APUNTES DE INFRAESTRUCTURA: La historia empedernida
Gobernaba el doctor Balaguer cuando el grupo MODERNO organizó (el 20 de febrero de 1991, hace más de 25 años) el coloquio “Aristide, democracia en Haití y las relaciones con la República Dominicana”. En aquel conversatorio, moderado por José Israel Cuello, me tocó decir: “Desaparecerá la dinastía Duvalier, mas no el duvalierismo. (...) El nuevo Presidente no tendrá otro camino como no sea declarar internacionalmente a Haití en estado de bancarrota, en trance de hundimiento definitivo. (...) El Presidente deberá solicitar el apoyo de las Naciones Unidas con el fin de reeducar y reducir al mínimo indispensable las fuerzas armadas, desarmar los grupos paramilitares y erradicar del cuartel haitiano la proteica noción del duvalierismo. (...) Ocho o diez mil efectivos (el ejército haitiano consta hoy de siete mil hombres) podrían, en veinte o treinta años, realizar esta indispensable tarea”. (Como reacción contra estos juicios, aquella noche Bernardo Vega y Hugo Tolentino me llamaron etnocentrista, en tanto Margarita Cordero, unos días después, lanzaba hacia mí un punzante artículo, cargado de piadosas ironías).
Recuerdo que la toma de posesión de Titid provocó una romería hacia Puerto Príncipe, compuesta aquella caterva por ilusos izquierdistas y demócratas ‘naive’, junto a uno que otro antropólogo extraviado en el lirismo de Aimé Cesaire y Léopold Sedar Senghor. Todo esto --claro que anticipaba el desenlace-- ocho meses antes de que el sórdido imperio de la soldadesca haitiana derrocara al Presidente Aristide: a Titid, al antiguo sacerdote con ‘don de lenguas’, a ese bien amado alumno de monseñor Mamerto Rivas.
Aunque muy pocos entendieran mis ideas la noche del coloquio de MODERNO, tan sólo sugería que el propio Aristide, voluntaria e inteligentemente, colocara su nación bajo el estatuto de fideicomiso, según lo establece la Carta de la ONU en el capítulo XII, artículos 75 a 85.
Las razones eran muy sencillas: en Haití no había tierras agrícolas, agua, foresta, minerales ni recursos pesqueros. Tampoco existían allí suficientes capitales, empresarios ni clase media. Sabíamos, además, cuán imaginario era referirse a las instituciones políticas y sociales de una nación en la que siete de cada diez individuos vivían dentro de la pobreza absoluta, donde setenta de cada cien adultos no leían ni escribían, a un tiempo que las tierras agrícolas alcanzaban a menos de tres tareas por habitante rural (una hectárea cada cinco habitantes) y doce de cada cien niños morían a los pocos días de nacer.
Pero Aristide no aprovechó la oportunidad. Es más, la tiró por la borda. Titid empeoró los problemas, en vez de resolverlos. Cuestión de carácter, de juicio, de psiquis. (De eso estaban convencidos hasta los psicólogos de la CIA).
Si verdaderamente existen hoy los ‘Amigos de Haití’, si no es tan sólo una hipocresía, a ellos corresponde el respaldar una solución definitiva. En tal caso, ésta sería la pregunta oportuna: ¿bajo qué condiciones podría establecerse el fideicomiso haitiano?
Aunque considere una descortesía el repetirme de forma incesante, traeré de nuevo a esta página las etapas que considero imprescindibles para llevar adelante el proyecto. Llamémoslo “Ici Haití” (quizá, en este caso, el nombre ayude). Definamos, entonces, cinco campos de acción: militar, político, económico, social y migratorio.
En lo concerniente a la esfera militar, el tutelaje requeriría: (a) instalar un ejército profesional de 20-25 mil efectivos, a fin de preservar el orden público y de impedir el tráfico fronterizo ilegal; (b) desmantelar efectivamente aparatos militares vinculados a gobiernos y liderazgos anteriores (algunos de ellos ocultos en la sombra); (c) desarmar grupos sediciosos vinculados a organizaciones del crimen internacional; (d) formar un cuerpo de policía con el objeto exclusivo de mantener el orden público y de auxiliar al sistema judicial.
Las acciones en el terreno político incluirían: (a) formación de un Consejo de Gobierno de cinco miembros, constituido por dos funcionarios seleccionados por las Naciones Unidas (uno de ellos lo presidiría), por una personalidad de relieve mundial (alguien, digamos, con el perfil idealista de un Mario Vargas Llosa) y por dos ciudadanos haitianos del mayor prestigio; (b) suspensión durante cincuenta años de la franquicia a los partidos políticos; (c) disolución durante cincuenta años de las cámaras legislativas; (d) establecimiento de programas educativos que, en diferentes planos, instruyan a la población acerca de los valores y el funcionamiento de las instituciones democráticas; (e) aplicación de un sistema para registrar y proveer de documentos de identificación a la ciudadanía.
El diseño económico comprendería: (a) apertura absoluta de la economía haitiana, con eliminación total de aranceles y barreras no arancelarias al comercio; (b) apertura absoluta a la inversión extranjera, con una tasa impositiva única sobre beneficios de 10% por un plazo de cincuenta años; (c) establecimiento de concesiones en los casos económicamente factibles (según el modelo chileno o colombiano) con el objeto de realizar inversiones en infraestructura básica de transporte, energía, saneamiento, irrigación, etcétera; (d) contratación de expertos internacionales para gestionar las empresas públicas existentes; (e) creación de un fondo multinacional que provea anualmente 5,000-6,000 millones de dólares, con el objeto de incrementar el gasto social en salud y educación y, asimismo, de conservar la infraestructura existente de transporte, irrigación, saneamiento urbano, etcétera; (f) creación de un sistema para organizar el registro de tierras y proveer de títulos a sus propietarios.
La acción social abarcaría iniciativas internacionales orientadas a: (a) distribuir masivamente alimentos a los sectores más desvalidos; (b) emprender programas destinados a reducir el analfabetismo y a elevar la cobertura del sistema de educación primaria; (c) realizar campañas de desparasitación, vacunación y prevención de enfermedades infantiles; (d) ampliar los servicios de medicina curativa; (e) dotar de ropa y calzados a la población menesterosa.
Como política migratoria cabrían las disposiciones siguientes: (a) establecer controles rigurosos para el cruce de la frontera dominicana (pasaporte, visado, declaración de aduanas, etcétera); (b) gestionar el traslado de núcleos de haitianos que voluntariamente deseen emigrar hacia aquellos países que han demostrado una especial amistad hacia Haití (Estados Unidos, Canadá, Francia, Venezuela y los países del Caricom); (c) tramitar la inmigración permanente a Haití de 50-60 mil familias europeas (albanesas, croatas, rusas, rumanas, polacas, bosnias) e hispanoamericanas (cubanas, venezolanas, argentinas), cuyos miembros puedan desempeñarse como maestros, médicos, ingenieros, artesanos, agricultores y trabajadores industriales.
No olvidemos que los sectarios de Lavalás apoyaron la intervención militar del 2004, ni pasemos por alto que el Lavalás de Aristide constituye hoy día la principal fuerza política de Haití. Sé muy bien que la actual preocupación estadounidense por Haití no pasa de ser la que se tiene por un golondrino, por una inflamación en esa axila sociopolítica que es el Caribe.
Han sido necesarios el ‘Black Caucus’ y los ‘Boat’s People’ para que algunos extraviaran los ritos de la democracia en los mitos de la cultura tribal; para que algunos confundieran las péndolas de Jefferson y Hamilton en Filadelfia con las antorchas de 1791, y que muchos iniciaran un ‘trip’ psicodélico donde el Tío Sam aparecía disfrazado del Tío Tom…
Aristide, insisto, es la pieza importante del problema. Aunque, a decir verdad, una colectividad en la que impunemente se ametralla o se cuelga un neumático ardiente en el cuello del adversario, y luego se les arrancan los brazos y se les mastican en público, ciertamente, con o sin Titid, no tiene muchas salidas.
Ban Ki-moon, Almagro y los burócratas internacionales, créanme, saben muy poco del Barón Samedí y de Vodú y de metresas. /El Caribe/.
POR PEDRO DELGADO MALAGÓN
27 AGOSTO, 2016.-