HAMBRE Y DESEMPLEO EN LOS BATEYES
Reproducimos este trabajo publicado por varios medios noticiosos del país, en el mes de octubre del 2007.
Los planes sociales que se anunciaron a raíz del arrendamientode los ingenios dominicanos, contrastan penosamente con la realidad que se viven en las zonas cañeras de todo el país
La pobreza se evidencia más cerca de los ingenios. Ricardo Hernández
Santo Domingo. "Desde que esa gente cogieron el ingenio aquí estamos pasando hambre. Antes, cuando esto era del Gobierno había trabajo y estábamos mejor, pero ahora si acaso aparece para hacer un moro con espaguetis", se queja Elsa María González, una señora de 60 años, que reside en el batey Central de Barahona.
En el Batey Naranjo, de San Luis, José Santos utiliza el patio de su pequeña casa de hojalata y piso de tierra para recolectar semillas de ajonjolí. Por cada libra recibirá 50 pesos con los que podrá comprar algo de alimento, pero la venta es lenta, según dice y, con suerte, podrá conseguir unos 100 pesos a la semana.
"Llegue de Haití en 1986 a trabajar como bracero. Para entonces se ganaba poco, pero había trabajo, ahora no hay nada, ni trabajo, ni dinero", dice el señor de 57 años, que todavía se aferra al carnet de empleado que recibió entonces, con la ilusión de que en cualquier momento le pueda ser de utilidad.
El 21 de junio de 1999, cuando todavía la población se afanaba en incluir en su vocablo el nuevo concepto "capitalización", la Comisión de Reforma de la Empresa Pública (CREP) publicó un comunicado para exponer las bondades sociales del proceso de reforma.
Aquel comunicado, en la parte que concernía al arrendamiento de los ingenios del Consejo Estatal del Azúcar (CEA), hablaba de pago de prestaciones laborales, un plan para definir el estatus de los ocupantes de las viviendas en las zonas cañeras, capacitación técnica para los trabajadores y todo un programa social para beneficiar a los bateyes.
Hoy, ocho años después, la realidad que envuelve a los moradores de estas zonas, sobre todo en los 220 bateyes que bordean los predios cañeros del CEA, contrasta mucho con los beneficios que se anunciaron.
El hambre, el desempleo y una miseria generalizada es cuanto se observa en estos bateyes, sean del Norte, del Sur o del Este, las tres regiones donde se encuentran los diez ingenios del CEA que fueron arrendados y que en su mayoría se encuentran fuera de operación. La situación de pobreza que arropa a estas personas, los tiene convencidos de que lo mejor era que todo se quedara como estaba antes de la firma de los contratos de arrendamiento.
En el Batey 5, de Barahona, Altagracia García extiende su mano al primer forastero que se le acerque. Pide para comer.
"Antes hacía comida para vender a los trabajadores, pero ahora estoy enferma y sin nada, y lo poco de dinero que aparece ya lo tienes que pagar. Antes, cuando estaba el Gobierno (en el ingenio) era diferente, pagaban más", recuerda la señora de 55 años, aunque en apariencia mayor.
El ingenio Barahona es el único de los capitalizados que mantiene su contrato original y que fue adjudicado al consorcio Azucarero Central, a cambio de una renta básica anual de 1 millón 805 mil dólares. Se encuentra en la actualidad en proceso de reparaciones de sus maquinarias para la zafra azucarera que se inicia a finales de este año.
Según las firmas que auditaron este ingenio en abril del 1998, antes de la capitalización, la empresa sufría pérdidas recurrentes en sus operaciones, acumulando una deficiencia de capital. Sus pasivos totalizaban unos 266 millones 807 mil 280 pesos, sus activos corrientes apenas llegaban a los 34 millones 699 mil 431 pesos.
Aunque el ingenio no molió el año antes de su capitalización, en la zafra 96-97 logró producir unas 22 mil 213 toneladas cortas de azúcar.
De acuerdo con sus actuales administradores, a partir del 2001 en este ingenio se hicieron innovaciones tecnológicas que lograron optimizar su producción, pasando de unas 23 mil 7 toneladas de azúcar durante la zafra 2002-2003, a 50 mil 39 toneladas durante el período 2006-2007.
No obstante la recuperación del ingenio, son muchos los empleados y residentes de sus alrededores que prefieren que la compañía vuelva a manos del Estado.
Oscar Luis Altañez, de 27 años, asegura que después de los arrendamientos trabajó durante tres años y medio como soldador del ingenio Barahona, labor por la que recibía un pago mensual de 6 mil 600 pesos.
"Yo dejé de trabajar porque ahí maltratan mucho a los trabajadores, y cuando llega el momento de uno reclamar su derecho, le hablan mal y le ponen a trabajar día de fiesta y no le pagan el dinero o le pagan menos", dice.
Cuenta que abandonó su trabajo porque le pusieron a reparar una puerta de vagón que tenía que terminar en un día y que si no lo hacía, le rebajaban el sueldo de la jornada completa. "Entonces decidí irme a mi casa, porque no lo podía hacer en un sólo día".