El día después
La marcha del pasado 22 de enero puede que marque un antes y un después en la actual coyuntura política.
Con esta soberbia movilización espontánea, una importante franja de la sociedad dominicana dejó en claro su conciencia de que en el país las instituciones responsables de investigar, perseguir y sancionar la corrupción no funcionan y, lo más importante, su determinación de no sentarse a esperar el curso espontáneo de los acontecimientos, sino de ponerse en movimiento, tomar las calles y manifestarse por si misma.
La marcha del 22-E es apenas el punto de partida de lo que puede ser un largo proceso. Acabar con la impunidad no será un regalo que nos harán los corruptos. Estemos claros que el modelo de dominio político instaurado por el PLD, clientelista y asistencialista, basado en el control de los medios de comunicación, la compra o destrucción de la oposición y la neutralización en su favor de sectores de la oligarquía, sólo puede sostenerse en base a la acumulación económica por vía de la corrupción, el lavado y el pago de peaje por el narcotráfico.
En ese esquema, la impunidad es la garantía de que al corrupto no le quitarán lo robado, ni recibirá castigo. Por eso, el modelo peledeísta requiere el control del congreso, poder judicial, Ministerio Público, Cámara de Cuentas, órganos electorales, entre otros. La impunidad es lo que hace sostenible la acumulación por vía de la corrupción.
La espontaneidad de la marcha del 22-E es parte de su fortaleza y, al mismo tiempo, de su debilidad. Por eso, se impone hacer un profundo ejercicio de reflexión y evitar caer en la tentación de comenzar a dar palos a ciegas a ver si “pegamos” como si la lucha política fuera jugar en una lotería.
Varias son las cuestiones que requieren ser pensadas, definidas, consensuadas y construidas, en los días por venir.
1º. La conducción de este proceso requiere de una dirección político-social-ciudadana. Se trata de que los distintos sectores, sean estos políticos, organizaciones sociales o ciudadanas que se identifican en el impulso de un proceso de lucha por “El Fin de la Impunidad”, definan una forma de planificación y de coordinación de los momentos y de las acciones. No se trata de ahogar las iniciativas, sino de estimularlas, pero en un cauce y horizonte comunes, practicando una gran unidad de acción. Lo que sí, que la lucha tiene que ser radical, en el sentido ir a la raíz del problema, atacar sus causas y sus responsables.
2º. Hay que darle direccionalidad al proceso. Enfrentar la corrupción que propicia un gobierno, un liderazgo y el partido oficial es una lucha definidamente política. Para enfrentar la corrupción y la impunidad hay que sacar al PLD del poder y, sobre todo, desmontar su modelo de dominio político. Para ello es imprescindible que asuma la dirección del Estado un liderazgo político-social-ciudadano, medularmente honesto, con compromiso social e identificado en palabras y hechos con el fortalecimiento de la institucionalidad democrática y el respeto de la legalidad.
3º. Ampliar la base social. Los sectores medios son los que más rápidamente se identifican en la lucha contra la corrupción y la impunidad y son menos vulnerables al clientelismo del Estado. Pero para librar exitosamente este proceso hay que incorporar los sectores populares. Cómo hacerlo es precisamente uno de los retos a resolver, pero se trata de una cuestión crucial.
4º. Nacional y local. Es verdad que los casos de corrupción de mayor impacto son los nacionales, como por ejemplo, este de Odebrecht. Pero la corrupción tiene decenas de manifestaciones concretas a nivel de los gobiernos locales. Es necesario por tanto, penetrar al barrio, vincularnos con las comunidades en el exterior. Sólo cuando la lucha sea también local es que verdaderamente será nacional.
5º. Los métodos. Esta lucha es con y desde la ciudadanía, o no es. La gente tiene que sentir que participando en ella está luchando por su propio interés. Tiene que hacerla suya el empresario y el productor, el trabajador, el profesional, la ama de casa, el comerciante, el estudiante, el joven, el motoconchista, el desempleado, el hombre y mujer de a pie. Todos ellos son víctimas de la corrupción y de la impunidad.
Por eso, esta lucha tiene que ser, i) pacífica: para que sea amigable a la participación de la familia, la mujer, los jóvenes, los niños, los envejecientes, los discapacitados; ii) participativa: hay que reunir a la gente en los barrios y comunidades y hablar del porqué de esta lucha y como la corrupción y la impunidad nos perjudica a todos, incorporarlos; iii) creativa: dejar atrás los métodos de la vieja política. Cambiar el clientelismo y el asistencialismo por la solidaridad, la complementariedad, la toma de conciencia. Hay que poner a prueba el ingenio, en las redes sociales, en las reuniones, en las caminatas.
Es claro que esta vez estamos ante la real oportunidad de asestarle un duro golpe a la corrupción y a la impunidad. Es un momento decisivo. Es ahora o puede que no sea nunca. Si nos disponemos, si nos decidimos, seguro que podemos.
Por Guillermo Moreno
31 ENERO, 2017.-