LATIDOS: Tamayo…. mi escuelita


JUNIO, 18, 2016: El jueves en la noche y en medio de un terrible apagón en mi sector, que se llevó de paro la carga acumulada en los inversores, impidiendo que disfrute del 6to. partido entre los Cavs y Warriors, mis hijos tuvieron que abandonar sus habitaciones juntándose con sus amigos en la calle para echar cuentos y relajar. Claro, aferrados todos a sus celulares. No sé si fue la luz de la luna llena o el entusiasmo de los muchachos que me transportó a mi querido pueblito de Tamayo, en el Sur del país. Y “entré” por la escuelita donde hice el primer y segundo cursos de primaria; bueno, en realidad sólo el primero, pues Tércida, mi profesora, se encargó de volarme el segundo y me mandó para la escuela municipal Apolinar Perdomo en el centro de Tamayo, con la recomendación de que me inscribieran en tercero. De modo que hice dos cursos en un año. A Tércida la recuerdo con tanta ternura. Ella era como la dueña de esa escuelita de tabla y palma cana, en Hato Nuevo, y nosotros éramos como sus hijos.

En tercero “caí” en las manos de Fefa, una dulce joven que vino a Tamayo desde el municipio de Duvergé, junto a una familia de educadores maravillosa. Aún la recuerdo blanca, con sus deditos gordos y sus uñas impecables. En cuarto curso me tocó con el profesor Atahualpa, que luego se convertiría en una leyenda. Atahualpa quiso volarme de 4to. a 6to. curso, pero la dirección sugirió que debía hacer el 5to. y qué bueno que fue así, pues me tocó pasar por las manos de la profesora Nicelia, un ejemplo de la disciplina y la entrega pedagógica. Sus letras en la pizarra parecían dibujos y sus alumnos mostraban con orgullo esa cualidad. En sexto me tocó la profesora Agripina.

No creo que en Tamayo pueda surgir otra educadora como ella. Su especialidad era penetrar como por arte de magia a la cabeza de “los más brutos” y transformarlos con toda la paciencia del mundo. Después descubrí que había un ser más paciente que Agripina, Job, el de la Biblia. Cuando pasé a séptimo curso ahí estaba la profesora Lesbia, nadie se podía dar el lujo de perderla. De ella conocí ese cariño directo, de sentarse contigo en el pupitre y aconsejarte y hacerte entender las cosas y en octavo me tocó el profesor Bilo. Él fue tan especial que no tengo como describirlo.  /EL CARIBE/.

Por Lito Santana


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