Un abandono que crece con las arrugas
Con manos temblorosas y el paso cansado, ven discurrir la vida ancianos que deambulan por las calles, algunos hacen de ellas su hogar, otros su lugar de trabajo.
El panorama diario es este: envejecientes que van de un lado a otro. Mendigos, vendedores de chucherías, recolectores de botellas u ofertantes de servicios a domicilio como reparadores de sombrillas, brilladores de calderos, jardineros, y mil quehaceres.
Julián Romero, con 71 años, recorre diariamente todo el sector de Las Caobas para vender cosas como fósforos, agujas, papel higiénico y otros objetos que carga sobre sus abatidas espaldas
Cuenta que hace muchos años era miembro del Ejército, por lo que recibe una pensión miserable, que dice, no le alcanza ni para sus medicamentos.
Romero es viudo y padre de dos hijos, uno falleció y el otro, con quien vive, es motoconchista, con lo que gana mantiene a sus tres hijos y a su madre y le abruma ver a su progenitor en esas tareas,
Hay otra cara. La pobreza extrema y la falta de integración y compromiso en las familias, obliga a muchos ancianos a tener que buscar sus propios medios para mantenerse.
“Yo crie tres hijos sola, y cada uno cogió su rumbo, pocas veces se acuerdan de donde salieron. Pero gracias al Señor todavía puedo moverme y ganarme unos pesitos”, manifiesta Juana Elena Peña, una mujer de 69 años que vende café en las proximidades de una oficina pública en Herrera.
También se dedica a realizar algunas labores domesticas a sus vecinos a cambio de un poco de dinero.
Son aun más penosas las historias de los que su refugio son las vías públicas y se alimentan y sostienen de desperdicios o de la gracia y la generosidad de algunos.
Están esos que simplemente por temor de ver llegar inertes el fin de sus días, salen a vagar por calles y parques.
“Que la muerte me sorprenda caminando y no tirado en una cama, eso sería como un castigo para mi” dijo Bernardo Mejía, un anciano de 83 años quien se aleja kilómetros de su casa casi todos los días.
Múltiples ángulos
Un motivo muy particular y no menos conmovedor es el de aquellos que aun teniendo una familia que se ocupe de ellos, desafían su edad y prefieren hacer cualquier trabajo antes que sentirse inútiles o como una carga para los demás .
“Mi mamá tiene 78 años y no entiende que con esa edad tiene que estarse tranquila. Ya hizo todo lo que tenía que hacer, trabajó mucho y nos crió a mí a mis hermanos”, Así habla Luisa Antonia Díaz, de su madre Rosa Martínez.
Asegura que la señora que no pasa necesidades pero que dice que mejor está sentada en una esquina con su paletera que quedarse en la casa haciendo nada.
La población envejeciente, representa entre un ocho o nueve por ciento de la total, según estadísticas del Consejo Nacional de Población y Familia de la que se estima que más del 34% son extremadamente pobres.
El Estado resta prioridad a esa problemática, por lo que el apoyo que brindan a esas personas, es mínimo.
El panorama diario es este: envejecientes que van de un lado a otro. Mendigos, vendedores de chucherías, recolectores de botellas u ofertantes de servicios a domicilio como reparadores de sombrillas, brilladores de calderos, jardineros, y mil quehaceres.
Julián Romero, con 71 años, recorre diariamente todo el sector de Las Caobas para vender cosas como fósforos, agujas, papel higiénico y otros objetos que carga sobre sus abatidas espaldas
Cuenta que hace muchos años era miembro del Ejército, por lo que recibe una pensión miserable, que dice, no le alcanza ni para sus medicamentos.
Romero es viudo y padre de dos hijos, uno falleció y el otro, con quien vive, es motoconchista, con lo que gana mantiene a sus tres hijos y a su madre y le abruma ver a su progenitor en esas tareas,
Hay otra cara. La pobreza extrema y la falta de integración y compromiso en las familias, obliga a muchos ancianos a tener que buscar sus propios medios para mantenerse.
“Yo crie tres hijos sola, y cada uno cogió su rumbo, pocas veces se acuerdan de donde salieron. Pero gracias al Señor todavía puedo moverme y ganarme unos pesitos”, manifiesta Juana Elena Peña, una mujer de 69 años que vende café en las proximidades de una oficina pública en Herrera.
También se dedica a realizar algunas labores domesticas a sus vecinos a cambio de un poco de dinero.
Son aun más penosas las historias de los que su refugio son las vías públicas y se alimentan y sostienen de desperdicios o de la gracia y la generosidad de algunos.
Están esos que simplemente por temor de ver llegar inertes el fin de sus días, salen a vagar por calles y parques.
“Que la muerte me sorprenda caminando y no tirado en una cama, eso sería como un castigo para mi” dijo Bernardo Mejía, un anciano de 83 años quien se aleja kilómetros de su casa casi todos los días.
Múltiples ángulos
Un motivo muy particular y no menos conmovedor es el de aquellos que aun teniendo una familia que se ocupe de ellos, desafían su edad y prefieren hacer cualquier trabajo antes que sentirse inútiles o como una carga para los demás .
“Mi mamá tiene 78 años y no entiende que con esa edad tiene que estarse tranquila. Ya hizo todo lo que tenía que hacer, trabajó mucho y nos crió a mí a mis hermanos”, Así habla Luisa Antonia Díaz, de su madre Rosa Martínez.
Asegura que la señora que no pasa necesidades pero que dice que mejor está sentada en una esquina con su paletera que quedarse en la casa haciendo nada.
La población envejeciente, representa entre un ocho o nueve por ciento de la total, según estadísticas del Consejo Nacional de Población y Familia de la que se estima que más del 34% son extremadamente pobres.
El Estado resta prioridad a esa problemática, por lo que el apoyo que brindan a esas personas, es mínimo.