Cachoneros, cabraleños y una historia que contar
Mi casa es un imán para niños y mi hijo tiene muchos amiguitos aquí en el barrio. Esa combinación perfecta hace que mi hogar esté siempre repleto de muchachos. He mantenido una costumbre de dejar dinero menudo en la mesa de la sala de mi casa. Nunca se perdió nada. Hace unos años al barrio arribó una familia que tiene cuatro niños, unos mayores que mi hijo y otros menores que él. Como los otros, esos niños comenzaron a venir a jugar aquí a mi casa. En varias ocasiones dejé sumas menores de 100 pesos en la mesa y, aunque no siempre, algunas veces se desaparecían. Otras veces encontraba en la nevera cartones de jugos y envases de yogures vacíos, pero nunca le di importancia porque pensé que era una nueva maña que mis hijos habían tomado (aunque sí les digo que siempre me resultó extraño).
Un viernes, como de costumbre, dejé 200 pesos encima de la mesa, y esta vez no aparecieron jamás. Ahí empecé a preocuparme, porque aquí nunca se había perdido nada y desde hacía un tiempo se desaparecían y sucedían algunas cosas raras. Al día siguiente, inicié una investigación de qué había pasado y ya para el domingo tenia la infidencia de parte de uno de los niños que visitaban mi casa quien me expresó “Sin que usted le diga que fui yo el que se lo dije, el dinero lo tomó fulano. Yo lo vi en el colmado comprando muchas papitas y malta morena”.
Nunca la pregunté al acusado si lo hizo o no, aunque era una posibilidad de hacerlo, pero el solo temor de que sus padres le dieran una pela enorme por el hecho, me hizo no cuestionarlo. Esa misma tarde fui al colmado, y el dependiente me dijo que ese niño sí había ido a comprar cosas lo que me dijeron, pero que él lo encontró raro porque sus padres nunca le daban dinero para meriendas. Entonces me llegó la duda de qué hacer ¿no aceptaba a ningún muchacho en la casa por temor a que esto siga sucediendo o le decía al niño que hurtó que no viniera más aquí?.
Días después me senté con mi hijo, que en ese entonces tenía 9 años, y le expliqué lo que se podía sobre el tema. En plena conversación, mi hijo, quien estaba muy atento a lo que le decía, me interrumpió y me dijo “Papi, tranquilo. Déjame eso a mí. Le buscaré la vuelta para que el no vuelva más a la casa”. Han pasado 4 años de aquel suceso. Todos los niños, a excepción de aquel que tomó los 200 pesos, siguen viniendo a mi casa a jugar, incluso se han agregado unos cuantos más, ¡Y jamás se ha perdido nada!.
Comparto esta historia personal porque creo que es uno de los dilemas que hoy podrían tener los dueños de los nueve negocios de bebidas que están en los alrededores del parque de Cabral con respecto a los cachoneros. ¿hacerse los indiferentes, prohibirle de manera
indefinida o temporal la entrada a los cachoneros o sencillamente no aceptar a los necios que dañan las fiestas y exponen la vida de coterráneos o clientes en sus negocios?. Sea cual sea la decisión que se tome, salvo la primera, podría en un futuro evitar muertos innecesarios como en años anteriores. Ojalá, quienes tengan en sus manos la responsabilidad hacer ahora, y para el futuro, lo que se debe hacer, lo hagan, pues de nada valdría entonces la vergonzosa experiencia vivida del pasado domingo.
Por Yassir Feliz,
Cabral, Barahona, 01 Agosto, 2017.-