condujeron al destacamento cercano y ahí nos cayó la noche.

Nos acostamos sobre dos cartones en el piso y al despertar de madrugada no veo a Máximo junto a mí. Me puse a vociferar para que me dijeran dónde estaba Máximo, ya que tenía miedo de que algo malo le pudiera pasar, pero un guardia me tranquilizó al decirme que mi compañero estaba bien que solo fue a tomarse unas pastillas de los nervios; y ahí mismo vi entrar de nuevo a Máximo.

Al amanecer, el cuartel se convirtió en hormiguero humano; mi papá Toño Ferreras, Pedro Ferreras, Virginio Feliz, Manuel Santana y Negro Damaso estuvieron desde temprano diligenciando nuestra libertad, pero los planes del juez eran mandarnos presos a Barahona.

Antes de darnos salida, llegó el juez Rafael Feliz junto al entonces alcalde de Polo, Luis Heredia, y como si tuviera ganas de darme una bofetada el alcalde dijo: ''A este (refiriéndose a Máximo) yo no le tengo miedo porque no mata ni una mosca, pero a ése (señalándome a mi) hay que tenerle cuidado porque ese es hijo de un juanbochista-comunista''.

Entonces yo les pregunté: ¿Y cuál es el delito o el crimen que nosotros hemos cometido?, y el juez me respondió: ''Ustedes vinieron a Polo a poner una bomba para matarme y sonsacar gente para inscribirlos en el PLD, y aquí mando yo''. Y riposté: ''Pues entonces firme esa acusación que yo lo voy a demandar en los tribunales por difamación e injuria''. Pero el magistrado muy agresivo me dijo: ''Aquí yo soy el juez y ustedes van pa' la chirola y sin fianza''.

Nos mandaron a Cabral esposados sobre unos sacos de café mojados y al llegar a la vieja fábrica de Cabral, en la curva de El Guayuyo, nos desmontaron y nos hicieron caminar esposados ese largo trayecto de un kilómetro hasta la esquina caliente. Luego nos subieron a la camioneta de Nivín con el guardia al lado y al llegar a Barahona nos encerraron en una celda llena de ''todo tipo de gente''. Al otro día nos llevaron al palacio de justicia para conocer nuestro caso.

Ya en el despacho de la magistrada fiscal, Máximo y yo seguíamos amarrados uno al otro y cuando el compañero Negro Damaso le solicitó que nos quitaran las esposas, el guardia que había bajado desde Polo con instrucciones del juez, se negó a desamarrarnos alegando que éramos dos terroristas muy peligrosos.

El cuartito de oficina estaba atestado de gente querida; abogados encabezados por Bolívar D' Oleo, Julio Gómez, dirigentes peledeistas de la provincia, mis padres, Doña Dolores (madre de Máximo), sus hermanos y todos tuvimos que lanzarnos al suelo cuando el guardia intentó rastrillar su fusil y Negro Damaso se abalanzó sobre él, y luego de un fuerte forcejeo entre los dos, el compañero Negro logró dominarlo.

Ese fue el instante más peligroso de toda mi vida, vi a mi mamá y a la mamá de Máximo rodar sobre el suelo buscando esconderse por si se producían disparos, pero gracias a Dios y al coraje personal de Negro Damaso ese día se evitó un baño de sangre que nos enlentecería a todos…. CONTINUARÁ.

En memoria póstuma a Negro Damaso, quien falleciera el pasado 16 de febrero

Por Marcos Ferreras
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