OPINIÓN: CORRUPCIÓN, COMPLICIDAD E IMPUNIDAD





Tradicionalmente se asume como premisa que la corrupción es generada por la pobreza y la falta de educación. Esa generalización manipulada tiene como trasfondo criminalizar a las personas de escasos recursos y endilgarle a los pobres, excluidos y marginados los enormes problemas que genera este flagelo. Quienes defienden este argumento pierden de vista que los grandes daños en la sociedad lo cometen los grandes empresarios y personalidades del mundo político, así como personalidades con niveles aceptables de instrucción formal, informados y con plena conciencia de sus acciones.

Hay que pensar en que las personas de escasos recursos son víctimas del oro corruptor que acumulan poderosos o tutumpotes (como decimos en buen dominicano). Con esas fortunas generalmente mal habidas se las arreglan para evitar las sanciones a sus prácticas aberrantes. En ese contexto aparecen las redes de impunidad que se fundamentan en “pactos” y complicidades generales que concluyen con arreglos de “borrón y cuenta nueva”.

Hay opiniones tan severas en torno a la corrupción como la del sacerdote brasileño Fray Betto quien afirma que: ¨El corrupto no sonríe, agrada; no saluda, extiende la mano; no elogia, inciensa; no posee valores, sólo saldo bancario. Se corrompe de tal modo que ya ni se da cuenta de que es corrupto. Se tiene por un negociante exitoso¨.

Ahí germina, se desarrolla y se afianza la impunidad y se convierte así en la peor forma de corrupción. Ella hace girar el ciclo perverso de la corrupción en cualquier ámbito de la vida. Por tanto, la impunidad debe ser el centro de atención de quienes alientan la lucha contra la corrupción y la revolución de la transparencia. Mientras existan las condiciones que favorecen la impunidad no habrá transparencia, no importa el contexto de que se trate.

Corrompe quien tiene el poder o se beneficia de él. ¡Tan perverso es el corruptor como el que se deja corromper! Por tanto, la impunidad es la peor forma de corrupción y alimenta el sistema de corrupción imperante en las sociedades del siglo XXI. Esas redes de complicidades que se forman para neutralizar la acción normativa son las que propician la impunidad. Las acciones dirigidas a combatir la opacidad y el oscurantismo con que se manejan los asuntos que pueden ser de interés público encuentran en los círculos de impunidad sus mejores aliados, agravándose cuando se trata de las cúpulas empresariales o políticas.

Es cierto que la pobreza y la falta de formación y/o educación generan espacios para el fomento de prácticas corruptas, pero estas se dan a baja escala. Son aberrantes y antiéticas pero la gran corrupción tiene como colofón los altos niveles de impunidad apoyados en regímenes jurídicos e institucionales débiles. Razones tendrán quienes afirman los “jueces condenan a los inocentes y que al hombre pobre el juez no le creen”. Mas un nuevo dicho que hay ¨si vas a robar que sea mucho¨, porque el dinero te garantiza salir rápido de la cárcel o más bien no llegar a pisarla.

Se avanza en el proceso de fortalecimiento e institucionalización del sistema de Justicia y se exhiben algunos avances pero persiste la incredulidad de la gente en el sistema de Justicia. Si a esto se agrega la desarticulación y la debilidad de los contrapesos que soportan tanto al sistema social como al político, es grande el fundamental del Estado social y democrático de derecho plasmado en la Constitución de la República, promulgada el 26 de enero del año 2010. Un ambiente preocupante que requiere acciones sólidas, coordinadas y contundentes para romper los diques que capturan las energías transformadoras de la verdad y la justicia. Evitar que las malas acciones mengüen las fortalezas de las políticas de transparencia es la senda para superar las lacras que generan la impunidad.

Esta comprobado que hay una relación directamente proporcional entre pobreza y corrupción. A mayor nivel de corrupción mayores niveles de pobreza. También se conocen los efectos destructores de la corrupción pero es la falta de sanción que sirva de ejemplo, tanto jurídico como moral la que hace fértil el terreno para la delincuencia organizada que sustenta la impunidad.

Impunidad, corrupción, pobreza y exclusión se combaten con capacidad institucional y contrapeso social, con acciones sociales colectivas, bien coordinadas y orientadas a la creación de capacidad productiva. Ampararse sólo en el sistema normativo o en la represión sin atacar la raíz del problema es una irresponsabilidad. Los bajos males cíclicos. Esos son los males que se deben combatir. Hay que desarrollar estrategias que fortalezcan la capacidad creativa de la gente. Armada de esa creatividad la ciudadanía puede enfrentarse a los desafíos a los que está expuesta.

Los cuantiosos recursos que se invierten en la lucha contra la corrupción, tanto de los Estados como de los organismos internacionales deben dirigirse a combatir la impunidad y fortalecer la institucionalidad. Deben ir a fortalecer el capital social para crear las capacidades ciudadanas para desarrollar sus habilidades en un entorno productivo. Es potenciar las capacidades de la gente para mejorar la calidad de vida a través de políticas educativas coherentes, integrales, con calidad y equitativas.

Para transformar los entornos sociales, empresariales, religiosos, familiares e institucionales se requiere la acción activa, responsable y decidida de la ciudadanía, de las organizaciones, así como de los activistas y animadores sociales. Esto sumado a la implantación de formación cívica y social daría como resultado un entorno donde el decoro y la probidad sean los valores orientadores del accionar colectivo.

Una educación tolerante, pluralista, democrática y multicultural. Una educación que dote a los ciudadanos de las herramientas para transformar esta democracia formal-electoralista en un instrumento de cambio al servicio de la ciudadanía, una educación orientada bajo los postulados de Paulo Freire, una educación liberadora. “La mejor forma de revolución es la educación” dijo José Martí y eso es fundamental y gracias a Dios este gobierno lo está logrando.

En conclusión, para superar los vicios generados por la impunidad y evitar que la complicidad la transforme en corrupción es necesario abordar la cuestión de la impunidad en vez de concentrarse en la lucha contra la corrupción. Por esta vía se rompen los canales de alimentación del sistema de complicidad general donde florece e impera la corrupción en sus diversas expresiones. El norte de las acciones es claro: enfrentar la impunidad para evitar la corrupción y superar la miseria, el atraso, la exclusión, la marginalidad y la pobreza.

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