¡Traición!
Por: Lito Santana
“¡Me traicionaste, sobrino!”, fueron las últimas palabras que pronunció Yemelí Tibé antes de desplomarse en medio del camino. La desgracia ocurrió en el batey Cuchilla y desde ese entonces no hay un paisano que conozca la historia y pase por el lugar y no la recuerde. Yemelí era el curandero del pueblo. Yensuá era su sobrino.
En su altar el curandero tenía una cajita en la que guardaba la ofrenda que entregaban sus “pacientes” para un “luá” al que visitaba cada 91 días en Haití.
Con frecuencia Yemelí convocaba a su “conruea” para advertirles que nunca debían tomar un centavo de ese lugar, “pues no me hago responsable de ninguna tragedia”.
Cuando decía estas palabras algunos lo miraban con terror, otros lo tomaban a burla, como su sobrino Cade, que venía de la capital con otra forma de pensar. Precisamente fue Cade el primero que robó el dinero del luá para comprar ron.
La desgracia
No bien se dio el último trago del frasco, cuando Cade se desmayó. Su tía Lisana, que era la mujer de Yemelí, buscó al curandero para ver si lo salvaba. Pero todo fue en vano.
Yemelí le explicó que no podía hacer nada, pues Cade había robado el dinero del “luá”. El joven murió. Todos acusaron al curandero.
Una enorme tristeza se apoderó del lugar. Entre sus más cercanos no había forma de contener el dolor. Los pocos radios existentes en el lugar se silenciaron y la mayoría de las pequeñas casitas cerraron sus puertas. El cuadro era desgarrador.
Entre sus familiares se apoderaba la impotencia de no poder hacer nada ni en los momentos de gravedad y mucho menos cuando ya Cade era un cadáver. Los gritos de familiares y amigos llegaban hasta el cielo cuando la oscuridad de la noche le ganó a la luz del día.
Bajo ese influjo fue que Liné, primo de la víctima, preparó un trago de ron para vengar su muerte. Debió esperar seis meses para que los días borraran la tragedia. Fue en un Domingo de Resurrección cuando le brindó el trago envenenado al curandero, su tío político.
No más hizo Yemelí bajar el aguardiente por su garganta, cuando sintió los efectos devastadores del veneno. Fue ahí que pronunció aquel: “¡Me traicionaste, sobrino!”, que todavía retumba en las casuchas del batey Cuchilla.