Juan Bosch, un escritor y su mundo
Por Pedro Conde Sturla
Articulista
Profesor Juan Bosch y Gaviño.
[Rafael Hilario Medina (1959) ha publicado recientemente un novedoso libro de ensayo titulado “Juan Bosch, un escritor y su mundo”. La obra se suma a su apreciable producción poética, que incluye nueve títulos: “El tiempo del amor” (1986), “Amor o muerte” (1989), “Cifra del sueño” (1993), “Truco de Cámara” (1993), “La luna y el Dromedario” (2000), “Sombra de Alondra” (2002), “Territorio del Alba”(2006), “Pasifae” (2007) y “El Pozo y la Hoguera” (2007). Su bibliografía incluye también una novela: “En nombre de la reina” (1911).
En su libro sobre Bosch destaca el análisis de “Los amos”, uno de los relatos más emblemáticos de este autor. Un análisis lúcido en el que sale a relucir la extrema sensibilidad social de Bosch, sus contradicciones y conflictos con los valores establecidos, los tabúes sociales, la religión, la iglesia, su preocupación por la justicia y la moral y sobre todo por el destino “de los desposeídos de la tierra” que fue siempre un tema, el gran tema de los relatos de este Juan Bosch que hoy parece tan abandonado y olvidado y casi desterrado por quienes fueron una vez “sus discípulos” (PCS)]
Los amos o el conflicto interior
Debajo de la sensibilidad social que Bosch muestra a lo largo de toda su obra de ficción, se percibe el lejano eco de un conflicto interior. Ese conflicto, producto de la tragedia que azota a la sociedad en que le correspondió vivir y crecer, le obliga a plantearse serias y profundas interrogantes. ¿Cuál es el papel de la iglesia? ¿Cuál es la función de la religión? ¿Por qué debemos creer? ¿En qué consiste la función de Dios si es que realmente existe? Y si existe, ¿qué piensa de los desposeídos de la tierra? ¿Creer o no creer? He aquí el eterno dilema en el que estaba enfrascado su espíritu, mientras varios de los personajes de sus cuentos, desde el oscuro fondo de su tragedia, parecen gritar a coro: “Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?”
El primer indicio de ese conflicto interior se manifiesta como un acto de rebeldía y aparece abiertamente en un cuento de su primera etapa, Papá Juan, que, como el lector recordará, formaba parte de los diez y ocho que conformaban Camino Real y que luego fue recogido en Cuentos escritos antes del exilio bajo el título de El abuelo. En el mismo, pone en labios de dicho personaje un relato bastante ilustrativo:
«Me alzó en vilo, me colocó en sus rodillas y empezó su historia:
-Una vez iba Constantino a la guerra y vio en el cielo una cruz de estrellas; debajo había una inscripción: “Con esta cruz vencerás…”
El abuelo reía a medida que hablaba. Yo espiaba sus ojos negros, brillantes. En mi abuelo hablaban más los ojos que la boca. El sol le ponía un brillo tenue en la calva.
-Pero nunca debes creer semejantes tonterías, Juan -decía inesperadamente-.
Los hombres inventan todos esos cuentos para manejar a los demás.
Ya no, no… Me agradaban las historias, pero sin complicaciones.
-¿Has visto alguna vez a Dios? -preguntaba de repente.
Y proseguía:
-Nadie ha visto a Dios. Date cuenta de esto: nadie le ha visto. Además, para que te convenzas, cierta vez…»
Indudablemente, Juan Gaviño, su abuelo materno, en cuya figura está inspirado el cuento, lo mismo que, como veremos más adelante, la del padre, ejercieron una importancia capital en el pensamiento y sensibilidad del futuro escritor. Aquí no sólo se plantea el problema de la función de la religión y, por ende, de la existencia de Dios, «a quien nadie ha visto», sino que unas líneas más adelante, ante las protestas de una de las tías, el personaje aprovecha para hacer burla de los rezos.
En esa misma dirección, bajo el tono intimista que caracterizó a su primera etapa, en La Mañosa que lo mismo que El abuelo está escrita en primera persona, tropezaremos con el mismo dilema:
«Mamá parecía haberse vaciado de espinas; los pómulos se le hacían esquinas en la cara y rezaba a menudo. Cuando padre estaba no podía hacerlo, porque él se oponía, a veces con burlas, a veces con pleitos. A la verdad me gustaba rezar….»
«A la verdad me gustaba rezar….». Manifiesta el niño-poeta-narrador como si, antes que todo, su misión consistiera enjustificarse, mientras al instante se adelanta a confesar:
«A menudo me sorprendía a mi mismo alejado de la oración, de los santos, de la tierra: me mecía una especie de vacío total, embriagado levemente por aquella lucecita temblorosa que daba tumbos a cada empujón del viento húmedo…».
La realidad era que si algo mortificaba el atormentado espíritu del entonces joven narrador radicaba en el problema de la clase social que, sumado al papel de la iglesia y al de la creencia en Dios, aparecería en diversos cuentos de su segunda etapa. En Camino Real leemos:
«De pronto me mordía la desigualdad, la horrible desigualdad entre estos hombres buenos, trabajadores, sufridos, conforme con su vida miserable, descalzos, hediondos y sucios…»
«Yo hablaba. Les decía que en la ciudad los hombres viven con toda comodidad, limpios y tranquilos; que no debían creer en aparecidos, en fantasmas, en brujerías; que sobre nosotros descansaba la carga de todo el país; que la tierra era de todos y para todos…».
En LaMañosa no se conforma con plantear la diferencia de clase sino que, preocupado, el niño-poeta-narrador se permite poner en duda que una persona que pertenezca al gremio de los desposeídos, es decir, a una clase social inferior, a su muerte, pueda morar entre los ángeles.
«En la gloria…Yo pensaba: “En la gloria”. Sí, allí debía estar Momón, en aquel paraje alto y lleno de luz que me describía madre, en aquel jardín lejano, donde las plantas florecían en ángeles y donde músicas que yo era incapaz de materializarme resonaban día y noche. Allí debía estar, sólo que se me hacía trabajoso figurarme a Momón entre santos vistosos, él, Momón, con sus pantalones remendados y desteñidos, con su barba crecida, con sus pies descalzos».
El problema persiste a través de su obra como una constante. Se nos revela en piezas tanto de su primera como de su segunda etapa. Por ejemplo, en CaminoReal en un momento en que la lluvia se desata con truenos y relámpagos, a uno de los personajes, con el propósito de que la virgen lo proteja, se le ocurre santiguarse. El narrador nos dice:
«Nada dije, pero me atormenté pensando si convenía explicar a esta gente que una tempestad nada tenía que ver con Dios; que eso consistía, sencillamente, en un choque de nubes».
Acto seguido, continúa con una invocación al padre celestial -una de las pocas que encontraremos en su obra narrativa- que, al mismo tiempo, posee el tono de un lamento:
«¡Señor! ¿Cómo es posible que los hombres vivan ignorantes de por qué oyen; en la creencia de que todas las cosas vienen de un ser milagroso; de que sus vidas están dispuestas así y no tienen derecho a rebelarse, a pretender una vida mejor?».
En ese mismo tenor, valiéndose de la ironía, una de sus mejores armas, volverá a aparecer en varias de las piezas de su segunda etapa. En Luis Pie como reflejo de la ignorancia que envolvía el alma del personaje:
«-¡Bonyé, Bonyé -clamó casi llorando- ayuda a mué, gran Bonyé; tú salva a mué de murí quemá!
Iba a salvarlo el buen Dios de los desgraciados!».
Al final de Mal tiempo, la lucha del hombre contra la naturaleza, uno de sus cuentos mejor logrados:
«-Dió no le falta al pobre, Eloísa.¡Vea que traer este temporal pa ayudarnos!
Y se quedó con la mirada perdida en el cuadro de cielo que se veía a través de la puerta, quizás esperanzado en que viniera otro mal tiempo tan generoso como el que acababa de pasar».
En definitiva, ese conflicto interior entre realidad social, religión y creencia fue el que, con el propósito de desmitificarlo, lo llevó a escribir sus dos libros de ensayos sobre temas bíblicos: Judas Iscariote, el calumniado publicado en 1955, y David, biografía de un rey en 1956.
En Los amos, como en ninguna otra de sus piezas, el problema aparece reflejado, inconscientemente, en los nombres de los personajes.
D.O.N. significa: De Origen Noble.
Pío es nombre que proviene del latín y significa piadoso y, como sostiene el catolicismo en varios pasajes tanto del Viejo como del Nuevo Testamento, la piedad es uno de los siete dones del Espíritu Santo; virtud por la cual el hombre se entrega a Dios en obediencia filial y amor reverente. Según explica Santiago en su epístola, ésta se manifiesta en un amor sin mácula hacia el prójimo.
Herminia es nombre griego derivado del dios Hermes, el Mercurio del panteón latino, dios de los caminos, de los comerciantes y los ladrones que además ejercía la función de mensajero de los dioses olímpicos. Es decir, el encargado de difundir las buenas noticias.
En cuanto a Cristino, es también nombre de origen griego que significa ungido. Ungido, Mesías o Salvador son tres de los nombres de Jesucristo así como también el de Cordero que, en varios pasajes del Apocalipsis, es símbolo de inocencia y sumisión.
He aquí la clave del texto: Cristino representa al cordero que, sumiso, se entrega en manos del amo quien, cuando ve que “no servía ni para ordeñar una vaca”, se permite el lujo de repudiarlo.
(Rafael Hilario Medina).
El autor es escritor. http//www.scribd.com/pedro%20conde%20sturla