Más allá de Odebrecht
Los dominicanos no estamos acostumbrados a procesar la corrupción de un modo concreto, siempre ha sido un mal que se observa, reconoce e intuye, muchas veces con temor a especular dado que con el tema también se manipula, cuando no se usa ligera e irresponsablemente. De ahí que el fenómeno no ha gravitado como un asunto de interés general y se desvanece sin dejar otra cosa que el mal sabor de una larvada crisis de fe en nuestros sistemas, instituciones y actores.
El caso Odebrecht ha puesto en alto relieve el problema, desatando todo tipo de reacciones y haciéndonos concurrir en el deseo de que se impulse una voluntad política contra la impunidad. Confío en que como resultado de ello y dada la declarada determinación expresada por el presidente de la República, el Estado se tome el tiempo de instrumentar un expediente robusto, que se valga a sí mismo, para evitar que cualquier ligereza sepulte las aspiraciones generalizadas de justicia.
Para eso no necesitamos tutela extranjera, es una prueba que debemos superar entre nosotros, admitirla sería infravalorarnos como inviables e incapaces de madurar institucionalmente. En su editorial del 3 de febrero, Diario Libre lo expresó atinadamente: “¿Cuál es la prisa? ... ¿No querrán algunos que se caigan los casos para seguir acusando a nuestra democracia de vivir en la impunidad? La amenaza de crear organismos internacionales en el país para investigar la corrupción ... , es una declaración de incompetencia que todavía no estamos dispuestos a conceder. Apoyemos una investigación local seria y ganaremos todos.”
El presente proceso debemos asumirlo desde una óptica que nos permita ver más allá, si bien no se debe cejar en el propósito, no podemos permitir que nos obnubile, perdiendo de vista la necesidad de la fortaleza de las instituciones y por ende del futuro. No comparto la generalización de la presunción de culpabilidad inspirada por la anti-política, las campañas que pretenden llevarse de paro todo, más allá de los culpables, bajo la presunción de que el país no tiene paradigmas.
Para unos cuantos, se trata de crear las condiciones en que, sea cual sea el resultado, queden sembradas las dudas y con ello mantener arrodillada, por no decir que aplastada la legitimidad de la clase política, culpable de vacilación frente a los intereses que graciosamente la devalúan deportivamente, no sin que ella misma, muchas veces, facilite las razones que sirven de causa eficiente al descrédito.
Vamos “con toa la se a la tinaja”, a barrer con todo y con todos, como si ignoráramos el peligro que en ello hay implícito; en vez de dirigirnos hacia a la construcción de una cultura anti-corrupción y a la conciencia de la responsabilidad personal de cada quien por sus hechos. Frente a ello, no hay ningún otro remedio que no sea sancionar a quien se debe, sin descalificar urbi et orbi a toda la sociedad política nacional; dejar a la sociedad que juzgue y derive consecuencias de cada acción u omisión, sin muletas que atrofien la madurez social e institucional que necesitamos para ajustar cuentas del modo en que lo manda la democracia.
Hasta el pasado discurso presidencial, el gobierno había facilitado la creación de ese ambiente, permitiendo que se percibiera que la legítima demanda de la sociedad contra la impunidad es un acto en su contra, cuando lo correcto es acompañarla. Por suerte, el presidente cambió de rumbo esa actitud al asumir su pleno apoyo a esa lucha, el país debe tomarle la palabra y esperar vigilantemente por resultados oportunos, sin renunciar a la beligerancia de su justa demanda.
En medio de todo, enfrentamos la fatiga de nuestro sistema de partidos, la presencia insostenible y agónica de un método de ejercicio político clientelista-populista que subyace en la base del fenómeno de la corrupción como cultura. El 2020 viene en camino, para esa fecha, la experiencia nos dice que los procesos derivados de las presentes circunstancias aún andarán brincando por las salas y pasillos de los tribunales, muy probablemente, haciendo coincidir la asamblea electoral con una severa crisis de confianza.
A pesar de ello el país debe prepararse para sus citas ineludibles. No estamos en el mejor momento para arribar al 20 con el sistema político exhausto y todo el parque partidario desacreditado, maltrecho, desvencijado y desprovisto de representatividad, sin que ello nos acerque peligrosamente a una lotería, donde tal vez el premio sea la improvisación y el caos, nunca se sabe el momento, mucho menos quién.
Corresponde al gobierno y al PLD, dado el control que ejercen sobre el Estado, la responsabilidad de preparar el andamiaje institucional con un nuevo código electoral y de partidos políticos que transforme el modelo, su naturaleza populista-clientelar y muy principalmente su financiamiento, etc.; tarea en la que debe procurar el acompañamiento respetuoso de todos. Cumplida esa misión, en la eventualidad probable de que le toque bajar del trono, no se arriesgarían a entregarlo en medio de un caos que nos conduzca a lo ignoto, porque no basta subir si no se sabe bajar adecuadamente.
Debemos virar la cara al pasado y recordar que en un momento, fueron el plan B del Dr. Balaguer, quien junto al Prof. Juan Bosch, dejó sentadas las bases para su relevo, sin traumas, legado que deben proponerse reivindicar de un modo tal, que no se les pegue a los viejos ni a sus herederos el foul de una sucesión que culmine en el colapso. Ejemplos hay de sobra.
JOSÉ RICARDO TAVERAS BLANCO,
11 Marzo, 2017.-