Soberania de Dios inescrutable
La soberanía de Dios es inescrutable, Saúl salió en busca de asnas y regresó siendo rey.
Nos cuenta el libro de Samuel una historia digna de reproducir para estos tiempos. Este libro es muy interesante, rico en enseñanzas. La propia historia de Samuel es aleccionadora. Su madre Ana era humillada antes de la concepción de Samuel, por Penina la otra mujer de su concubino, Elcana.
Ana va al Señor, se humilla y pide con una fe nunca vista. A tal punto, que el sacerdote Eli, dada la inusual persistencia en la oración, la consideró ebria por lo que le reprochó duramente.
Cuando esta, le aclara al sacerdote el motivo de su prolongada devoción, éste la bendice diciéndole que el Señor le conceda lo que pide y el Señor, le concede el hijo pedido. Lo que le salva de su humillación y constante pesar.
Ana prometió en sus peticiones que, si el Señor en su misericordia se apiadare de ella, ese hijo concedido seria consagrado al Señor. Lo que cumple sin dudar tan pronto el muchacho fue destetado.
Ana se desprendió de Samuel para cumplir la promesa hecha al Señor, pero su desprendimiento le fue agradable a Dios. El Señor le lleva sus hijos a siete.
En cuanto a Samuel no estaban dadas las disposiciones y las asignaciones de las tribus, para ser sacerdote en Israel, pues éste pertenecía a los Efratista, en consecuencia, no levita, y aun lo fuera el sacerdote Eli, tenía dos hijos; Ofinis y Finees, sustitutos naturales de su padre en esa labor que de hecho ya administraban.
Pero, estos hijos resultaron indignos y Elí, permisivo, por lo que el Señor mismo llamo a Samuel; aun cuando este no conocía realmente al Señor, y con ese llamado lo instituyó sacerdote.
Samuel desempeñó su sacerdocio con dignidad y a la atura demandada, pero sus hijos al igual que los de Eli, no lo estuvieron. Se dejaban sobornar y fueron avariciosos.
Estas actitudes provocaron un cambio radical en el gobierno, pues el pueblo le exigió al sacerdote gobernante (a Samuel) que le constituyera un rey. Se basaron para el pedimento en la vejez de éste y en lo inepto e indignos de sus descendientes, sus dos hijos (Joel y Abías)
La Petición de instituir a un rey, aunque a Samuel no le agradó, tampoco se negó, sino, que lo consultó con Dios. El Señor le ordenó que hiciera lo que el pueblo pedía y le explicó razones y consecuencias.
Terminaron los jueces con Samuel y empiezan los reyes con Saúl. Y He aquí lo interesante. Saúl descendiente de un benjamita llamado Cis, por orden de su padre fue a buscar unas asnas (burras) y no las encontró en el entorno, por lo que pasó de un lugar a otro intentando dar con ellas, sin éxito.
En su desesperación uno de sus acompañantes sugirió consultar a un famoso y bien acreditado vidente del lugar en donde habían ido a parar finalmente, lo que optan por hacer resultando ser dicho vidente, el profeta o sacerdote Samuel.
Por su parte o por parte de Dios, Samuel estaba a la espera de que el señor le mostrara la persona escogida para ungirlo como rey tal cual lo había pedido el Pueblo,
Desde Samuel vio a el porte físico de Saúl entendió que ese hombre había sido la persona que el señor le había enviado para tal propósito.
Así pasa Saúl de ser un buscador de asnas perdidas, a ser ungido como Rey de Israel.
El valor de la historia en estos tiempos:
Hoy nos ha llegado un mal que nos mantiene en nuestras casas, a muchos en meditación a otros a grado de desesperación; a unos preocupados, a otros mortificados.
Por lo que nos preguntamos: ¿Cómo pudiéramos definir esta situación?
Pidiéramos decir sin exagerar que es extremadamente grave, pero también extremadamente aleccionadora. Ni verdad ni mentira. “Es según el color del cristal con que se mira”. Esta situación nos lleva a la reflexión sobre que, en la vida, no hay nada absolutamente malo que no tenga algo bueno.
Es una pena que aprendamos por dolor, pero esto nos enseña a ser más respetuosos con la naturaleza. Nos enseña a ser menos arrogante y no cifrar nuestro valor en lo acumulado. A no ver grande al que ha podido amasar fortuna; sino, ver grande solamente a Dios, porque llega un momento en donde ni el poder ni la fortuna acumulada sirven de nada.
Hoy Dios nos ha llamado a la oración y a la reflexión por dolor, ya que por milenios nos ha llamado a la oración y a la comunión por amor, pero somos como el pueblo de Israel, duros de cerviz.
Ojalá hayamos aprendido la lección, pero conociendo la naturaleza humana y su corazón de continuo el mal, una vez haya pasado esta situación, seguiremos como en los tiempos de Noé, hasta que llegue el diluvio. ¡Qué pena! ¡Caray… qué pena!
Hasta la próxima.
Darío Nin.,
25 Marzo, 2020.