EL QUINTO PERIODISMO
Desde hace un siglo, el periodismo se subdividió en dos grandes subgéneros, el de información y el de opinión. Hechos aquí y comentarios allá, bien separados como agua y aceite.
Durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, estas dos funciones tradicionales no cubrían las necesidades de lectores ni radioescuchas. La situación que se vivía resultaba demasiado compleja para caber en una noticia y demasiado polarizada como para no desconfiar de un comentario.
Así surgió la llamada tercera vía, el periodismo de interpretación, que no busca informar más ni convencer mejor, sino aportar datos, elementos de análisis, contexto de la noticia, para que el receptor saque sus propias conclusiones.
Durante la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, estas dos funciones tradicionales no cubrían las necesidades de lectores ni radioescuchas. La situación que se vivía resultaba demasiado compleja para caber en una noticia y demasiado polarizada como para no desconfiar de un comentario.
Así surgió la llamada tercera vía, el periodismo de interpretación, que no busca informar más ni convencer mejor, sino aportar datos, elementos de análisis, contexto de la noticia, para que el receptor saque sus propias conclusiones.
Fue en los años 70, al estallar el escándalo del Watergate, cuando se comenzó a hablar de un cuarto modelo, el periodismo de investigación.
En realidad, en Estados Unidos y en muchas partes ya existía una corriente de periodistas dispuestos a desenmascarar corrupciones, los que el malgenioso Teodoro Roosevelt calificó de muckrakers, recogedores de basura.
Pero fueron Bob Woodward y Carl Berstein quienes retomaron esta antorcha a través de las páginas del Washington Post y le dieron jaque mate a Nixon.
Ya tenemos al reportero, al comentarista, al analista y al detective público, que no otra cosa es el periodista de investigación. ¿Suficientes? No.
La conciencia ciudadana ha crecido en estos años como el buen arroz. El poder de la opinión pública, ese quinto poder del que habla Ignacio Ramonet, nos lleva a plantear un quinto modelo, el periodismo de intermediación.
¿En qué consiste? En ejercer ciudadanía desde los medios de comunicación. En fiscalizar a los poderes públicos, que son delegados. Y a los poderes privados, cuando violan los Derechos Humanos.
Si nos fijamos, los cuatro géneros periodísticos mencionados son protagonizados por los mismos periodistas. En el quinto, el protagonismo pasa a manos —mejor dicho, a boca— de la ciudadanía. Periodistas y locutores juegan, como veremos, un papel fundamental y activo.
Pero las luces enfocan hacia los hombres y las mujeres de a pie. La intermediación se suele definir como una negociación asistida.
En este sentido, requiere de un elemento neutral para ayudar a que las partes involucradas en un conflicto alcancen un arreglo por consenso. No es exactamente éste el sentido de lo que planteamos, porque nosotros no somos neutrales. Cerramos filas con la ciudadanía, nos alineamos claramente a 128 favor de los Derechos Humanos. No somos jueces, desde luego, no nos corresponde dictar sentencia.
Tampoco somos abogados. No nos pagan por las denuncias que tramitamos ni jamás defenderíamos una causa injusta por haber sido contratados para ello.
Somos periodistas. Como tales, facilitamos los micrófonos (o las cámaras o el papel) para que el reclamo de la ciudadanía llegue a donde debe llegar.
Hacemos oír la voz de la gente ante las instancias responsables cuando éstas se han mostrado irresponsables. Y si la gente no puede hablar directamente, prestamos nuestra voz para que las autoridades escuchen, para hacer valer la denuncia y encontrar una solución justa.
Somos pontífices, en el sentido exacto de la palabra, relacionamos las dos orillas. Y también cruzamos el puente, junto al pueblo que avanza.
Ciudadanía es poder. Y periodismo de intermediación es ejercicio de ese poder.
Por José Miguel Medina Tejeda,
Comunicador