OPINIÓN: RECOBRAR LA PAZ
La República Dominicana tiene un segmento poblacional dedicado al trabajo en empresas públicas, privadas o por cuenta propia con el fin último de ganar el sustento familiar o personal. En esa laboriosidad usualmente prima el respeto mutuo.
No faltan, empero, aquellos que quieren lo fácil porque el trabajo en cualquiera de sus categorías le sabe a hiel. Los primeros desean recobrar la paz para seguir brindando una sonrisa a los foráneos que tienen un concepto muy positivo de nuestra gente noble.
Unos cuantos malandrines, quien sabe si con el propósito de quebrantar el país para ahuyentar los visitantes y meter cuco a los nativos, mantienen la zozobra.
No faltan, empero, aquellos que quieren lo fácil porque el trabajo en cualquiera de sus categorías le sabe a hiel. Los primeros desean recobrar la paz para seguir brindando una sonrisa a los foráneos que tienen un concepto muy positivo de nuestra gente noble.
Unos cuantos malandrines, quien sabe si con el propósito de quebrantar el país para ahuyentar los visitantes y meter cuco a los nativos, mantienen la zozobra.
Es hora de poner fin a esa situación y que quienes se prestan a ese bandolerismo reciban el peso de la ley.
No faltan los que alegan que no consiguen trabajo. Si no consigue, invéntelo. Todo el mundo ve por las calles de Santo Domingo a hombres y mujeres haitianos con carretas repletas de diversos productos que venden en las principales vías. Siembre estos se inventan algo para subsistir.
Se podría afirmar que un segmento de los haitianos está desplazando a esos dominicanos que antes estaban en las esquinas ofertando chucherías que eran útiles.
Se trata de los pocos vagos que tenemos, algunos de los cuales quieren lo fácil o pedir. Pedir sin hacer el esfuerzo por conseguir lo que se desea debe causar vergüenza.
El mejor ejemplo de que cuando se quiere se puede es el de un señor que venía diariamente desde Villa Altagracia hasta la Capital y, muy cerca de la 27 de Febrero, desplegaba una mesita para vender sus empanadas.
En ese ir y venir le acompañaba su esposa y un hijo menor que estaban estudiando. Luego tuvo que moverse a un local alquilado para no ocupar la acera. Ya hace tiempo que compró el local alquilado.
El señor de las empanadas, su esposa y el hijo que ya es adulto trabajan en sus negocios y viven holgados con una bonanza ganada con el sudor de su frente.
Aquí no faltan unos cuantos que desean vivir atracando, y hasta matando, a quienes trabajan. A esos hay que aplicarles la Ley del Talión. Se precisa recobrar la paz que es la que permite que fluya la bonanza en todos los sentidos.
Por Cándida Figuereo
25-03-2017