Tremenda patria: Napoleón Bonaparte en nuestra historia

 

 El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo

Por LUIS R. DECAMPS / almomento.net
 
EN SANTO DOMINGO, Martes, 20 Abril, 2021: Aunque entre la isla de Santo Domingo y Francia hay una distancia de aproximadamente 7 mil doscientos kilómetros y Napoleón Bonaparte siempre tuvo a Europa como interés fundamental en sus correrías de conquista, hubo un breve espacio de tiempo, al despuntar el siglo XIX, en el que aquel, enfadado por el curso de los acontecimientos en la colonia de Saint Domingue, se vio compelido a poner su atención sobre este territorio insular y, con las providencias que pautó, influiría notable y drásticamente sobre el curso de su historia.

En efecto, la puesta en vigor de la Constitución haitiana de 1801, entre otras razones, situó definitivamente en posición de rebeldía al gobernador “vitalicio” Toussaint Louverture frente a Francia, y la respuesta de Bonaparte, dueño del poder en ésta tras el golpe de Estado del 18 de brumario del año VII (9 de noviembre de 1799), fue el envío de “la más formidable expedición que jamás hubiera cruzado el Atlántico”(1), bajo el mando de su cuñado el general Carlos Víctor Manuel Leclerc, para sofocar la rebelión de los “bandidos” (2) en su colonia de la isla de Santo Domingo.

La expedición salió de Brest el 14 de diciembre de 1801 y llegó a la isla de Santo Domingo el 2 de febrero de 1802. Estaba compuesta por 50 barcos con 21 mil marinos y 21 mil 900 soldados, reforzados más adelante con 15 mil 645 adicionales, para un total de 58 mil 545 efectivos (3). A partir de ese último mes, se iniciaría una guerra singular entre los franceses y los antiguos esclavos de la parte del Oeste de la isla, pues la táctica de éstos consistía en “eludir toda batalla campal… quemar el suelo bajo las propias plantas del enemigo y… atraerlo a los lugares donde la disposición topográfica del terreno significaba alguna ventaja para la defensa” (4).  

Leclerc llegó a la isla con instrucciones precisas de Napoleón en cuestiones de política y asuntos militares y administrativos. En este respecto, el “primer cónsul” de Francia había dispuesto que el general en jefe de la expedición sería el capitán general de las dos colonias, y que en la parte del Este se designarían un comisario general y uno de justicia, se realizaría un desarme general, habría una división en diócesis y jurisdicciones, y el manejo del comercio y la justicia sería distinto del de la parte del Oeste, lo que parecía indicar que al gobernante galo no les eran indiferentes las discrepancias culturales y costumbrísticas que existían entre los dos pueblos que habitaban la ínsula.

Algunas de las ideas matrices de la expedición de reconquista fueron expuestas por Leclerc en tres proclamas: en la primera, del 2 de febrero de 1802, dirigida a los habitantes de la parte del Este, decía que las mejores instituciones son las que “estén ajustadas a la religión, a los usos, a las costumbres y a la lengua del pueblo para el cual estén hechas”, y prometía “esplendor, prosperidad y tranquilidad”; en la segunda, del 8 de febrero del mismo año, dirigida a los habitantes de la parte del Oeste, afirmaba que “por la Constitución francesa, Santo Domingo formaba parte de la República, y que en consecuencia no debería esta colonia seguir privada de las ventajas de pertenecer a una nación poderosa como la Francia”; y en la tercera, del 25 de abril, “anunció el otorgamiento de una Constitución provisional, sujeta a la aprobación del Gobierno francés” (5).  

La guerra duró más de tres meses (en los que los muchos franceses fueron afectados por enfermedades tropicales, especialmente la fiebre amarilla) hasta que se produjo la rendición de Toussaint, el 6 de mayo de 1802, “en condiciones honorables para ambas partes”, lo que, empero, no significaba que no quedaran grupos y caudillos insurrectos en varios puntos de la isla (6). En particular, la promesa de una Constitución provisional no se cumplió, pues los ánimos se soliviantaron al emitirse la ley del 20 de mayo de 1802 que reestablecía la esclavitud en las colonias francesas, lo que originó un avivamiento de la lucha de los antiguos esclavos contra las tropas de ocupación (7).  

 Toussaint, cuya rendición implicó su retirada como caudillo militar permaneciendo en libertad, fue detenido en junio de ese mismo año durante un almuerzo al que asistió engañado (8) debido a que las autoridades francesas creían que él era el jefe velado de los rebeldes insurrectos, y sería enviado a Francia como prisionero, donde moriría el 7 de abril de 1803. Sin embargo, la revuelta continuaría, ahora con las tropas negras bajo la dirección de otros líderes, entre ellos su lugarteniente Jean Jacques Dessalines. La nueva oleada insurreccional de la parte del Oeste fue una “guerra a muerte”. Cada vez más debilitados por las enfermedades y la ferocidad de los ataques de los antiguos esclavos, los franceses (tras casi 18 meses de combates) finalmente capitularon el 18 de noviembre de 1803, abandonando la ciudad de Cabo Francés, último bastión de su ya menguado dominio sobre la parte del Oeste. La conflagración, según cálculos de testigos, le había costado a Francia alrededor de 60 mil vidas, y a Saint Domingue 62 mil 481 (9).  

Además, como resultado de la guerra el aparato productivo de la parte del Oeste, que había sido un modelo de creación sostenida de riquezas, quedó devastado e inutilizado, con una consecuencia política inmediata: la proclamación de la independencia el 1ro. de enero de 1804 por parte de los caudillos triunfantes encabezados por Dessalines, y la designación de éste como “Gobernador General vitalicio de la isla de Haití” (10). En la parte del Este, el general Lois Ferrand, por su lado, al mando de un importante reducto del ejército francés que se había negado a capitular, partió desde Montecristi a Santiago y, luego, hacia Santo Domingo, relevando del mando al gobernador Kerverseau y autodesignándose “Comandante en Jefe de Santo Domingo” y “Capitán General Interino”. Su objeto era, por supuesto, convertir el territorio del Este en base de sus operaciones para tratar de recuperar la parte del Oeste para el imperio francés.    

Ferrand emitió el 6 de enero de 1805 un decreto que autorizaba a civiles y militares de “los departamentos de Ozama y del Cibao” a perseguir “y a hacer prisioneros” en “los territorios ocupados por los sublevados” a “todos aquellos del uno o del otro sexo que no pasen de la edad de los catorce años”, los que en lo adelante “serán propiedad de los captores”. Por su lado, el gobierno del naciente Estado haitiano postulaba, como su antecesor colonial, la “indivisibilidad” de la isla, y con base en ella, tomando como pretexto el mencionado decreto, embistió contra la parte del Este en marzo de 1805 con un poderoso ejército de 30 mil hombres con divisiones dirigidas, separadamente, por el presidente Dessalines y los generales Petion, Christophe y Geffrard, quienes sitiaron la ciudad de Santo Domingo entre mediados y fines de ese mismo mes (11). El sitio duró 22 días. Fue levantado el día 28 por los temores generados en Dessalines por la casual presencia en aguas del Caribe de la escuadra francesa dirigida por el contralmirante Missiessy, la que aquel pensó que podría ser parte de una fuerza mayor que en ese momento estuviese desembarcando en Haití.    

De ese modo se inició la fase napoleónica del llamado “Período Francés” de la historia de la parte del Este, al tiempo que se afianzaba la idea entre los sectores dominantes de Haití de que la ostensible debilidad de aquella como entidad territorial y comunidad nacional constituía un peligro para la existencia de su Estado. Tal idea sería, en lo sucesivo, el eje conviccional de la política haitiana hacia la parte del Este. Durante este lapso, la colonia española de la isla de Santo Domingo estuvo regida, formal o informalmente, por la racionalidad napoleónica (a través de leyes que tenían aplicación en territorio ultramarino), las disposiciones de Ferrand y, luego, aunque por escaso tiempo, las del general Dubarquier, sustituto de aquel.  

Ferrand intentaría gobernar la colonia de manera paternal, respetando las costumbres españolas y desarrollando una gran labor de reconstrucción a lo largo del año de 1805 que involucró el fomento de la producción cafetalera, la revitalización de las labores de explotación de los bosques de madera y la rebaja de los impuestos, lo que en principio creó un ambiente de confianza y tranquilidad y posibilitó la colaboración de muchos habitantes (12). Sin embargo, esa atmósfera promisoria empezó a ser resquebrajada, primero, por la disposición de Ferrand, a fines de 1807, de prohibir el comercio (especialmente de animales) con Haití, lo que provocó airadas protestas de los comerciantes de la colonia española; y después, por la invasión de Napoleón a España, en enero de 1808, y el subsecuente secuestro del rey Fernando VII, hechos que hirieron en su amor propio, causando gran indignación, a los habitantes de origen peninsular.  

La parte del Este se convirtió en un hervidero de conspiradores contra el dominio francés, pero dos de ellos en particular se destacarían: Juan Sánchez Ramírez, rico hacendado que tenía inmensas posesiones en Cotuí e Higuey, quien se dedicó entre el verano y el otoño de 1808 a recorrer el país tratando de reclutar prosélitos para un pronunciamiento; y Ciriaco Ramírez, oriundo del Sur, quien organizó un levantamiento en octubre de 1808 que resultó develado por los ocupantes. Ambos dirigentes fueron objeto de constantes vigilancia y persecución por parte de las autoridades.

Por otra parte, en España la resistencia contra la ocupación francesa se había convertido rápidamente en una contienda patriótica, y la Junta de Gobierno constituida para conducirla le había declarado oficialmente la guerra a Francia, acontecimiento que se conoció en la colonia y que dio mayores ánimos a los conspiradores, quienes, desde antes, en la persona de Sánchez Ramírez, eran alentados por Toribio Montes, gobernador de Puerto Rico. El apoyo abierto de éste se había producido a partir agosto de 1808, cuando declaró la guerra a Ferrand.   

Así, con el apoyo de Montes y de los dos mandatarios que a la sazón tenía Haití (Alexander Petion y Henri Christophe), la conspiración avanzaba, hasta el punto de que en el Sur hubo serios enfrentamientos armados entre franceses y españoles nativos. Pero la batalla decisiva sería la de Palo Hincado, registrada el 7 de noviembre en las afueras de El Seibo, en la que se enfrentaron mil combatientes encabezados por Sánchez Ramírez contra seiscientos regulares dirigidos por Ferrand. En esta batalla jugaron un papel de primer orden tanto el arrojo de las tropas dirigidas por Sánchez Ramírez como el engaño de Tomás Carvajal Martínez a Ferrand (le ofreció el apoyo de doscientos jinetes lanceros a su mando que luego volvieron sus armas contra los franceses). Este engaño y la derrota posterior provocarían el suicidio de Ferrand (13).  

No obstante, la etapa napoleónica del “Período Francés” en la parte del Este se prolongaría, ahora bajo la rectoría del general Dubarquier, hasta el mes de julio de 1809, cuando las autoridades francesas, exhaustas y virtualmente derrotadas por el cerco en la ciudad de Santo Domingo que le tendió Sánchez Ramírez (que ahora contaba con el apoyo no solo de las autoridades de Puerto Rico sino también del poderío naval inglés, desplegado en la isla) desde los días finales de noviembre de 1808, capitularon ante las tropas dirigidas por el comandante británico Hugh Lyle Carmichael luego de negarse a hacerlo por ante el caudillo criollo.

Entre julio y agosto de 1809 la parte del Este estuvo en los hechos situada bajo la autoridad de los representantes de la monarquía inglesa, y tras ingentes negociaciones entre éstos y los criollos que encabezaba Sánchez Ramírez se pactó la desocupación bajo el compromiso de que a los británicos se les restituyeran sus gastos de guerra (supuestamente ascendentes a la suma de 400 mil pesos de la época) y se les permitiera el uso de los puertos insulares bajo los mismos privilegios que tenían las embarcaciones españolas… Pero este, naturalmente, es otro capítulo de nuestra historia.  

   
1- Price Mars, Jean, “La República de Haití y la República Dominicana”, pág. 32, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo, 1995.
 
2- Bosch, Juan, “De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial”, pág. 417, undécima edición dominicana, Editora Corripio, Santo Domingo, 2000.
   
3- Estas cifras son de Price Smart. Otros autores difieren de ellas.
   
4- Price Mars, op. cit., pág. 34.
   
5- Campillo Pérez, “Historia Electoral Dominicana (El grillo y el ruiseñor)”, págs. 129, 130 y 131, cuarta edición, JCE, Santo Domingo, 1986.
   
6- Franco Pichardo, Franklin J, “Historia del pueblo dominicano”, pág. 153, segunda edición, Editora Taller, Santo Domingo, 1993.   
   
7- Price Mars, op. cit., págs. 35.
 
8- Leyburn, James G, “El pueblo haitiano”, pág. 43, primera edición castellana de Juan Manuel Castelao, Editora Claridad, Buenos Aires, 1946.  
 
9- Price Mars, op. cit., págs. 41 y 42.   
 
10- Price Mars, op. cit., pág. 51
 
11- Cassá, Roberto, “Historia social y económica de la República Dominicana”, tomo I, pág. 159, Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, 2000.      
 
12- Moya Pons, Frank, “Manual de Historia Dominicana”, págs. 203 y 204, 12 edición, Editora Corripio, Santo Domingo, 2000.
   
13- Bosch, Juan, “Palo Hincado: una batalla decisiva”, contenido en “Temas Históricos”, tomo I, págs. 19-26, Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, 1991.      

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