Vocería de los dioses: Las credenciales de los políticos
Un reciente y antológico AM de Diario Libre afirmó que Juan Bosch pretendió elevarcon su partido, a través de una educación política sistemática, los niveles de conciencia de la pequeña burguesía para combatir los lastres de la sociedad y favorecer la liberación nacional. Sin embargo, el citado AM concluyó: “Lo que estamos observando en estos días es el fracaso de Bosch y peor será si en estas condiciones el PLD se mantiene en el poder.” Procede entoncespreguntarnos si la culpa de nuestro atrasoes solo de ese partido o remite a toda la clase política. Si su ineptitud para liberarnos se debe asu inadecuada preparación, los políticos tendrán que credencializarse.
La pertinencia de la cuestión viene dada por la alarmantepérdida de credibilidad que acusan los partidos políticos tanto aquí como en el resto de America Latina. En la Latinobarómetro del 2018, se reporta que solo un 13% de los encuestados en toda America Latina tiene confianza en los partidos políticos, siendo la Iglesia (63%) y las Fuerzas Armadas (44%) las mejor valoradas de ocho opciones institucionales. Mientras que para la RD solamente, en octubre del pasado año la encuesta Gallup-Hoy había reportado: “Los partidos políticos y la Policía Nacional son las instancias que generan más desconfianza en la población, según el parecer del 72.8% y 70% de los adultos entrevistados del 16 al 21 de septiembre.”
En gran medida, esta crisis de credibilidad de los partidos viene espoleada por la corrupción en que están enmarañados. De acuerdo a Transparencia Internacional y suBarómetro Global de la Corrupción en America Latina y el Caribe del 2019,el país figura en el segundo lugar después de Venezuela como el más corrupto de America Latina. Un 66% de los encuestados en el país reportaron que la corrupción aumentó en el últimoaño y un 72% sostuvo que el gobierno está fracasando en la lucha contra la corrupción. Otras encuestas locales han encontrado que ese flagelo figura entre los principales problemas que confronta la ciudadanía. No sorprende que el BID haya clasificado al país entre los de mayor ineficiencia en el manejo del gasto público.
Con este pésimo baldón reputacional entonces, la clase política es en gran medida responsable de la pobreza y el insuficiente progreso de la sociedad dominicana. Ella es la principal protagonista del desarrollo nacional, ya que detenta la tutela del Estado y este juega el principal rol direccional del país. La calidad del desempeño de la clase política en la conducción de los asuntos públicos debe, por tanto, ser un tema medular del debate desarrollista (especialmente ahora que el CONEP está pidiendo una revisión de la Estrategia Nacional de Desarrollo). Así como la calidad del gasto fiscal y la calidad de la educación son hoy día grandes llagas en la picota publica, así también debe cuestionarse la calidad de la gestión política de nuestra sociedad.
¿Cómo mejorar el desempeño de la clase política? ¿Cómo evitar que caiga presa de la corrupción, de la indolencia social y de los abusos de poder? Bosch pretendió que sus Círculos de Estudio conjuraran las deficiencias de formación de la militancia partidista. Pero como señala el AM de Diario Libre, los resultados sugieren que ese método fracasó estrepitosamente. Habría entonces que evaluar los factores responsables del fracaso de ese método pedagógico, es decir, el pensum, los docentes, el ambiente de aprendizaje, las practicas educativas, la orquestación de la experiencia educativa, etc.Ni la efímera existencia de los Círculosni la docencia del Instituto de Formación Política del PRM se han traducido en mejores políticas públicas ni en idóneas gestiones administrativas.
Lo mismo aplica a la militancia. Aunque esta no juega un papel tan importante en la conducción de los asuntos públicos, una militancia con una acendrada cultura cívica pudo haber influido significativamente. Pero el hecho de que los Círculos se abandonaron hace tiempo y de que la matricula del PLD se ha masificado determinan en gran medida que esa “cultura cívica” brille por su ausencia. Si la educación política pretendida por Bosch no caló en los dirigentes de la pequeña burguesía, menos ha logrado con las masas irredentas de la cultura de la pobreza. Los dirigentes han tenido mayor éxito en la propalación entre ellas de la cultura de la corrupción.
Aquí y en toda America Latina no afloranprogramas exitosos para la formación de dirigentes políticos y mucho menos para la militancia. La formación de la clase política casi siempre parte, en el mejor de los casos, de ideologías (revolucionarias) o, cuando sus dirigentes sienten vocación de servicio público, de ideales personales que aspiran a mejorar la sociedad. Algunos dirigentes estudian ciencias políticas en las universidades, pero sus habilidades y destrezas académicas raras veces se truecan en liderazgo político efectivo, terminando casi siempre en la docencia universitaria. Las habilidades y destrezas de los políticos se fraguan en la lucha partidaria, donde con frecuencia se practican las malas artes y se desdeña la ética.
Nadie que aspire a posiciones de poder dentro del Estado se prepara formalmente para ocuparlas. Es en el proceloso devenir de la lucha partidaria y de las contiendas electorales que se adquiere una formación política, sin que con ello se eleve “el nivel de conciencia” para lograr un idóneo desempeño en los cargos públicos.¿Producen estos procesos de formación las capacidades adecuadas para formular la política pública y administrarla adecuadamente? ¿Es este tipo de preparación adecuada para garantizar la gobernabilidad democrática? El nivel de desconfianza de la población en los partidos políticos es pruebade lo contrario.
La actual crisis de la clase política obliga entonces afijar nuestra mirada crítica sobre su formación. No debemos dejar que se continúe fraguando a través de los procesos informales que engendra la militancia partidista y las contiendas electorales. Al igual que en un sinnúmero de profesiones, debemos crear requisitos de formación que califiquen formalmentea los que escojan trillar el camino político, ya sea a tiempo total o parcial.Debemos exigir credenciales obtenidas mediante un proceso de aprendizaje formal y una práctica monitorizada. Así como la formación de un medico requiere de una residencia y un execuátur, así la formación de un dirigente político debe requerir similares valladares calificadores.
Esta conclusión no es estrambótica. Bosch vislumbró esa necesidad cuando estableció los Círculos de Estudio. Su error, sin embargo, fue poner en manos del propio partido esa formación. La alternativa mas efectiva seria la de que la formación se instituyera formalmente a través de la ley y que su monitoreo y supervisión estuviera en manos del Estado, más propiamente de la JCE o de un organismo de la sociedad civil que tuviera esa misión exclusiva (p. ej. Participación Ciudadana). Las credenciales que se deriven de ese proceso de formación serian indispensables requisitos para optar por las posiciones electivas y aun por los cargos públicos.
Diseñar este tipo de programa de formación sería un desafío inédito.A guisa de ejemplo, pueden anticiparse tres componentes de un programa mínimo de un año de duración: ética política, formulación de políticas públicas, gestión administrativa y rendición de cuentas. Usando el internet, la docencia podría ser semipresencial y acomodarse al tiempo libre delos llamados por vocación al servicio público. Habría exámenes de admisión para medir esa vocación y requisitos para una educación continuada. Los “alumnos”tendrían sitios web donde expongan su discurso sobre su plan de acción respecto a las posiciones buscadas. El monitoreo de todo el proceso podría estar a cargo de la JCE o del organismo de la sociedad civil.
Obviamente, un grupo de expertos tendría que diseñar este tipo de programa. Aquí nos limitamos a proponer la idea
convencidos de que la crisis de credibilidad de los políticos –y sus fatídicas consecuencias– requiere una respuesta que mejore nuestro sistema político. Bosch se nos adelantó vislumbrando esa necesidad y el AM de Diario Libre ha servido para alertarnos.
Juan Llado.
30 Septiembre, 2019.
La pertinencia de la cuestión viene dada por la alarmantepérdida de credibilidad que acusan los partidos políticos tanto aquí como en el resto de America Latina. En la Latinobarómetro del 2018, se reporta que solo un 13% de los encuestados en toda America Latina tiene confianza en los partidos políticos, siendo la Iglesia (63%) y las Fuerzas Armadas (44%) las mejor valoradas de ocho opciones institucionales. Mientras que para la RD solamente, en octubre del pasado año la encuesta Gallup-Hoy había reportado: “Los partidos políticos y la Policía Nacional son las instancias que generan más desconfianza en la población, según el parecer del 72.8% y 70% de los adultos entrevistados del 16 al 21 de septiembre.”
En gran medida, esta crisis de credibilidad de los partidos viene espoleada por la corrupción en que están enmarañados. De acuerdo a Transparencia Internacional y suBarómetro Global de la Corrupción en America Latina y el Caribe del 2019,el país figura en el segundo lugar después de Venezuela como el más corrupto de America Latina. Un 66% de los encuestados en el país reportaron que la corrupción aumentó en el últimoaño y un 72% sostuvo que el gobierno está fracasando en la lucha contra la corrupción. Otras encuestas locales han encontrado que ese flagelo figura entre los principales problemas que confronta la ciudadanía. No sorprende que el BID haya clasificado al país entre los de mayor ineficiencia en el manejo del gasto público.
Con este pésimo baldón reputacional entonces, la clase política es en gran medida responsable de la pobreza y el insuficiente progreso de la sociedad dominicana. Ella es la principal protagonista del desarrollo nacional, ya que detenta la tutela del Estado y este juega el principal rol direccional del país. La calidad del desempeño de la clase política en la conducción de los asuntos públicos debe, por tanto, ser un tema medular del debate desarrollista (especialmente ahora que el CONEP está pidiendo una revisión de la Estrategia Nacional de Desarrollo). Así como la calidad del gasto fiscal y la calidad de la educación son hoy día grandes llagas en la picota publica, así también debe cuestionarse la calidad de la gestión política de nuestra sociedad.
¿Cómo mejorar el desempeño de la clase política? ¿Cómo evitar que caiga presa de la corrupción, de la indolencia social y de los abusos de poder? Bosch pretendió que sus Círculos de Estudio conjuraran las deficiencias de formación de la militancia partidista. Pero como señala el AM de Diario Libre, los resultados sugieren que ese método fracasó estrepitosamente. Habría entonces que evaluar los factores responsables del fracaso de ese método pedagógico, es decir, el pensum, los docentes, el ambiente de aprendizaje, las practicas educativas, la orquestación de la experiencia educativa, etc.Ni la efímera existencia de los Círculosni la docencia del Instituto de Formación Política del PRM se han traducido en mejores políticas públicas ni en idóneas gestiones administrativas.
Lo mismo aplica a la militancia. Aunque esta no juega un papel tan importante en la conducción de los asuntos públicos, una militancia con una acendrada cultura cívica pudo haber influido significativamente. Pero el hecho de que los Círculos se abandonaron hace tiempo y de que la matricula del PLD se ha masificado determinan en gran medida que esa “cultura cívica” brille por su ausencia. Si la educación política pretendida por Bosch no caló en los dirigentes de la pequeña burguesía, menos ha logrado con las masas irredentas de la cultura de la pobreza. Los dirigentes han tenido mayor éxito en la propalación entre ellas de la cultura de la corrupción.
Aquí y en toda America Latina no afloranprogramas exitosos para la formación de dirigentes políticos y mucho menos para la militancia. La formación de la clase política casi siempre parte, en el mejor de los casos, de ideologías (revolucionarias) o, cuando sus dirigentes sienten vocación de servicio público, de ideales personales que aspiran a mejorar la sociedad. Algunos dirigentes estudian ciencias políticas en las universidades, pero sus habilidades y destrezas académicas raras veces se truecan en liderazgo político efectivo, terminando casi siempre en la docencia universitaria. Las habilidades y destrezas de los políticos se fraguan en la lucha partidaria, donde con frecuencia se practican las malas artes y se desdeña la ética.
Nadie que aspire a posiciones de poder dentro del Estado se prepara formalmente para ocuparlas. Es en el proceloso devenir de la lucha partidaria y de las contiendas electorales que se adquiere una formación política, sin que con ello se eleve “el nivel de conciencia” para lograr un idóneo desempeño en los cargos públicos.¿Producen estos procesos de formación las capacidades adecuadas para formular la política pública y administrarla adecuadamente? ¿Es este tipo de preparación adecuada para garantizar la gobernabilidad democrática? El nivel de desconfianza de la población en los partidos políticos es pruebade lo contrario.
La actual crisis de la clase política obliga entonces afijar nuestra mirada crítica sobre su formación. No debemos dejar que se continúe fraguando a través de los procesos informales que engendra la militancia partidista y las contiendas electorales. Al igual que en un sinnúmero de profesiones, debemos crear requisitos de formación que califiquen formalmentea los que escojan trillar el camino político, ya sea a tiempo total o parcial.Debemos exigir credenciales obtenidas mediante un proceso de aprendizaje formal y una práctica monitorizada. Así como la formación de un medico requiere de una residencia y un execuátur, así la formación de un dirigente político debe requerir similares valladares calificadores.
Esta conclusión no es estrambótica. Bosch vislumbró esa necesidad cuando estableció los Círculos de Estudio. Su error, sin embargo, fue poner en manos del propio partido esa formación. La alternativa mas efectiva seria la de que la formación se instituyera formalmente a través de la ley y que su monitoreo y supervisión estuviera en manos del Estado, más propiamente de la JCE o de un organismo de la sociedad civil que tuviera esa misión exclusiva (p. ej. Participación Ciudadana). Las credenciales que se deriven de ese proceso de formación serian indispensables requisitos para optar por las posiciones electivas y aun por los cargos públicos.
Diseñar este tipo de programa de formación sería un desafío inédito.A guisa de ejemplo, pueden anticiparse tres componentes de un programa mínimo de un año de duración: ética política, formulación de políticas públicas, gestión administrativa y rendición de cuentas. Usando el internet, la docencia podría ser semipresencial y acomodarse al tiempo libre delos llamados por vocación al servicio público. Habría exámenes de admisión para medir esa vocación y requisitos para una educación continuada. Los “alumnos”tendrían sitios web donde expongan su discurso sobre su plan de acción respecto a las posiciones buscadas. El monitoreo de todo el proceso podría estar a cargo de la JCE o del organismo de la sociedad civil.
Obviamente, un grupo de expertos tendría que diseñar este tipo de programa. Aquí nos limitamos a proponer la idea
convencidos de que la crisis de credibilidad de los políticos –y sus fatídicas consecuencias– requiere una respuesta que mejore nuestro sistema político. Bosch se nos adelantó vislumbrando esa necesidad y el AM de Diario Libre ha servido para alertarnos.
Juan Llado.
30 Septiembre, 2019.