BAZÁN FRÍAS: EL BANDOLERO SANTIFICADO
Bazán no era un solitario, tenía también una familia, y conoce a su mujer en circunstancias por demás violentas, salvándola de las apetencias de un capataz del ingenio San José.
LA MAÑANA DEL CEMENTERIO
MIÉRCOLES, 03 MARZO, 2021: La mañana avanzaba despiadadamente bajo un sol de fuego el 13 de enero de 1923. Eran los soles despiadados de Tucumán, y nada hacía presagiar los terribles acontecimientos que se desatarían momentos después. Estaba a punto de concretarse la venganza de los fantasmas asesinados, y el Robin Hood lugareño, Andrés Bazán Frías caería sin remedio bajo el fuego cruzado del Escuadrón de Seguridad, perteneciente a la policía tucumana.
Bazán, apodado el manco, no pudo aguantar los barrotes de acero de la cárcel que le privaban de su ansiada libertad. Jamás pudo adivinar su muerte dentro del silencio abrumador del Cementerio del Oeste, denominado en la acepción popular "el cementerio de los ricos”. Fue el Manco también un rico a su manera, ya que el manto popular protegía sus andanzas. Robaba a los pudientes, para obsequiárselos a los pobres, que así cobijaban sus andanzas.
Imaginamos el rostro adusto de los policías que serían sus sicarios, escondiendo quizá una sorda congoja al tener que abatir a un ídolo. Él lo era sin lugar a dudas. La gente humilde lo quería, y parecía absolver o acaso disimular sus delitos. Bazán estaba ungido vaya a saber porqué secretos designios, el mismo sólo reservado a los santos. La gente así lo creyó en aquel tiempo, y aún lo cree hoy en día.
Las crónicas de la época dan cuenta que el jefe del escuadrón policial al divisar al manco, tuvo un momento de hesitación y su boca se plegó en un gesto amargo; parecía querer gritar un aviso desesperado para allanar su huída. La mueca inadvertidamente fue mutando en un gesto de dolor… de congoja. Por un segundo no supo que hacer, estaba preso de un desamparo que no había conocido hasta entonces. Por un lado estaba la tristeza de pasar a la historia como el matador del santo, y por la otra le socavaba el corazón esa prepotencia del deber.
El "manco” se había fugado de una prisión que apenas podía contenerlo; vio la puerta abierta a su ilusión libertaria, y su imaginación echó a volar. Pensó sin lugar a dudas que podía reescribir su historia o acaso continuar su camino de aventuras. Esa ilusión de ser posible, le conduciría obligadamente a brindar ayuda a los desposeídos de este mundo. Era a su manera un bandido santo y generoso. Esa pretendida santidad le fue atribuida sin ambages por quienes recibieron sus favores. A partir de allí floreció su fama, distribuida a lo largo y a lo ancho del pueblo, enancada en el soplido de los vientos candentes de Tucumán. La conciencia popular no medía nada más que las acciones buenas que Bazán había promovido en favor de la armonía del mundo.
La esquina de Avenida Colón y Mate de Luna, sería el principio de su noche escasa y de pompas tenebrosas; fue el preludio de su muerte y el advenimiento de su gloria. Bazán acaso pensó que podría derrotar a esa noche, y gozar de la inefable beatitud del pobrerío tucumano. Su mente escuchaba acaso el incesante clamoreo de los humildes, solamente apagado por la atávica canción de las chicharras.
Bazán bebía su despreocupación en la intersección de ambas avenidas, cuando la partida, acaso avisada por algún judas en pos de sus denarios, tomó nota de su paradero. Comenzó entonces la persecución, como también las dudas del jefe de partida, que conjuraba su soledad incierta, en aquella noche que rugía de lúgubres desenfrenos.
La clase ilustrada de Tucumán, lo consideraba un revolucionario primitivo, un anarquista expropiador y seguidor de las ideas de Vladimir Vladirimirovich-uno de los prominentes revolucionarios rusos, amigo personal de Lenín- Bazán lo conoció, y quizá bebió con él en el bar donde trabajaba en calidad de mozo, según lo aseveran algunas crónicas. Habló con él, y no sólo bebió el vino escanciado en sus copas, sino que también bebió sus enseñanzas justicieras, como rasgo notable para la elaboración de su alma. Vladimir era como decíamos, un notable intelectual ruso. Corría el año 1914, cuando el poeta pasó por Tucumán.
Bazán no era un solitario, tenía también una familia, y conoce a su mujer en circunstancias por demás violentas, salvándola de las apetencias de un capataz del ingenio San José, donde había concurrido para robar. La niña tenía 11 años, y su generosidad inaudita, hace que la entregue a unos vecinos a fin de que la cuidaran. Con el tiempo se enamora de ella, y posteriormente la convoca para formar una familia. Ella no conocía las fulguraciones del amor.
Quizá su alegría joven cantó su esperanza de felicidad en las mañanas campesinas sonrojadas por las auroras. Pero ese amor de contratiempos jugaba a la danza de las sombras, pues el bandolero enamorado moriría a los 28 años. Bazán Frías caería en medio del silencio de la noche, sólo quebrado por el ladrido de los perros y el relincho de los caballos del Escuadrón policial. Había ya casi alcanzado la parte más alta del muro, había pasado su mano sana hacia el otro lado, cuando fue alcanzado por el soplido ardiente de una bala en el cuello y otra por la espalda.
Su padre lo veló en el Cementerio del Norte, donde según la creencia popular de aquellos tiempos se enterraba a los pobres. Proliferaron las velas, y escarbando en sus bolsillos se encontró un crucifijo, medalla y escapulario del Sagrado Corazón de Jesús, varias llaves ganzúas, cincuenta centavos y la orden de captura. Había nacido el mito.
Se supo luego que el Jefe de policía, organizó una pira donde fueron quemados todos sus antecedentes criminales. El tiempo, ese invariable sanador, purificó el ánima de Bazán, para erigirlo en uno de los más prominentes santos populares.
El escritor tucumano Tomás Eloy Martínez, jamás pudo separar de su mente estas anécdotas que corrían de boca en boca durante su niñez. Bazán Frías seguía y sigue presente en el imaginario popular de la provincia.
Transcribimos algunos párrafos de su visión publicados en su libro póstumo "Tinieblas para mirar”. Tituló al relato, simplemente "Bazán”:
"Si las patrullas lo persiguen es porque desconocen La Voz del Señor. Dios vuelve sordos los oídos de los injustos. La caza ha comenzado la tarde antes, y ya Bazán ha perdido el miedo. Hace apenas dos horas se creía cercado pero ahora los ángeles de Dios lo han puesto a salvo. (…) Ya ni siquiera se acuerda cómo perdió la mano, la izquierda. ¿Fue cuando la alzó para defender a la madre del machetazo del padrastro? (…)
La Voz de Dios lo ampara: le indica como doblar el codo único, cuando aflojar el hombro para concentrar la fuerza (…) La mano única ha quedado bendita. Si se posa sobre una llaga, la cierra; con sólo un pase de la mano, se detienen los vómitos, las diarreas, los dolores de hígado, la tos, los cálculos de riñón.
(…) La Virgen no movió los labios.
(…) Acércame la mano que no tenés. Voy a llenártela de poder. Bazán estiró el muñón y sintió que la mano iba más lejos, pero no podía verla. Ya está dijo la Virgen (…) Me ha dejado unas uñas de luz dijo Bazán. Las puedo ver.
¿Sentís algo? Los dedos, pero no sé cómo voy a moverlos. (…) Con la mano que no tenía Bazán se preparó para cumplir con el mandato de Nuestra Señora e imponer el bien.
Después del robo de banco, llamaron a todos los pobres que vivían en los alrededores del campo de tréboles y repartieron entre ellos los billetes y las monedas a razón de veinte pesos por persona, sin dejar de lado a los recién nacidos ni a los moribundos. Luego Bazán les habló sobre la aparición de Nuestra Señora y les dijo que ahora la mano perdida tenía el suficiente poder para curar todas las enfermedades y despertar todos los amores de la humanidad. ¿Cuál Virgen? ¿La del algarrobo?, dijo el hijo del vendedor de botellas. Cada dos por tres aparece flotando arriba del árbol. (…) A veces cuando lo envuelve el silencio, le llega la Voz de Dios, ordenándole que cure difterias y sirva de escudo a las familias amenazadas por el desalojo
(…)
Con las jaurías en los talones no puede imponer a los enfermos la mano sagrada. (…) Divisa un parque y una pérgola a lo lejos. A un costado se recuesta la silueta redonda del cementerio. Esa es su salvación. Puede saltar el muro, caer del otro lado y ocultarse en alguno de los monumentos. Nadie lo va encontrar en el laberinto de los muertos. (…) Aún están lejos los perros y él ya está trepando por el muro(…) Se aferra al borde con la mano única y va a dejarse caer al otro lado del muro, cuando siente el destello de una quemadura bajo la quijada, y el salto desesperado de la jauría, a sus pies(…) Otra lanza ardiente se le clava en la espalda y tiende entonces la mano hacia el cementerio para que Nuestra Señora vaya en su ayuda, pero lo único que alcanza a ver es el espectro del Monje que lo llama con los brazos abiertos.
(…) Luego los devotos dejaron pulmones de cobre, riñones de acero, corazones tejidos, señales de gratitud por los milagros del difunto.
Más tarde sobre las piedras de la vereda, fue encendiéndose un mar de velas, millares de velas que la lluvia no apaga…
Para los devotos Bazán es el buen ladrón y está a la diestra de Dios Padre, entre ángeles que le limpian la carabina, y santas que le lavan los pies llagados por la última carrera.
El informe policial escuetamente dice: ”Andrés Bazán Frías, fugitivo de la justicia, pereció de dos balazos, después de enfrentar una patrulla, junto a las tapias del Cementerio del Oeste, la medianoche de la Navidad de 1922”. (Ricardo Federico Mena, El Intra)
Fuente: pensamientodiscepoleano.com.ar