No todo es maldad, aún queda solidaridad.


La naturaleza del hombre es bombardeada como mala o llena de maldad y la mayoría de los hechos que vemos realizado por éste, así parece confirmarlo.

Sin embargo, hay personas capaces de sacrificar su propio bien en beneficios de otros. Misioneros que dejan la comodidad de su hogar, el sentido de pertenencia que le da su país, para internarse en lo más recóndito del planeta para ayudar a seres desprotegidos.

Si la naturaleza es mala, venimos equipados para transformarla, si estimulamos adecuadamente las zonas correctas de nuestros cerebros y por qué no, de nuestros corazones.

Acudo cada viernes a impartir el seminario “Gradúate de Persona” a un grupo de agentes de la Policía Nacional y público interesado, que durante una semana por cuatro horas se interna en el aula de clase del Instituto de Dignidad Humana de la Policía Nacional (IDIH), a recibir un curso sobre Derechos Humanos y respeto a la ley y este viernes mientras me dirigía hacia allí, en mi trayecto observé algo que nubló mis ojos.

Lo que vi fue un gesto sencillo para mucho, tal vez insignificante para otros, sin embargo para mí, no lo fue.

En la marginal del rio Ozama, en la parte este, desde Lengua Azul en el ensanche Ozama, hasta el puente flotante en Villa Duarte, existe una vía de acceso, que por los tapones que se forman por la mañana en los puentes y vías principales, muchos de los que tienen que transitar de Este a Oeste en esas horas, la prefieren.

Esa vía tenía un parte que estaba muy deteriorada, llena de hoyos, lo que obligaba a los conductores a reducir la velocidad para cruzarla con precaución. Esa disminución hace que se produzca un entaponamiento en la vía, que se veía un poco mitigada, porque un “desprotegido social” acude allí cada mañana con una pala a echar tierra a los hoyos eternos que tenía la vía.

Este último viernes me extrañé que no encontré tapón y el transito fluía muy rápidamente, me lleve una sorpresa agradable cuando vi que habían reparado la vía echándole a la parte deteriorada un poco de asfalto, pero vino un cuestionamiento:

¿Y… el muchacho?, perdió su sustento. Me pregunté y me respondí, porque no lo vi en el lugar acostumbrado y allí éste recolectaba unas monedas que de vez en cuando unos condolidos le arrojaban.

Sin embargo, un poco más adelante los vehículos reducían la marcha para llamar al muchacho que se encontraba allí, en un lugar que todavía no había sido reparado, y ahí se dio el acontecimiento para mi digno de resaltar. La gran mayoría, no sólo le daba monedas, sino que cruzaban algunas palabras con él, dando muestra de apoyo y aliento según pude percibir.

Crucé la zona y un motorista se detuvo a su lado y le extendió él también una moneda mientras conversaba con él. Vigilaba por mi retrovisor y la escena continuaba. Mis ojos se nublaron, de ellos salieron lágrimas de emoción y me dije: no todo es maldad aún queda solidaridad…

Por: Darío Nin.
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