BARAHONA, OLVIDO Y CRIMINALIDAD QUE ASUSTA
(Foto: calle Luis Delmonte, bajando hacia el muelle de Barahona)
Por Tony Piña
Barahona es una ciudad que todo el que la conoció años atrás se conmovería si la ve actualmente. Jaime Shanlate debería llevarse las manos a la cabeza si a sus ojos asoma la ciudad que fue su inspiración para componer la canción que llenó de orgullo a todos los barahoneros y que hermosamente grabó Fernandito Villalona con ‘Los Hijos del Rey y cuyas letras aún resuenan con tan precioso estriillo’: “Barahona, por tu lindo Bahoruco pasó Anacaona, reina de la isla…”.
Todo ese legado forma parte de su historia, como de su historia es la añoranza de aquel Birán que inspiró a cantores y poetas, y que hoy es una cañada inmunda.
Por Tony Piña
Barahona es una ciudad que todo el que la conoció años atrás se conmovería si la ve actualmente. Jaime Shanlate debería llevarse las manos a la cabeza si a sus ojos asoma la ciudad que fue su inspiración para componer la canción que llenó de orgullo a todos los barahoneros y que hermosamente grabó Fernandito Villalona con ‘Los Hijos del Rey y cuyas letras aún resuenan con tan precioso estriillo’: “Barahona, por tu lindo Bahoruco pasó Anacaona, reina de la isla…”.
Todo ese legado forma parte de su historia, como de su historia es la añoranza de aquel Birán que inspiró a cantores y poetas, y que hoy es una cañada inmunda.
Ese límpido arroyuelo que moría en la bahía es hoy el mejor ejemplo de arrabalización y descuido. Ninguna autoridad se ha atrevido a ir en su auxilio; al contrario, el Birán es la mayor cloaca de una ciudad que languidece todos los días.
Barahona ciertamente está que asusta, y asusta de todas maneras: desempleo, criminalidad, apatía, olvido, delincuencia e imponencia. Sin embargo, todas esas cosas que asustan también embotan los sentidos de quienes las ven y nada dicen; tal vez, justificarán algunos, porque de tanto decirlas, de tanto denunciarlas, tampoco nadie les hace caso. El Parque Central, otrora escenario de paradas musicales y de paseos nocturnos, ahora es un antro de perversión: ‘tecatos’, ‘pitrincheros’, prostitutas, celestinos y delincuentes; y lo peor es que ni a la patrulla mixta (guardias y policías) esas cosas tampoco les inmutan, porque ya les son habituales.
La Policía sabe quiénes son y dónde se esconden los delincuentes, los que atracan colmados, bancas y sustraen motocicletas, y hasta los lugares donde las desarman y las venden por piezas, pero cada vez es mayor el número de robos y atracos. Y no se le ocurra al visitante indagar en la comandancia policial de cómo anda la delincuencia, porque la respuesta segura es que “todo marcha bien, todo está controlado y que es más la bulla de la prensa que los hechos que se denuncian”. Así me dijo un oficial de la Policía y sólo quiso arrepentirse cuando se dio cuenta de que era periodista.
De seguro que hizo instinto de arrepentimiento, pero qué va, luego su mofa se la tragó para sus adentros, porque no hay una cosa que se parezca más a una prostituta que un policía de Barahona. Roban a cada hora, y no aparecen los ladrones. Ponen de mojiganga a las víctimas, yendo y viniendo a poner la querella, y si acaso la reciben no hay manera de que los sospechosos sean aprehendidos.
Así anda este Macondo de nuestros días que una vez sus hombres, mujeres y niños orgullosamente proclamaban la ‘Perla del Sur’, cuando su industria insignia, su ingenio, era el empleador más grande de la región entera. Pararse tan siquiera un instante en el Parque Central para hacer un ejercicio y recordar los lugares donde estaban el bar Amerasia, el Jaime o el Pez Dorado es una osadía, es la más temeraria manera de exponerse a un eventual atraco, tanto de noche como de día. La delincuencia no tiene ni segundo, ni minuto, ni hora, ni día.
Pero nada, nada ocurre cuando hay un atraco en Barahona, a menos que no sea el lamento de la víctima. En el malecón, ni se diga, ese es otro escenario expedito para el robo y el atraco; en ese lugar de bachatas y merengues de calle, como dicen ahora, ahí no se salvan ni los turistas extranjeros; son ellos las víctimas por excelencia.
Años atrás también era un deleite concurrir al malecón de Barahona, observar su espléndida bahía, el puerto, los barcos, la salina, Los Cayos y esas espesas humaredas de la chimenea de un ingenio que molía. Ahora todo eso se ha revertido; Barahona de pronto ha involucionado en todos los sentidos. Ya el obrero es escaso, mientras abunda la delincuencia.
Actualmente Barahona ocupa el primer lugar en el índice de criminalidad de la región Sur: seis de cada diez robos y asaltos se registran en esa ciudad, según datos de la propia Policía Nacional; datos que, sin embargo, no se divulgan, porque el silencio también es crimen en una ciudad criminosa.
Barahona ciertamente está que asusta, y asusta de todas maneras: desempleo, criminalidad, apatía, olvido, delincuencia e imponencia. Sin embargo, todas esas cosas que asustan también embotan los sentidos de quienes las ven y nada dicen; tal vez, justificarán algunos, porque de tanto decirlas, de tanto denunciarlas, tampoco nadie les hace caso. El Parque Central, otrora escenario de paradas musicales y de paseos nocturnos, ahora es un antro de perversión: ‘tecatos’, ‘pitrincheros’, prostitutas, celestinos y delincuentes; y lo peor es que ni a la patrulla mixta (guardias y policías) esas cosas tampoco les inmutan, porque ya les son habituales.
La Policía sabe quiénes son y dónde se esconden los delincuentes, los que atracan colmados, bancas y sustraen motocicletas, y hasta los lugares donde las desarman y las venden por piezas, pero cada vez es mayor el número de robos y atracos. Y no se le ocurra al visitante indagar en la comandancia policial de cómo anda la delincuencia, porque la respuesta segura es que “todo marcha bien, todo está controlado y que es más la bulla de la prensa que los hechos que se denuncian”. Así me dijo un oficial de la Policía y sólo quiso arrepentirse cuando se dio cuenta de que era periodista.
De seguro que hizo instinto de arrepentimiento, pero qué va, luego su mofa se la tragó para sus adentros, porque no hay una cosa que se parezca más a una prostituta que un policía de Barahona. Roban a cada hora, y no aparecen los ladrones. Ponen de mojiganga a las víctimas, yendo y viniendo a poner la querella, y si acaso la reciben no hay manera de que los sospechosos sean aprehendidos.
Así anda este Macondo de nuestros días que una vez sus hombres, mujeres y niños orgullosamente proclamaban la ‘Perla del Sur’, cuando su industria insignia, su ingenio, era el empleador más grande de la región entera. Pararse tan siquiera un instante en el Parque Central para hacer un ejercicio y recordar los lugares donde estaban el bar Amerasia, el Jaime o el Pez Dorado es una osadía, es la más temeraria manera de exponerse a un eventual atraco, tanto de noche como de día. La delincuencia no tiene ni segundo, ni minuto, ni hora, ni día.
Pero nada, nada ocurre cuando hay un atraco en Barahona, a menos que no sea el lamento de la víctima. En el malecón, ni se diga, ese es otro escenario expedito para el robo y el atraco; en ese lugar de bachatas y merengues de calle, como dicen ahora, ahí no se salvan ni los turistas extranjeros; son ellos las víctimas por excelencia.
Años atrás también era un deleite concurrir al malecón de Barahona, observar su espléndida bahía, el puerto, los barcos, la salina, Los Cayos y esas espesas humaredas de la chimenea de un ingenio que molía. Ahora todo eso se ha revertido; Barahona de pronto ha involucionado en todos los sentidos. Ya el obrero es escaso, mientras abunda la delincuencia.
Actualmente Barahona ocupa el primer lugar en el índice de criminalidad de la región Sur: seis de cada diez robos y asaltos se registran en esa ciudad, según datos de la propia Policía Nacional; datos que, sin embargo, no se divulgan, porque el silencio también es crimen en una ciudad criminosa.