Cuando Ramón Leonardo cayó preso López Reyes estaba allí
(Foto: Oscar López Reyes. (Fuente Externa)
No fue Felipe III, sino el Dr. Balaguer quien sabía del contrabando de ideas marxistas, del comunismo ateo y disociador que se inculcaba a la juventud, no en los años 1605 y 1606, sino durante los fatídicos Doce Años.Y el coronel Alejandro de la Paz de León sabía que los marxistas eran, en realidad, piratas que ponían en peligro, no la economía de la colonia, sino todo el sistema dominado por el poder extranjero. Eso se había producido, inicial mente, en la parte Este de la isla, en La Romana, por medio del Sindicato Unido, que muy temprano fue puesto fuera de juego. Pero, la piratería y el contrabando de ideas subversivas reapareció con fuerza más tarde, en la banda Norte (San Francisco de Macorís) y la Oeste (Barahona), donde los comunistas y sus “compañeros de viaje”, como diría Bonillita, rivalizaban con el barrio Capotillo, de Santo Domingo, como los lugares más combativos y peligrosos para la permanencia del régimen de terror que se había impuesto.
No fue Felipe III, sino el Dr. Balaguer quien sabía del contrabando de ideas marxistas, del comunismo ateo y disociador que se inculcaba a la juventud, no en los años 1605 y 1606, sino durante los fatídicos Doce Años.Y el coronel Alejandro de la Paz de León sabía que los marxistas eran, en realidad, piratas que ponían en peligro, no la economía de la colonia, sino todo el sistema dominado por el poder extranjero. Eso se había producido, inicial mente, en la parte Este de la isla, en La Romana, por medio del Sindicato Unido, que muy temprano fue puesto fuera de juego. Pero, la piratería y el contrabando de ideas subversivas reapareció con fuerza más tarde, en la banda Norte (San Francisco de Macorís) y la Oeste (Barahona), donde los comunistas y sus “compañeros de viaje”, como diría Bonillita, rivalizaban con el barrio Capotillo, de Santo Domingo, como los lugares más combativos y peligrosos para la permanencia del régimen de terror que se había impuesto.
En el caso concreto de Barahona, era la época en que la casi totalidad de las casas no tenían televisión ni teléfonos, y los moradores sólo se recreaban con la radio y, principalmente, con la retreta dominical del Parque Central.
Fue en estas circunstancias que a Oscar López Reyes, presidente del club “José A. Robert”, que aglutinaba a una buena parte de los jóvenes progresistas de Barahona, le tocó la difícil tarea de invitar a esa comunidad al pirata revolucionario más emblemático de la época: el cantautor Ramón Leonardo.
Eso, por supuesto, era un desafío para los gobernadores de la colonia.
De manera, que el permiso oficial fue solicitado a la gobernadora provincial, doctora Alminda Prats de Gómez, representante local de la Comisión de Espectáculos Públicos.
Pero ella, aunque era quien estaba facultada oficialmente para dar el permiso, no cayó en el “gancho”, pues si algo salía mal podría pagar las consecuencias. Por esto, remitió a los jóvenes del “José A. Robert”, donde el coronel De la Paz de León, quién era la verdadera ley, batuta y constitución de la zona.
En el camino, luego de pasar por “La Casa de los siete candados”, los muchachos vieron que los carteles del cine Ercilia anunciaban a “Harry el Sucio”, con Clint Eastwood.
Y cuando llegaron al despacho del comandante los jóvenes comenzaron a sentir la presión.
– ¿Qué vaina es la que ustedes quieren? –los enfrentó el uniformado – díganmelo rápido, que no puedo perder tiempo en pendejadas.
Los chicos lucían pálidos. Descoloridos. Lívidos. Pero firmes.
–Queremos el permiso para traer a Ramón Leonardo a Barahona.
Las palabras le salieron timoratas al “compañerito” López Reyes.
– ¡Qué cojones! ¿Por qué no traen, mejor a López Balaguer y no a ese comunista?
–Lo que pasa… –las palabras salían temblorosas y casi entrecortadas– es que queremos a un personaje de la juventud.
– ¡Que juventud, del carajo! ¿Por qué no pueden traer a José Lacay, al que le dicen el Avión, porque tiene un restaurante parecido a eso?… O a Elenita Santos, al Negrito Truman o a cualquier otro que no sea comunista.
Aquí, a una de las muchachas se le metió en la cabeza “el tembleque”, de las “Cuatro mosquitas”, al tiempo que Oscar continuó:
–Fue una decisión de la directiva…
– ¡Qué directiva del carajo! –el coronel ardía en cólera –Vayan a Interior y Policía y tráiganme el permiso de allí.
¡Ufff! ¡Qué alivio! Los muchachos se marcharon, evitando cruzar por el liceo Francisco Henríquez y Carvajal, que estaba cerca de la fortaleza y donde un grupo de la UER, en el que se encontraba Yenebi Gómez, señalaba al jefe del plantel, cantando esta consigna:
–Oye director, deja el coqueteo, que las masas saben, que eso se ve feo.
Al otro día, al dirigirse a la gobernación, pasaron por el cine “Unión”, en uno de cuyos carteles anunciaban “¿Sabes quién viene a cenar?”, con Sidney Poitier.
– ¿Qué pasó?
–Ahora venimos ante usted, como representante de Interior y Policía.
La gobernadora trató de evadir, de nuevo, la cuestión. Pero, después de una larga conversación, accedió.
Y los muchachos, felices, volvieron donde el coronel:
–Este es el permiso.
Después de leerlo –o aparentar hacerlo-, por varios minutos, que a los muchachos les parecieron horas:
–Ok… está bien… pero… no quiero desórdenes. No quiero propaganda roja. No quiero caos. No quiero bullicio. No quiero subversión. No quiero agitadores… ¡No quiero comunismo, coño!
Bueno, pero a pesar de todas esas reprimendas, se había logrado el objetivo: Ramón Leonardo vendría a Barahona.
El espacio seleccionado, en el Instituto de Bellas Artes, estaba repleto para la prima noche del 11 de junio de 1975, el mismo año en que el Tribunal Constitucional de Italia –cuna del Vaticano-, admitía el aborto terapéutico y la ONU declaraba el 8 de marzo como el “Día Internacional de la mujer”. Fue entonces, cuando el pirata rojo y contrabandista de teorías ateas, disolventes y disociadoras, Ramón Leonardo, uno de los grandes de “7 días con el pueblo”, se dedicaría a inculcara en la población, por medio de sus canciones, ideas demoníacas, tales como “Libertad para los presos”, “Regreso de los exiliados”, “Presupuesto justo para la UASD”, “El final del régimen de oprobio”, y otras necedades.
Y, al descorrerse el telón, para marcar la pauta y no dejar dudas de su osadía, comenzó interpretando “Abra las rejas, señor Gobierno”.
Eso enardeció a la chusma, integrada por jóvenes –y también por algunos no tan jóvenes, pero sí tan cabezas caliente como ellos.
La multitud estaba estremecida de emoción. Exuberante de entusiasmo. Casi en el éxtasis de la felicidad.
Y, a continuación, para suavizar el ambiente, utilizando sus tácticas disociadoras y comunistoides, antes de otras “provocadoras”, Ramón Leonardo lanzó “La distancia”.
Pero no hubo tal distancia pues, sin aviso previo, un contingente policial entró al lugar, provocando una estampida mayor. Subieron, de inmediato, al escenario y atraparon al atolondrado cantante. Oscar López Reyes, como muchos otros, buscó donde quedar a buen resguardo.
El cantautor fue llevado a la comandancia, donde el coronel Alejandro de la Paz de León, lo acusó de interpretar canciones prohibidas, tales como “Francisco Alberto, caramba”; “Abra las rejas, señor Gobierno”, “Soldado yo te pregunto”, “La Universidad” y otras.
Al día siguiente, mientras en el cine “Barahona” se anunciaba la película “El exorcista”, Ramón Leonardo fue trasladado a la capital donde, al llegar, anunciaría su retiro del arte, por el acoso brutal a que era sometido por las autoridades policiales (aunque poco después regresaría a los escenarios populares, atendiendo al llamado de la época).
Las autoridades policiales procedieron, entonces, a allanar la casa de la abuela paterna del presidente del club “José A. Robert”, Oscar López Reyes, en la calle Francisco Vásquez, número 35, del sector Villa Estela, así como otras donde podría estar oculto el dirigente juvenil.
Pero la promesa del comandante policial, que había jurado darle una paliza a ese agitador, no pudo cumplirse, pues él huyó a la capital, Santo Domingo, dejando en Barahona sus más preciados valores: la esposa y sus dos hijos, el puesto de auxiliar del secretario de la Corte de Apelación, el trabajo de secretario en Radio Barahona, los estudios en el centro universitario de la UASD, el Club Cultural José A. Robert, que fue destruido; la organización de izquierda a la que pertenecía y los familiares y los amigos.
Sin embargo, fruto de aquella terrible devastación, decidió quedarse en la capital, donde permanece hasta el sol de hoy y donde pudo estudiar periodismo y desarrollar su fructífera labor profesional como presidente del Colegio Dominicano de Periodistas, director de la Escuela de Comunicación de la O&M, presidente de la empresa “Publimercadeo”, y otros logros, incluyendo la publicación de más de 20 libros.
Pero ha seguido, desde entonces, aferrado a sus raíces, pues fue director del periódico “Barahona al día”, presidente de la Alianza Barahonera y la Asociación para el Desarrollo de Barahona” e, incluso, ha publicado hasta hoy cinco libros sobre su amada provincia.
Y no puede olvidar el día en que salió de allí, forzado por la devastación desatada, hecho que recuerda cada vez que escucha la canción, cuyo enlace se copia aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=epdkqRu0K-Y
En verdad, es poco lo que podría decir sobre aquella devastación.
Oscar López Reyes sí.
Él estaba allí.
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03/09/2016 12:00 AM - Jimmy Sierra
Oscar López Reyes.
Oscar López Reyes. (Fuente Externa)
No fue Felipe III, sino el Dr. Balaguer quien sabía del contrabando de ideas marxistas, del comunismo ateo y disociador que se inculcaba a la juventud, no en los años 1605 y 1606, sino durante los fatídicos Doce Años.Y el coronel Alejandro de la Paz de León sabía que los marxistas eran, en realidad, piratas que ponían en peligro, no la economía de la colonia, sino todo el sistema dominado por el poder extranjero. Eso se había producido, inicial mente, en la parte Este de la isla, en La Romana, por medio del Sindicato Unido, que muy temprano fue puesto fuera de juego. Pero, la piratería y el contrabando de ideas subversivas reapareció con fuerza más tarde, en la banda Norte (San Francisco de Macorís) y la Oeste (Barahona), donde los comunistas y sus “compañeros de viaje”, como diría Bonillita, rivalizaban con el barrio Capotillo, de Santo Domingo, como los lugares más combativos y peligrosos para la permanencia del régimen de terror que se había impuesto.
En el caso concreto de Barahona, era la época en que la casi totalidad de las casas no tenían televisión ni teléfonos, y los moradores sólo se recreaban con la radio y, principalmente, con la retreta dominical del Parque Central.
Fue en estas circunstancias que a Oscar López Reyes, presidente del club “José A. Robert”, que aglutinaba a una buena parte de los jóvenes progresistas de Barahona, le tocó la difícil tarea de invitar a esa comunidad al pirata revolucionario más emblemático de la época: el cantautor Ramón Leonardo.
Eso, por supuesto, era un desafío para los gobernadores de la colonia.
De manera, que el permiso oficial fue solicitado a la gobernadora provincial, doctora Alminda Prats de Gómez, representante local de la Comisión de Espectáculos Públicos.
Pero ella, aunque era quien estaba facultada oficialmente para dar el permiso, no cayó en el “gancho”, pues si algo salía mal podría pagar las consecuencias. Por esto, remitió a los jóvenes del “José A. Robert”, donde el coronel De la Paz de León, quién era la verdadera ley, batuta y constitución de la zona.
En el camino, luego de pasar por “La Casa de los siete candados”, los muchachos vieron que los carteles del cine Ercilia anunciaban a “Harry el Sucio”, con Clint Eastwood.
Y cuando llegaron al despacho del comandante los jóvenes comenzaron a sentir la presión.
– ¿Qué vaina es la que ustedes quieren? –los enfrentó el uniformado – díganmelo rápido, que no puedo perder tiempo en pendejadas.
Los chicos lucían pálidos. Descoloridos. Lívidos. Pero firmes.
–Queremos el permiso para traer a Ramón Leonardo a Barahona.
Las palabras le salieron timoratas al “compañerito” López Reyes.
– ¡Qué cojones! ¿Por qué no traen, mejor a López Balaguer y no a ese comunista?
–Lo que pasa… –las palabras salían temblorosas y casi entrecortadas– es que queremos a un personaje de la juventud.
– ¡Que juventud, del carajo! ¿Por qué no pueden traer a José Lacay, al que le dicen el Avión, porque tiene un restaurante parecido a eso?… O a Elenita Santos, al Negrito Truman o a cualquier otro que no sea comunista.
Aquí, a una de las muchachas se le metió en la cabeza “el tembleque”, de las “Cuatro mosquitas”, al tiempo que Oscar continuó:
–Fue una decisión de la directiva…
– ¡Qué directiva del carajo! –el coronel ardía en cólera –Vayan a Interior y Policía y tráiganme el permiso de allí.
¡Ufff! ¡Qué alivio! Los muchachos se marcharon, evitando cruzar por el liceo Francisco Henríquez y Carvajal, que estaba cerca de la fortaleza y donde un grupo de la UER, en el que se encontraba Yenebi Gómez, señalaba al jefe del plantel, cantando esta consigna:
–Oye director, deja el coqueteo, que las masas saben, que eso se ve feo.
Al otro día, al dirigirse a la gobernación, pasaron por el cine “Unión”, en uno de cuyos carteles anunciaban “¿Sabes quién viene a cenar?”, con Sidney Poitier.
– ¿Qué pasó?
–Ahora venimos ante usted, como representante de Interior y Policía.
La gobernadora trató de evadir, de nuevo, la cuestión. Pero, después de una larga conversación, accedió.
Y los muchachos, felices, volvieron donde el coronel:
–Este es el permiso.
Después de leerlo –o aparentar hacerlo-, por varios minutos, que a los muchachos les parecieron horas:
–Ok… está bien… pero… no quiero desórdenes. No quiero propaganda roja. No quiero caos. No quiero bullicio. No quiero subversión. No quiero agitadores… ¡No quiero comunismo, coño!
Bueno, pero a pesar de todas esas reprimendas, se había logrado el objetivo: Ramón Leonardo vendría a Barahona.
El espacio seleccionado, en el Instituto de Bellas Artes, estaba repleto para la prima noche del 11 de junio de 1975, el mismo año en que el Tribunal Constitucional de Italia –cuna del Vaticano-, admitía el aborto terapéutico y la ONU declaraba el 8 de marzo como el “Día Internacional de la mujer”. Fue entonces, cuando el pirata rojo y contrabandista de teorías ateas, disolventes y disociadoras, Ramón Leonardo, uno de los grandes de “7 días con el pueblo”, se dedicaría a inculcara en la población, por medio de sus canciones, ideas demoníacas, tales como “Libertad para los presos”, “Regreso de los exiliados”, “Presupuesto justo para la UASD”, “El final del régimen de oprobio”, y otras necedades.
Y, al descorrerse el telón, para marcar la pauta y no dejar dudas de su osadía, comenzó interpretando “Abra las rejas, señor Gobierno”.
Eso enardeció a la chusma, integrada por jóvenes –y también por algunos no tan jóvenes, pero sí tan cabezas caliente como ellos.
La multitud estaba estremecida de emoción. Exuberante de entusiasmo. Casi en el éxtasis de la felicidad.
Y, a continuación, para suavizar el ambiente, utilizando sus tácticas disociadoras y comunistoides, antes de otras “provocadoras”, Ramón Leonardo lanzó “La distancia”.
Pero no hubo tal distancia pues, sin aviso previo, un contingente policial entró al lugar, provocando una estampida mayor. Subieron, de inmediato, al escenario y atraparon al atolondrado cantante. Oscar López Reyes, como muchos otros, buscó donde quedar a buen resguardo.
El cantautor fue llevado a la comandancia, donde el coronel Alejandro de la Paz de León, lo acusó de interpretar canciones prohibidas, tales como “Francisco Alberto, caramba”; “Abra las rejas, señor Gobierno”, “Soldado yo te pregunto”, “La Universidad” y otras.
Al día siguiente, mientras en el cine “Barahona” se anunciaba la película “El exorcista”, Ramón Leonardo fue trasladado a la capital donde, al llegar, anunciaría su retiro del arte, por el acoso brutal a que era sometido por las autoridades policiales (aunque poco después regresaría a los escenarios populares, atendiendo al llamado de la época).
Las autoridades policiales procedieron, entonces, a allanar la casa de la abuela paterna del presidente del club “José A. Robert”, Oscar López Reyes, en la calle Francisco Vásquez, número 35, del sector Villa Estela, así como otras donde podría estar oculto el dirigente juvenil.
Pero la promesa del comandante policial, que había jurado darle una paliza a ese agitador, no pudo cumplirse, pues él huyó a la capital, Santo Domingo, dejando en Barahona sus más preciados valores: la esposa y sus dos hijos, el puesto de auxiliar del secretario de la Corte de Apelación, el trabajo de secretario en Radio Barahona, los estudios en el centro universitario de la UASD, el Club Cultural José A. Robert, que fue destruido; la organización de izquierda a la que pertenecía y los familiares y los amigos.
Sin embargo, fruto de aquella terrible devastación, decidió quedarse en la capital, donde permanece hasta el sol de hoy y donde pudo estudiar periodismo y desarrollar su fructífera labor profesional como presidente del Colegio Dominicano de Periodistas, director de la Escuela de Comunicación de la O&M, presidente de la empresa “Publimercadeo”, y otros logros, incluyendo la publicación de más de 20 libros.
Pero ha seguido, desde entonces, aferrado a sus raíces, pues fue director del periódico “Barahona al día”, presidente de la Alianza Barahonera y la Asociación para el Desarrollo de Barahona” e, incluso, ha publicado hasta hoy cinco libros sobre su amada provincia.
Y no puede olvidar el día en que salió de allí, forzado por la devastación desatada, hecho que recuerda cada vez que escucha la canción, cuyo enlace se copia aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=epdkqRu0K-Y
En verdad, es poco lo que podría decir sobre aquella devastación.
Oscar López Reyes sí.
Él estaba allí.
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/EL CARIBE/.
3 SEPTIEMBRE, 2016: