Haitianos se hacinan en casas desocupadas

 

Crean pequeños ghetos en sectores residenciales

Por Marta Quéliz / Listìn Diario

MIÈRCOLES, 22 SEPTIEMBRE, 2021: Con papeles o sin ellos, le­gal o ilegal, hay haitia­nos que ha­cen de las construcciones y casas abandonadas un “cá­lido hogar”.

Su modo de operación es sencillo. Primero llega uno, o dos o tres, y luego, no importa la capacidad del espacio, se van suman­do familiares y amigos ávi­dos de un techo “seguro” y que no represente ningún gasto.

LISTÍN DIARIO quiso recorrer algunos lugares en donde es común es­ta práctica. Al hacerlo, ha podido notar que algunos ocupan casuchas abando­nadas en barrios margi­nados y que una vez las habitan no hay quien los saque de ahí. Otros co­rren con mejor suerte y se instalan en sectores privi­legiados de la ciudad.

A Claude Batiste le fue bien cuando llegó a Re­pública Dominicana. Era una adolescente y a su lle­gada ya su padre “tenía una casa” nada más y na­da menos que en un buen sitio de Arroyo Hondo.

“Debo decirte que me sorprendí cuando me lle­varon a esa casa. Claro, seguíamos igual de po­bres, a veces sin tener pa­ra la comida, pero tenía­mos un techo seguro y bonito”.

Al dar estos detalles, en un español perfecto, la jo­ven suspira y cuenta que fueron muchas las noches que se acostaron sin cenar, pero al menos si llovía o hacía sol tenían donde pro­tegerse.

“No sé de quién era o es la casa, tampoco por qué la dejaron abandonada, pero sí sé que fue un ami­go que se llevó a mi papá a vivir con él y su familia. Te cuento que vivíamos 17 personas en una vivienda de cuatro dormitorios, una sala amplia, un comedor, una cocina y cinco baños. Muy cómoda, pero éramos muchos. Creo que ahora vi­ve más gente”, lo dice y no puede evitar sonreír.

Reconoce que para en­tonces era menor la pre­sencia de haitianos en el país.

De esa experiencia Clau­de sacó buenos frutos. Sus tres mejores amigas o her­manas, como ella les llama, las conoció en la que fue su casa por 16 años. Ella llegó de 15, se mudó a los 31 y ya tiene 36. Su carrera de médico la hizo viviendo en ese lugar, pero formó tien­da aparte cuando comen­zó a trabajar. Hoy vive con una hermana en un barrio no tan privilegiado, pero es el que pueden pagar.

Nunca se avergonzó de vivir en una casa abando­nada y mucho menos de ser extremadamente po­bre.

“Mi papá trabajaba cons­trucción, con eso me ayu­dó para que yo estudiara, que de hecho, por eso vine a este país que amo. Había que mandarles dinero a mi madre y a mis hermanos, y luego yo conseguí trabajar como doméstica en una de esas casotas y nos trajimos a mi hermana para que también estudiara. Esta­mos legal aquí y mi padre antes de morir también lo estaba”, relata la joven que hoy presta sus servicios en un centro médico domini­cano.

Condiciones y controversias

LISTÍN DIARIO no llegó a saberlo a ciencia cierta, pe­ro según algunos de los ha­bitantes de estos lugares abandonados, hay quienes “marcan su territorio”.

El que llega primero se adueña de la “propiedad” y se dedica a captar inqui­linos.

“Si es grande el lugar, puede que tenga más de un ‘dueño’ y ellos cobran a los que se van mudando”.

Esa explicación la ofre­ce Francois, un joven que vive en una construcción abandonada, y quien de inmediato encontró de frente a uno de sus com­pañeros. Aunque su recla­mo fue en creole, Fran­cois hizo la traducción: “Él dice que no cuente eso”.

Al parecer, su amigo entendió la sencilla inter­pretación y, en un espa­ñol estropeado, pero que se entendía, desmintió a Francois. “No es cierto. Todos vivimos aquí y cada quien paga lo suyo y com­pra su colchón”.

Al escuchar esto, el “in­formante” sonrió e hi­zo un gesto con la cabe­za de que no es así, pero igual ayudó a esclarecer el mensaje.

No fue ni a uno ni a dos que reporteros de este medio preguntaron sobre cómo ocupan una casa o construcción en abando­no, pero solo dos, aparte de Francois, respondie­ron algo, y negándose a dar su nombre.

Por diversas razones, temen tocar el tema, más cuando saben que esta práctica no es del agrado de los residentes, sobre todo en sectores como La Castellana, Arroyo Hon­do, Bella Vista, Las Prade­ras, Ensanche Quisqueya, El Millón y muchos otros de la Capital y de diversos pueblos del país.

De ahí que, para rea­lizar un trabajo más aca­bado, se le preguntó a una periodista de Santia­go que si se estila ese tipo de ocupación allá y la res­puesta fue: “Antes sí, ya está muy controlado, aho­ra lo que hay es mucha mano de obra haitiana y, como todos saben, algu­nos se quedan a vivir en las construcciones y cuan­do terminan la obra van buscando otro rumbo”. En Higüey, para tener al menos dos lugares de extremo a extremo, sí se siguen ocupando propiedades abandonadas.

“Ellos dondequiera se meten y arrastran con su gente, pero nadie hace nada. No digo más”, fue la respuesta de una persona conocida respecto al tema.

Pero bien, retomando las escuetas consideraciones de las personas que hablaron, es importante decir que ambos coinciden en que ellos solo habitan lugares que ven abandonados y que si llegan los dueños desocupan el sitio sin problema.

“Pero hay algunos que parecen no son de nadie y nunca nos sacan”. Es el comentario de uno de ellos que lleva tres años residiendo en un edificio sin concluir ubicado en un lugar céntrico de la ciudad.

La otra persona se limitó a decir: “A mí me alquilaron una habitación y así pude traer a mi mujer”. No habló más, pero dijo mucho y, con su comentario corrobora lo que dice Francois de que hay quienes en esas casas o construcciones abandonadas “marcan su territorio” y viven de eso.

Quejas por falta de higiene

La ruta para ver cómo viven seguía. Había que mirar de lejos y tantear cada caso. Son celosos de “sus casas” y al parecer les atemoriza pensar que alguien los saque de ahí, aunque es difícil. Los moradores de La Castellana lo saben.

Con todo y tener una de las juntas de vecinos más fuerte, no han podido hacer que se mude un grupo de haitianos q u e lleva años ocupando una propiedad abandonada. Lo que les molesta a los habitantes del lugar y a otros de los di ferentes sectores es el hacinamiento en que viven y la bulla que hacen todo el día.

De hecho, hay residentes en barrios de extrema pobreza que aseguran que donde se muda un haitiano, a la semana ya hay diez, y que no cumplen con la más mínima higiene.

“Yo hace mucho que vivo por aquí, y soy pobre, pero mi casa es limpia y por eso no entiendo por qué si ya decidieron vivir en una casa abandonada, por qué no la limpian. A mí no me importa que se queden en lo que no es suyo, pero que no estén ‘empaquetao’ y con tanta basura”.

Lo cuenta una señora que, aunque dijo su nombre y quiso foto, su hijo no lo permitió “porque esos haitianos son guapos”. Teme que tomen represalia contra su madre por opinar sobre el tema. Después de eso, un señor que quería hablar solo se limitó a decir: “Tienen un batey aquí”.

En la calle Euclides Morillo, próximo a la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo (CAASD), hace un tiempo desalojaron a un amplio grupo de haitianos que ocupó una propiedad y hasta fritura y otros negocios tenían ahí, hasta que los dueños decidieron desbaratarla para construir un edificio. Llevaban alojados ahí casi desde el año 2000. Eso cuenta Manuel, una persona que ha colaborado mucho con este trabajo.

SEPA MÁS

Sin grandes gastos

El ingeniero de una construcción que está cerca de una edificación abandonada se interesó en el tema y sin proponérselo dio un buen dato: “Qué bueno que Listín haga este trabajo, porque no es para que los saquen, pues ellos ocupan propiedades que al parecer nadie reclama, pero es necesario que si se van a quedar viviendo ahí donde no pagan nada, absolutamente nada, ni agua, ni luz… en fin, que al menos se les exija que limpien su entorno. En la Guarocuya, ahí en Las Praderas, hay una casa que está ocupada como por cuatro o no sé cuántas familias, y eso da pena. Ese descuido y el escándalo que hacen deprecia las propiedades cercanas. No es nada en su contra, son muy trabajadores, pero esa práctica nos hace daño”, concluye esperando que se tome control sobre el asunto.

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