Campaña electoral dominicana y Gluteocracia

Juan Tomás Olivero Figuereo

Don Juan Bosch, no concebía ver a Johnny Ventura ejerciendo las funciones de Síndico de la capital y, a la vez, brincando y zapataconeando en una tarima; del viejo Corporán de los Santos, expresaba su admiración como gran empresario, le aconsejaba no meterse en política. “Pues, así como nuestro cuerpo en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros.

Pero teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada” (Romanos 12, 4-6). Tal vez, el título de este artículo parezca no corresponderse con el preámbulo del mismo, o el leed, como suele llamarse en el argot periodístico.

Ahora, don Juan, tenía la visión clara de que a partir de la disciplina y la organización se lograría un método en el que

los carismas o capacidades políticas saldrían a flote en el militante, por lo que las campañas electorales en el P.L.D. eran orientadas de tal manera que habían cosas que se podían hacer y, otras que eran pecados políticos, no se podían hacer: para embadurnar una propiedad privada había que contar con el consentimiento de sus dueños, se respetaba la naturaleza, por lo que no se podía pintar un árbol o clavar un bajante en el mismo y, a nadie se le ocurría hacer campañas de promoción personal, estaba prohibido.

La ley de partido y la reforma a la actual ley electoral, deben no solo garantizar la equidad en los recursos y medios públicos a favor de todos por igual; sino, deben más que todo preservar la esencia de la actividad política y garantizar la existencia de las estructuras o sistema de partidos que son las garantías de una cultura democrática.

Esta ley debe ser la contención de un fenómeno arrabalizante, llamado, movimientos de apoyo, que atenta cada vez más contra la existencia de los partidos. A través de estos mecanismo es que se han desarrollados las relaciones sociales de mercados y se ha instalado de esta manera en los procesos electorales dominicanos el clientelismo o negocios electorales.

La ley electoral en discusión, debe imponer un régimen de garantías en la que solo se promocionen en campañas los partidos y sus candidatos, no así, a los proventos electorales y sus dueños. El genio político dominicano ha hecho de los movimientos electorales la mejor técnica de mercadeo electoral, en la que el transfuguismo y clientelismo son el producto mejor cotizado de estos proventos o negocios electorales.

El adecentamiento político obliga a sacar el recurso sucio en el que unas nalgas seductoramente bien vestidas, a ritmo de piquetes y caderas erótica y sincrónicamente quebradas, con los símbolos partidarios estratégicamente ubicados en las aéreas más codiciadas por el macho, sustituyan la ideología, el compromiso, los programas de gobiernos y el ideal de patria.

En México, en el debate electoral, unas tetas y su escote, casi crean una crisis electoral y un escándalo político sin precedente. Pues, mire, aquí una avalancha de glúteos encima de una patana, una tarima o un escenario, lo que generan es competencias por exhibir el mejor trasero partidario de la campaña electoral. Si el zapataconeo de Johnny Ventura horrorizaba a Don Juan, este espectáculo de erotismo electoral, lo sumergirían en un coma profundo, del que desearía no regresar nunca.

En su libro Viaje a los Antípodas, don Juan, destaca la disciplina del pueblo chino que le permitió alcanzar desde las escuelas y los cuarteles, antes de lo previsto, las metas trazadas por la revolución cultural, al señalar: “Se equivocan los que piensan que se trata de imponer a un pueblo la imagen de un hombre. Es lo contrario. Se trata de hacer un pueblo enorme consciente del poder incontrastable que tiene en sí mismo para crear un tipo nuevo de sociedad”.

Según el texto, don Juan expresa como Mao Tse-Tung convenció a los chinos de que su condición de jefe de la revolución, no era lo trascendente, sino, les hizo entender que eran libres en sí mismo, en el sentido más profundo y cabal de la palabra.

Esta furia desbordada en gastos, caravaneos, competencias de nalgas, ofensas groseras sin debates ni contenidos políticos, en nada son la escatología de esperanza, para un cambio seguro y, mucho menos de un gobierno, pero, para todos. Más bien, nuestras jornadas electorales son un contrasentido del verdadero carácter de la democracia y se han convertido en la Sodoma y Gomorra del sistema de partidos dominicanos y enzima social de su desnaturalización e irremediable destrucción.
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