En la ruta de los huracanes


Cada año que transcurre, pero en especial entre junio y noviembre, nuestro país afronta peligros de sufrir serias devastaciones por estar ubicado en una región proclive al azote de los huracanes que se forman en el océano Atlántico, frente a las costas de África.

Año tras año, en sus desplazamientos de miles de kilómetros por aguas y territorios del Atlántico, y en ocasiones por el mar Caribe, esos fenómenos dejan su secuela de víctimas y destrozos de gran cuantía, en especial en las islas de Sotavento y Barlovento, siempre incluidas en sus rutas.

Causa pavor el solo hecho de imaginarse uno cuando un huracán registra un lento desplazamiento, digamos entre 14 ó 20 kilómetros por hora, siendo mayor el peligro para las zonas por donde pase su diámetro, que puede alcanzar entre 30 y hasta 50 kms.

Mientras más tiempo dure el ojo del huracán en un lugar, el azote implacable de las ráfagas de vientos permanece prácticamente estacionaria por horas y horas, lo que convierte esos momentos en un verdadero infierno, capaz de acabar con todo lo que encuentra a su paso, incluso construcciones de máxima resistencia.

Fue lo que pasó hace pocas semanas con Irma y María en Dominica, St. Marteen, Antigua y Barbuda y luego Puerto Rico. Los destrozos causados dejaron esas islas con decenas de víctimas y en total devastación.

Lo más avanzado de los adelantos tecnológicos solo pueden hacer proyecciones, que no siempre son certeras, respecto al desplazamiento que llevará un huracán, aún cuando se aproximen a lo que en realidad sucederá. De ahí que los organismos meteorológicos y de control de emergencias deben mantener una información directa con la ciudadanía.

En innumerables ocasiones, el territorio nacional ha sido puesto a la expectativa ante potenciales amenazas de ser impactado por la furia de poderosos huracanes. Aunque Irma y María no nos impactaron directamente, sí provocaron daños calculados en miles de millones de pesos, y dejaron a miles de familias damnificadas a causa de las inundaciones provocadas y el efecto de los vientos en aquellas zonas más afectadas.

De seguro que si el centro de María hubiese impactado el territorio nacional, tal y como lo hizo con Puerto Rico y Dominica, la magnitud de la tragedia entre nosotros hubiese sido varias veces mayor que los destrozos que provocó en la vecina isla, tomando en cuenta los altos niveles de marginalidad en que viven miles de familias dominicanas.

Pese a los destrozos provocados entre nosotros, la cantidad de víctimas mortales fueron mínimas, apenas dos, aunque sí hubo miles de desplazados por causa de los vientos y las inundaciones.

Aun cuando esta vez podemos cantar victoria, pese a todos los daños que nos dejaron Irma y María, sí debemos tener presente, y de manera permanente, que República Dominicana, y por antonomasia la Isla Hispaniola completa, está ubicada en la misma ruta de los huracanes, que año tras año ocasionan destrozos millonarios, pérdidas de vidas y miles de desplazados.

Y eso, que Irma y María tan solo rozaron la franja Nordeste y la costa Norte del territorio nacional. Si el ojo de uno de esos meteoros nos atraviesa medio a medio, aquí estaríamos envueltos en una tragedia de la cual pasaríamos largos meses para poder recuperarnos.

Merece destacar la labor desplegada antes, durante y después del paso de esos dos huracanes por instituciones como el Centro de Operaciones de Emergencia (COE), la Defensa Civil, la Oficina Nacional de Meteorología, el Ministerio de Obras Públicas, que se involucraron en salvar mantener la población debidamente informada, salvar vidas y propiedades aún en los momentos meas aciagos.

Por Felipe Mora,
10 Ocrtubre, 2017.



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