Carta abierta a un periodista‏

 Por Dinápoles Soto Bello

(Carta difundida a través del semanario Ecos del Valle de la ciudad de Baní, en la década de los años sesenta del siglo XX. Se publica ahora con algunas mejoras de redacción)

Me permitiré hacerle algunas reflexiones generales en torno a la joven intelectualidad banileja, motivadas por la polémica que usted a desencadenado recientemente en las páginas de este semanario. Me impulsa a escribirle el hecho de ser usted parte activa de esa intelectualidad.

La juventud del presente confronta enormes responsabilidades porque viene a ser la vanguardia de  los movimientos revolucionarios y, en el futuro, si las sociedades sufren las mutaciones estructurales necesarias para su desarrollo, las cabezas dirigentes de éste último. Ambos  puntos, el de la precipitación del cambio y el del rectorado del desarrollo, imponen obligaciones ineludibles, las cuales pueden concretarse fundamentalmente en dos:

1) La juventud tiene la obligación social de ser rebelde, decidida, y violenta (*) cuando así lo requieran las circunstancias.

2) La juventud tiene la obligación social de ser justa y proceder con altura moral en las acciones revolucionarias.

Del primer punto se desprende el carácter esencialmente combativo de las juventudes del mundo como condición necesaria del proceso revolucionario, debiéndose manifestar ese carácter en múltiples formas: las guerrillas, el adoctrinamiento secreto, el ataque a los males a través de la prensa, etc.
Pero esa combatividad, a pesar de ser condición necesaria, no es suficiente. Los actos de valentía han de estar guiados por la justicia y sellados con gestos de dignidad política.

En el drama dominicano abundan los valientes, los espíritus temerarios dispuestos siempre a inmolarse. Pero la altura moral de la actuación política, es,  a mi juicio, una virtud sumamente rara, que sólo pocos han poseído, entre los cuales me atrevería a mencionar a Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón, Juan Bosch, Francisco Gregorio Billini, Cayo Báez, Ulises Francisco Espaillat, Cayetano Rodríguez del Prado, entre otros. Los hombres de esta clase, que han luchado con el propósito común de mejorar la vida de los dominicanos, según sistemas y métodos diferentes, y hasta opuestos, han encontrado resistencias enormes y se han visto envueltos en bajas calumnias, han experimentado sucios ataques, y se ha pretendido manchar sus nombres con el lodo arrojado por viles pasiones. Ellos sin embargo, al defenderse, no descendieron nunca al nivel cloacal de sus atacantes, prosiguiendo la marcha, alta la frente, por los zarzales de la política. Esa conducta moral, flor peregrina, es la que deben copiar las jóvenes generaciones.

Convengo, sin embargo, en que ello es difícil, aunque no imposible, dadas las condiciones ambientales en que se vive; a consecuencia, tal vez, del subdesarrollo en que vivimos, que  nos ata con sus numerosos tentáculos, y cuyos efectos se manifiestan de una manera más patente en los pueblos pequeños, en los cuales brotan con facilidad pensamientos estrechos, como decía de las pequeñas habitaciones el novelista ruso Fiodor Dostoiewski.

La corrupción general desencadenada por la tiranía de Trujillo sobre el país (**) alcanzó al pueblo banilejo.  Decapitada aquella, se produjo el lógico desbordamiento de pasiones y el hervidero de ideologías.  Los males morales derivados del régimen tiránico bulleron en los espíritus con burbujeo acelerado, acentuados  vivamente por el torbellino de problemas de todo orden que se precipitaba sobre ellos. La falta da orientación, la limitación del horizonte provinciano, la carencia de medios para canalizar de modo efectivo las inquietudes despiertas, contribuía poderosamente a dejarse absorber por el ambiente reinante, plagado de vicios inveterados y avasallado por monotonías inerciales. Los jóvenes de entonces, o más específicamente, la joven intelectualidad, para evitar naufragar en esas aguas corrompidas, experimenta la imperiosa necesidad de superar el medio, y la realización de tal empresa requería acopios extraordinarios de fuerza de voluntad, propios, me atrevería a  afirmar, de naturalezas heroicas.

Pero lo común es lo otro: la claudicación. Insensiblemente,  el absorbente poder ambiental va asimilando

con aterradora continuidad a los círculos intelectuales, cortando de raíz las esperanzas más espléndidas y reduciendo a distancias infinitesimales el alcance de su visión. Muchos pichones de águila no logran realizar jamás el vuelo raudo más allá de las montañas peravianas. Sus alas pierden ligereza, lastradas por fangos que caen sobre ellas. Ese es el más serio peligro que gravita sobre los jóvenes intelectuales banilejos. La anquilosis los acecha por todos lados, la frustración los acosa, el abismo los llama. Por eso muchas veces caen en los errores que dicen combatir, y me temo que inconscientemente en la mayoría de los casos. Por las calles de nuestra ciudad se los ve desplazarse con el pecho rebosante de entusiasmo, la mente encendida de ideales generosos. ¡Magnífico! ¡Savia nueva que mueve a pensar en promisorios futuros, que hace recitar con líricos arrebatos los versos de la “Salutación del optimista” de Rubén Darío!

Sin embargo, ¡cuántos no caen víctimas de la vileza moral, del pudridero de la intriga,  de la serpiente de la traición, del lodazal de las malas intenciones, de la arrogancia disociadora, de las oscuras  confabulaciones de grupos ambiciosos!
¡La juventud debe precaverse de esos males! ¡La  juventud banileja no debe claudicar ante la vida, según el sabio consejo dado a estudiantes del mundo por el psicólogo español Juan José  Ibor!

¡Que sepa compenetrarse con las masas cuando digan defender su causa! ¡Que deponga ese gesto de altivez  y de desprecio hacia los ignorantes necesitados de luces! ¡Que juzgue con justicia las acciones y la historia de los hombres! ¡Que juzgue con justicia las acciones y la historia de los pueblos! ¡Que comprenda las evoluciones mentales e ideológicas de los hombres y los pueblos, para hacer las enmiendas políticas más acordes con el bien común! ¡Que aprecie como un mérito el cambio de un estado negativo a otro positivo, sin empecinarse en el ataque virulento y destructor de los hombres y los pueblos a causa del primero cuando estos han sufrido positivas mutaciones al segundo!

Generosidad de corazón, amplitud de miras y criterios, altura moral, comprensión fraterna, combatividad valiente y sin desmayos, justicia en las acciones, humildad de espíritu y autenticidad de actitudes, son los componente de la tabla de valores a la que, a mi juicio, la juventud banileja debiera rendir apasionado culto.

En Baní han existido jóvenes, y existen, que se han guiado por esos principios cardinales.  Como un deber de justicia mencionaré a uno de ellos que convive con nosotros y a quien admiro particularmente en el sentido señalado. Ese joven se llama César González Celado.

Jamás ese joven se ha entregado a pasiones infecundas. Jamás ese joven se ha conducido como un poseso de la destrucción. Los labios de ese joven jamás han destilado palabras venenosas. Ha sido ajeno al resentimiento mezquino, y a la ambición devoradora. Su presencia es un hálito de esperanza; su corazón,  un manojo de noblezas.

¿Quién como él ha luchado con igual desinterés por el bienestar del pueblo banilejo? ¿Quién como él se ha desvivido sin alardes ni redobles de tambor por la cultura? ¿Quién por los obreros? ¿Quien por los campesinos? ¿Quién por los estudiantes? ¿Quién?

César González Celado es un ejemplo para la juventud banileja, y con esta afirmación llego al término de mi carta.

Espero que mis palabras, dirigidas a usted, encuentren eco en los jóvenes banilejos, esperanzas del porvenir,  y les dé un poco de luz en el tránsito por los caminos de la vida, tan llenos de peligros y asechanzas.
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(*) A poca distancia de la muerte de Trujillo, imperaba en la mente de la mayoría de los jóvenes la idea de la violencia como método de transformaciones sociopolíticas. Ahora no comulgo con esa idea.

(**) Este juicio me parece ahora excesivo al comparar esa corrupción con la que arropa ahora al pueblo dominicano, más generalizada que aquélla, a mi entender.

FRAGMENTO POÉTICO COMPLEMENTARIO

Si puedes estar firme cuando en tu derredor todo el mundo se ofusca y tacha tu entereza; si cuando todos dudan, fías en tu valor y al mismo tiempo sabes excusar tu flaqueza.

Si puedes esperar, y a tu afán pones brida, o blanco de mentiras esgrimir la verdad, o siendo odiado al odio no dejarle cabida, y ni ensalzas tu juicio, ni ostentas tu bondad.

Si sueñas pero el sueño no se vuelve tu rey, si piensas y el pensar no mengua tus ardores, si el tiempo y el desastre no te imponen su ley y los tratas lo mismo como a dos impostores.(…)

Si puedes mantener en la ruda pelea alerta el pensamiento y el músculo tirante, para emplearlos cuando en ti todo flaquea menos la voluntad que te dice:  ¡adelante! (…) y si puedes llenar los preciosos minutos.
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