Las dos caras del querer

Por: AGUSTÍN PEROZO BARINAS.

El amor de pareja, manantial inagotable de pasiones inconfesables, ilusiones delirantes, conmovedores desvelos y de vibrantes inspiraciones de creaciones artísticas, también es la misma puerta al infierno de Dante cuando no se comprende correctamente y se somete éste a la cordura.

Es la suma de muchas otras emociones, desde las sublimes promesas de los enamorados hasta las ardorosas uniones carnales, que se enreda en cada pareja de modo peculiar. Puede apoderarse como un dios perverso de las mentes y voluntades de las personas llevándolos al borde de la locura y del crimen en su más vil manifestación. Muchos amantes en ruta al tormentoso camino del desamor no aprovechan la cierta sentencia de que: “el tiempo benéfico al pasar, va poniendo morfina en cada herida, y opio en el corazón para olvidar.”

Este sentimiento también resulta de, y responde a, estímulos físicos muy relacionados con la producción de hormonas que alteran el estado anímico de las personas. Es la naturaleza cumpliendo sus propias reglas para preservar la especie. Engatusa para envolver a todas las parejas hacia el embarazo. Sin controles lo hacemos activamente. Luego comienzan las responsabilidades de los hijos y de un hogar que pueden culminar en un hastío sexo-marital, ya cumplida la tarea natural de procrear.

Una persona con traumas en su formación o con una inclinación genética a la violencia, o ambas fusionadas, es un ente potencial para cometer agresiones contra su pareja o ex pareja si ve que pueda ser “abandonado(a)”. Toda una cultura popular, desde canciones hasta posturas machistas que cultivan el desamor más allá del arte puro y simple, endurecen la dependencia de quien ya no quiere continuar la relación, malogrando toda posibilidad de reflexión racional. Este drama ha ido tan lejos que se escuchan temas populares con frases como: “Mata a esa perra.” o “Pégasela al pendejo.”.

En medio de estos contextos nacen los celos, o se agravan. El sentido de posesión y la ley de la costumbre se imponen en las mentes. Surge la ofensa, el maltrato, la agresividad verbal y la auto condena: “Eres mía o de nadie más.”, “Tú arruinaste mi vida y yo acabaré con la tuya.”, “Sin ti, mi vida no sirve.”, “Si no te hubiera conocido...” y así muchas otras hirientes expresiones.

Es en ese punto donde debe consultarse un psicólogo o un psiquiatra para evaluación, tratamiento y seguimiento. El desamor visto desde estas perspectivas es una peligrosa condición mental que afortunadamente es tratable y curable. Es un trastorno temporal como la embriaguez pero que no se alimenta del alcohol –aunque éste lo empeora-, sino de emociones incontrolables, presiones e inseguridades.

En nuestro país, el acto de recurrir a un psiquiatra o un psicólogo es sinónimo de demencia lo que es un grave error de percepción general que debemos cambiar con permanentes campañas para concienciar, y se entienda que acudir a ellos no solamente es necesario y responsable, sino que también será bien visto por la sociedad.

En algunas naciones desarrolladas consultar un psiquiatra ‘favorito’ sugiere asumir status porque “de poetas y locos, todos tenemos un poco.” Estos profesionales tienen el conocimiento y las herramientas para determinar a tiempo si la persona muy afectada emocionalmente por el ‘síndrome del desamor’ está a punto de iniciar una cadena de eventos agresivos en contra de su pareja y de sí misma.

El Ministerio de Salud debería tener consultorios de atención psicológica y siquiátrica gratuita en todo el país. Ni los consejeros defensores, ni el Ministerio Público con medidas restrictivas pueden por sí solos prevenir estos actos lamentables que tienen ya visos de desgracia nacional. Un psicólogo o un psiquiatra sí pueden ser la diferencia. Pero hay que hacerlos accesibles a la población e inducirla a que acepte la propuesta.

agustinperozob@yahoo.com
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