BREVE BIOGRAFÍA DEl CHARRO MEXICANO, JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ
Fuente: Siempre.mx
MIÉRCOLES, 25 NOV., 2020: Figura señera en la cultura popular mexicana, José Alfredo Jiménez nació en Dolores Hidalgo, Guanajuato, el 19 de enero de 1926. De mesero a futbolista, desempeñó oficios varios hasta llegar a convertirse en un letrista como pocos. Junto a Agustín Lara —otro icono de los compositores nacionales—, José Alfredo Jiménez fue interpretado por Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solís, Miguel Aceves Mejía, Lola Beltrán, Lucha Villa… “Feyo”, como se le llamaba coloquialmente, fue el compositor que mejor supo interpretar los sentimientos —de dolor y amores no correspondidos— del mexicano. Murió en la ciudad de México el 23 de noviembre de 1973.
EN VIDA JOSÉ ALFREDO JIMENEZ NARRÓ SU HISTORIA DE SU VIDA QUE ES LA SIGUIENTE:
El próximo 19 de enero cumplo 29 años, pues nací en 1926, en Dolores Hidalgo, Avenida Guanajuato No. 11. Tanto el Padre de la Patria, como yo, dimos el primer grito en la Parroquia de Dolores; pero el mío, al bautizarme, seguramente fue para independizar a México de los ritmos extranjeros, cuando el mambo dominaba los aires y los salones. Mi padrino llegó corriendo de Europa con la ropita de mi bautismo. Es doctor y se llama Eusebio Jiménez y es gran amigo de mi padre Agustín y de mi mamá Carmen.
Papá tenía una farmacia llamada de San Vicente, en el cual, mis hermanos y yo, robábamos las pastillas de Tecolotós porque “sabían a dulce”. Mi primer contacto con la música se enchufó en la sala de mi casa, cuyo ambiente era presidido por un gran cuadro de Cristo Rey. Quien mirando al cielo, no veía la alfombra de figuritas, el piano negro, los retratos de mis abuelos y gran radio Zenith con ojo mágico. Papá era amantísimo de la buena música y a la botica, primero, y a la sala, después, llegaban sus amigos para participar de su afición. Yo disentía de sus gustos pues amaba la música de Lara, la oía y la olía y en cada frase y en cada melodía hallaba nuevos “horigrandotes” de música clásica que papá guardaba celosamente. El tezontes y mayores sentimientos. Yo nunca fui partidario de los “discos ni óperas completas y además componía versos. De cuando en cuando se los mostraba a mi tío Carlos Sandoval, del que decían que tenía “una gran voz y que debería irse a Europa a cultivarla”. Yo le escuchaba embelesado cuando le oía “No hagas llorar a esa mujer”.
De los 6 a los 9 años canté cuanta canción de “Cri-Cri” pude aprenderme. A los 9 justos compuse mi primera canción, dedicada al pueblo. Yo estaba en la Escuela Centenario, frente a la casa, y seguramente no era un alumno muy aplicado, ya que llenaba los cuadernos con versos, en lugar de sumas de aritmética y verbos irregulares. Siempre me fue fácil encontrar el consonante para rimar. Después la vida me enseñó que hay sentimientos que casan. Para el amor está el dolor. Para pecho está despecho. Para vida, adolorida. Para muerte está la suerte. Para mujer, el querer.
Yo desperté pronto al amor. A los 14 ya tenía novia que se llamaba Lupe, que era peinadora en un salón de belleza. Nunca me quiso. Yo era flaco y “güero” descolorido. Ella tenía trenzas y llevaba medias de popotillo. Nunca me dio ni siquiera una caricia. Entonces yo, decepcionado y en la orilla del suicidio, me puse a componer una gran canción de celos, de despecho, de amenazas de muerte y de rencor. Se llamó “Que le vamos hacer” y en uno de sus terribles versos dice:
Mi vida es muy triste, pues ya nada vale pues sólo he sabido sufrir y llorar, y si eso es la vida, mejor que se acabe
porque yo no quiero vivir sin amar
¡Háganme favor! Siempre he sido un niño tristón
Desde pequeño tuve contacto íntimo con la tristeza. Esta venía nomás porque sí, pues no había motivo alguno que la provocara. Todo lo tenía, hasta los más pequeños gustos. Un día me regalaron un traje de charro, de paño gris, con botonadura, complementado con un sombrero de fieltro y una corbata roja de moño. Desde entonces me sentí y fui charro.
Me iba al rancho de mi tío Liborio y él me prestaba sus mejores caballos. Yo corría por las llanuras de mi tierra. Corría y corría hasta sentirme solo. Me bajaba del animal y me sentaba viendo la distancia gris, llena de nubes bajas. Nunca sentí, en los días de neblina, ese frío del corazón, del que muchos hablan. A mí, por el contrario, por el contrario me disgustan los días con sol. Me parece que así la vida parece más cruda. Siento como si el de la niebla, fuese el ambiente de única melancolía en el que se mueve el mexicano de todos los tiempos. Yo soy feliz con la niebla y con la lluvia. Esta última me sacó de un aprieto cuando componía una de mis más aplaudidas canciones. Sí, aquella que empieza: “Estoy en el rincón de una cantina…”. Ya la tenía toda pero los dos últimos versos no me salían. Estaba en la despedida, pidiendo una copa del estribo y negando a la fe. Entonces la lluvia, que empezó a caer sobre los cristales, me trajo una feliz idea. Sí. La de mencionar “La que se fue”, una anterior canción que había “pegado” con éxito.
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