OPINIÓN: Entre el amor y el odio
“Quien se arrodilla para conseguir la paz, se queda con la humillación y con la guerra” W. Churchill.
Sin duda alguna, la historia de Sir Winston Leonard Spencer Churchill [1874 – 1965] es admirable. Es considerado como uno de los últimos grandes estadistas británicos. Hijo de un acaudalado Lord inglés y una muy bella joven norteamericana. Poseía entre sus dotes, la cualidad de predecir el futuro; extrañamente, así pensaban los políticos de su época, fama ésta a la cual él supo sacarle provecho.
A mí también me resulta sorprendente la cita introductoria de este artículo, en referencia al momento histórico que vivimos los dominicanos, en cuanto a nuestra perturbadora relación con Haití. Pareciera que Sir Churchill inspirado en su bola de cristal pudo visualizar el manejo genuflexo que nuestras autoridades imprimen a esa ya deteriorada relación dominico-haitiana.
En corto tiempo, los dominicanos hemos pasado de la indignación a la impotencia y de la vergüenza a la humillación. En artículos anteriores ya he señalado que las poses de orgullo patrio de nuestro presidente y su brazo ejecutor, el canciller Navarro, no eran más que puros discursos políticos. No pasa una semana sin que tanto nuestro presidente como su canciller, cambien de opinión en posiciones asumidas. Los ejemplos sobran, a saber: un plan de regularización que terminó en una amnistía; un proceso de deportación que más que confianza nos produjo risa. Todo esto debido a la estrategia diplomática y comercial que el gobierno del presidente Martelly ha sabido implementar en Haití.
Martelly —un bailarin de “street tease”— nos abrió la guerra en dos frentes principales y el gobierno dominicano ni cuenta se ha dado. Antes que en el terreno diplomático (donde afortunadamente han quedadas desmontadas sus mentiras, pero que nadie nos ha dado un ápice de razón), lo fue en lo comercial con la prohibición de la carne de pollo, embutidos y fundas plásticas. Claro está, sin restarle importancia a los conatos de insurgencia que el gobierno haitiano auspicia desde su territorio; citamos: los ataques a pedradas a nuestros ciudadanos de esta lado de nuestra frontera, la depredación intencional de nuestros bosques, los constantes asaltos a nuestros consulados y los secuestros a nuestros camioneros; son parte de la estrategia de guerra en donde los haitianos se han burlado del pueblo dominicano y en donde el gobierno dominicano ha sido cómplice, todo en haras de preservar el mercado y las exportaciones.
El asunto es que Haití ha seguido una ruta crítica de ataques para golpearnos en donde más nos duele, en la economía; y así obligarnos a corto plazo y como de hecho lo han logrado, hacernos responsables o socios de sus deficiencias, impidiendo de esa manera que pongamos en ejecución un plan de reordenamiento migratorio.
A largo plazo, los resultados que se avecinan son catastróficos para nuestra integridad como nación.
Como país damos muestra de estar desorientados en esta guerra —y repito— es una guerra; solo que nuestro Comandante en Jefe continúa apostando [cuando se entera de los ataques -y que, por lo general, aparentemente, los escucha por radio o luego de un sazonado debate en las redes sociales] dejarle al tiempo y a Dios lo que pasará. Obviamente, en esa última parte, de dejarle a Dios y al destino las cosas ya estamos acostumbrados, aunque estén prohibidas. Bien descriptiva es la imagen gráfica de la revista haitiana “Le Nouvelliste” que se burla del presidente dominicano arrodillado, ofertándole pollos al presidente haitiano. Bosch nunca habría aceptado ninguno de esos agravios.
La más reciente ofensa del gobierno haitiano es que —desde ya— ha puesto a temblar a nuestro canciller y éste, a su vez, ha encontrado a unos excelentes emisarios españoles (El Club de Madrid) que han llegado -como por arte de magia- a salvar nuestro trasero. Lo que hasta ayer fue una posición “correcta” de reconocer que no existían condiciones para un dialogo; hoy apostamos a que esa comisión de notables cree las condiciones para que esta vez el dialogo sí funcione. ¡Qué iluso y qué títere! Que se prepare el pueblo para ver las nuevas concesiones a las que tendremos que ajustarnos. Por lo menos, las autoridades del Banco Mundial han sido más honestas y nos recomiendan buscar otros mercados; no así, la cúpula de un empresariado holgazán y sin dignidad, que aun reconociendo las artimañas del gobierno de Martelly, le piden al pueblo dominicano que se encorve de espaldas a los haitianos.
Los haitianos nunca han respetado acuerdos con los dominicanos. Nunca nos han respetado, perdón alguna vez sí lo hicieron. Y es que no son nuevos los atentados de los haitianos contra los dominicanos; es una conducta que se repite presidente tras presidente, pasando por sus emperadores y jefes militares, incluso desde antes de las devastaciones de Osorio 1605-1606. Entonces, ¿qué le hace pensar a nuestro presidente y nuestro canciller que ahora las cosas serán diferentes? ¿O es que detrás de todo esto mantiene el gobierno de Medina alguna agenda oculta? Es oportuno recordarle a nuestro presidente que no todos olvidamos su promesa de campaña en el 2012, en la ciudad de New York, de crear un Mercado de 25 millones de habitantes, contando para ello con 10 millones de turistas, 10 de dominicanos y el resto, prefiero no imaginarme de dónde los sacaría.
La última decisión del gobierno haitiano de prohibir la importación de algunos productos, es un derecho que le asiste como Estado. Ahora bién, hacerlo para perjudicar particularmente las exportaciones dominicanas no es más que una agresión a nuestra economía y amerita una respuesta en el mismo terreno. Es lo mínimo que el pueblo espera.
Si el gobierno haitiano quiere chantajearnos en lo económico, entonces hagámosle saber quiénes serían los primeros perjudicados. Son bien conocidas las cifras numéricas que —en términos de remesas— enviían los haitianos a Martelly desde la República Dominicana. Me parece que una suspensión o reducción temporal de esos ingresos generaría un efecto inmediato que haría recapacitar a un presidente y su gobierno borracho de odio contra el pueblo dominicano. La otra medida que nos gustaría ver es, en buena medida, la dominicanización de la mano de obra, aunque confiezo que para eso ya perdimos la esperanza en su administración.
Señor presidente, los dominicanos esperamos algún dia recobrar nuestro orgullo como nación. ¡Deje ya de brindarle tanto amor a Martelly!
Por Ezequiel Díaz. El autor es dirigente político, reside en Boston, MA.