Vocería de los dioses ¿Cuándo llegará “la hora del sur”?
Por Juan Llado
LUNES, 23 MRZO, 2020: Desde que en el 1996 el Procurador General de entonces, Abel Rodriguez del Orbe, emprendió la gestión para recuperar los enajenados terrenos de Bahía de las Águilas hemos estado a la espera de un desarrollo turístico redentor para la región más pobre del país. Un cuarto de siglo después se espera que un plan anunciado en meses recientes por el Ministerio de la Presidencia produzca ese milagro. Todo dependerá, sin embargo, de la acogida que a sus prescripciones le otorguen los potenciales inversionistas. Lo contemplado genera serias dudas de que acudirán raudos a invertir.
Para entender el tono escéptico de este enfoque es preciso hacer algo de historia. Siendo la sexta provincia en tamaño, Pedernales figura en el imaginario popular como un lugar remoto y desconocido para la mayor parte de la población. Sin embargo, hace décadas que la población conoce de su playa Bahía de las Águilas, un balneario de excepcional calidad que, en ese imaginario, está envuelto por la aureola de un lugar idílico. En la explotación turística de ese valioso recurso han cifrado por décadas los pedernalenses –y todo el suroeste—sus esperanzas de desarrollo económico.
Sin embargo, ese desarrollo turístico ha sido huidizo. Aunque existen leyes y decretos que consagran el potencial de la zona, el primer escollo a confrontar fue la enajenación de los terrenos de esa playa. Ya en el 2006 una empresa francesa ofreció, con el apoyo de los ministros de turismo y medio ambiente, desarrollar allí un proyecto de 6-7 “ecolodges” de 60-70 habitaciones cada una. Una fiera oposición de la comunidad ambientalista dio al traste con la intención y, eventualmente, esa misma comunidad propuso que cualquier desarrollo hotelero se ubicara en la adyacente playa de Cabo Rojo. El ecosistema de Bahía se consideraba demasiado frágil para albergar hoteles.
Desde entonces se ha venido propalando la idea de que Pedernales y toda la adyacente Sierra de Bahoruco cuentan con unos impresionantes recursos ecoturísticos. Un clúster turístico formado en el 2005 produjo una estrategia para Pedernales basada en esa premisa y, espoleados por una cooperación internacional y de ONG bien intencionadas, los pedernalenses acogieron la recomendación de posicionar su provincia como un coto ecoturístico de inigualables atractivos naturales. Internalizaron el credo de que su rica biodiversidad se ría suficiente, si bien proyectada, para atraer hordas de visitantes bajo la modalidad de moda del “turismo sostenible”.
Pero afortunadamente esa premisa fue desafiada por el Plan de Ordenamiento Territorial Turistico (POTT) que produjo el MITUR en el 2012 con la asesoría de expertos turísticos costarricenses. Enjuiciando la dotación de recursos naturales de una manera fría, el Plan cambió el posicionamiento de un destino “ecoturístico” a un destino de “turismo de naturaleza”, lo cual vislumbraba la explotación de Bahía, a través de un desarrollo hotelero en la playa de Cabo Rojo, como recurso principal de la provincia. En Bahía misma no se permitirían edificaciones hoteleras pesadas ni livianas. Un Plan Estratégico del Clúster Turistico de Pedernales del 2014 acogió esa propuesta.
Años después ha emergido otra propuesta (2019), de la firma de arquitectos canadienses Lemay, que refleja ese principal lineamiento del POTT del MITUR. Sin embargo, esta nueva visión cambia sustancialmente el posicionamiento al proponer una estrategia de “turismo de conservación” en vez de “turismo de naturaleza”. Aunque se basa en la explotación de los importantes recursos naturales de la provincia de Pedernales y su adyacente Sierra de Bahoruco, los alojamientos turísticos que se construirían en el Ecopueblo de Cabo Rojo responderían a las preferencias y necesidades de un mercado de “ecoturistas” muy particular. Las aprehensiones que pudieran tenerse respecto a este Plan Maestro no solo se refieren a las dificultades de captar los visitantes correspondientes sino también a la ubicación de las facilidades del Ecopueblo. La transformación propuesta para la pequeña ciudad de Pedernales seria inobjetable.
Lo propuesto por el Plan reta la imaginación. Esto así porque, si bien dibuja algunas pinceladas de los mercados de turismo de aventura y de bienestar y sobre la tendencia del mercado internacional hacia las experiencias locales auténticas, ilustra su factibilidad con ejemplos inspiracionales de parques nacionales en naciones tales como Canadá, Australia y Singapur, además de Costa Rica y Seychelles. Es atrevido poner a los atractivos ecoturísticos de Pedernales y la Sierra de Bahoruco a competir con la formidable oferta ecoturística y la fortaleza institucional de esos países. Los ecoturistas extranjeros que hoy visitan la zona no llegan a 200 al año y los nacionales pueden llegar a unos pocos miles, pero su meta es la playa de Bahía durante una corta estadía de fin de semana.
Multiplicar los ecoturistas extranjeros para el turismo de conservación es posible. El Plan clasifica los potenciales en diferentes categorías: aventureros activos, ávidos exploradores, entusiastas de todo, buscadores de rejuvenecimiento, “baby boomers”, “millenials”, en adición a los nacionales de fin de semana. Estos vendrían a deambular por circuitos regionales y a realizar actividades de senderismo, deportes, avistamiento de aves y disfrute de las playas. El “alojamiento sostenible” que se prevé en el lado sur de Cabo Rojo y su campo de golf, aeropuerto y marina son atractivos plausibles, pero solo si se materializa la infraestructura básica contemplada (carreteras, aeropuerto, líneas de transmisión de la energía eléctrica y los nuevos pozos de agua).
No cabe duda de que la visión propuesta por los canadienses responde adecuadamente al sueño de la comunidad ambientalista respecto a la explotación del turismo en Bahía de las Águilas. (Este no responde necesariamente al sueño de los pedernalenses.) Habrá que ver, sin embargo, si aparecen los inversionistas que estén dispuestos a materializarla, siempre y cuando el Estado haga las inversiones en la infraestructura básica. El hecho de que en el 2006 hubo una empresa francesa que propuso construir “ecolodges” en Bahía es un indicador de que pudieran aparecer los inversionistas deseados. Tendrían que ser empresas dirigidas al segmento de mercado deseado.
Banreservas, la entidad que maneja el fideicomiso creado para orquestar el proyecto, anunció recientemente la licitación para adjudicar los lotes de los terrenos que se venderán en Cabo Rojo para el Ecopueblo. Esto será la prueba cumbre de si se puede seguir soñando con un desarrollo ecoturístico de baja densidad en el área. Pero no se sabrá si habrá factibilidad hasta tanto se reciban los proyectos propuestos. La capacidad de los proponentes para mercadear exitosamente su producto – garantizando el flujo de ecoturistas– deberá examinarse con mucho cuidado antes de proceder a aceparlo.
La razón del escepticismo respecto a la idoneidad del Plan canadiense estriba en los formidables recursos naturales de los competidores ecoturísticos que enfrentamos. Países
como Venezuela, Colombia (con más de cinco mil especies de aves) y toda Centroamérica poseen una biodiversidad mucho más impresionante que la de nuestro suroeste. Cuba, por su parte, tiene la mayor biodiversidad del Caribe insular y las Naciones Unidas lo considera el país de mejor desarrollo sostenible. Ojalá y podamos captar los inversionistas que prefieran los encantos ambientales de nuestro suroeste y desarrollen el producto turístico adecuado que garantice el flujo de visitantes necesario para impulsar el desarrollo económico de la región. El sur ya no puede seguir esperando.
Pero afortunadamente esa premisa fue desafiada por el Plan de Ordenamiento Territorial Turistico (POTT) que produjo el MITUR en el 2012 con la asesoría de expertos turísticos costarricenses. Enjuiciando la dotación de recursos naturales de una manera fría, el Plan cambió el posicionamiento de un destino “ecoturístico” a un destino de “turismo de naturaleza”, lo cual vislumbraba la explotación de Bahía, a través de un desarrollo hotelero en la playa de Cabo Rojo, como recurso principal de la provincia. En Bahía misma no se permitirían edificaciones hoteleras pesadas ni livianas. Un Plan Estratégico del Clúster Turistico de Pedernales del 2014 acogió esa propuesta.
Años después ha emergido otra propuesta (2019), de la firma de arquitectos canadienses Lemay, que refleja ese principal lineamiento del POTT del MITUR. Sin embargo, esta nueva visión cambia sustancialmente el posicionamiento al proponer una estrategia de “turismo de conservación” en vez de “turismo de naturaleza”. Aunque se basa en la explotación de los importantes recursos naturales de la provincia de Pedernales y su adyacente Sierra de Bahoruco, los alojamientos turísticos que se construirían en el Ecopueblo de Cabo Rojo responderían a las preferencias y necesidades de un mercado de “ecoturistas” muy particular. Las aprehensiones que pudieran tenerse respecto a este Plan Maestro no solo se refieren a las dificultades de captar los visitantes correspondientes sino también a la ubicación de las facilidades del Ecopueblo. La transformación propuesta para la pequeña ciudad de Pedernales seria inobjetable.
Lo propuesto por el Plan reta la imaginación. Esto así porque, si bien dibuja algunas pinceladas de los mercados de turismo de aventura y de bienestar y sobre la tendencia del mercado internacional hacia las experiencias locales auténticas, ilustra su factibilidad con ejemplos inspiracionales de parques nacionales en naciones tales como Canadá, Australia y Singapur, además de Costa Rica y Seychelles. Es atrevido poner a los atractivos ecoturísticos de Pedernales y la Sierra de Bahoruco a competir con la formidable oferta ecoturística y la fortaleza institucional de esos países. Los ecoturistas extranjeros que hoy visitan la zona no llegan a 200 al año y los nacionales pueden llegar a unos pocos miles, pero su meta es la playa de Bahía durante una corta estadía de fin de semana.
Multiplicar los ecoturistas extranjeros para el turismo de conservación es posible. El Plan clasifica los potenciales en diferentes categorías: aventureros activos, ávidos exploradores, entusiastas de todo, buscadores de rejuvenecimiento, “baby boomers”, “millenials”, en adición a los nacionales de fin de semana. Estos vendrían a deambular por circuitos regionales y a realizar actividades de senderismo, deportes, avistamiento de aves y disfrute de las playas. El “alojamiento sostenible” que se prevé en el lado sur de Cabo Rojo y su campo de golf, aeropuerto y marina son atractivos plausibles, pero solo si se materializa la infraestructura básica contemplada (carreteras, aeropuerto, líneas de transmisión de la energía eléctrica y los nuevos pozos de agua).
No cabe duda de que la visión propuesta por los canadienses responde adecuadamente al sueño de la comunidad ambientalista respecto a la explotación del turismo en Bahía de las Águilas. (Este no responde necesariamente al sueño de los pedernalenses.) Habrá que ver, sin embargo, si aparecen los inversionistas que estén dispuestos a materializarla, siempre y cuando el Estado haga las inversiones en la infraestructura básica. El hecho de que en el 2006 hubo una empresa francesa que propuso construir “ecolodges” en Bahía es un indicador de que pudieran aparecer los inversionistas deseados. Tendrían que ser empresas dirigidas al segmento de mercado deseado.
Banreservas, la entidad que maneja el fideicomiso creado para orquestar el proyecto, anunció recientemente la licitación para adjudicar los lotes de los terrenos que se venderán en Cabo Rojo para el Ecopueblo. Esto será la prueba cumbre de si se puede seguir soñando con un desarrollo ecoturístico de baja densidad en el área. Pero no se sabrá si habrá factibilidad hasta tanto se reciban los proyectos propuestos. La capacidad de los proponentes para mercadear exitosamente su producto – garantizando el flujo de ecoturistas– deberá examinarse con mucho cuidado antes de proceder a aceparlo.
La razón del escepticismo respecto a la idoneidad del Plan canadiense estriba en los formidables recursos naturales de los competidores ecoturísticos que enfrentamos. Países
como Venezuela, Colombia (con más de cinco mil especies de aves) y toda Centroamérica poseen una biodiversidad mucho más impresionante que la de nuestro suroeste. Cuba, por su parte, tiene la mayor biodiversidad del Caribe insular y las Naciones Unidas lo considera el país de mejor desarrollo sostenible. Ojalá y podamos captar los inversionistas que prefieran los encantos ambientales de nuestro suroeste y desarrollen el producto turístico adecuado que garantice el flujo de visitantes necesario para impulsar el desarrollo económico de la región. El sur ya no puede seguir esperando.