El asesinato de Indira Gandhi‏


Eran aproximadamente las 9:08 de la mañana del 31 de octubre de 1984, un día límpido y soleado en la ciudad de Nueva Delhi, cuando Indira Gandhi, la primera ministra de la India, salió de su habitación y, tras atravesar la puerta enrejada de la casa, empezaba a avanzar hacia su oficina, distante sólo unas decenas de metros, caminando por una vereda de trazos irregulares.

La casa de Gandhi estaba ubicada en el número 1 de Safdarjung Road, en la capital india, y se componía de un “bungalow” que servía de vivienda para ella y su hijo Rajiv con su familia, y otro, separado por un espacioso jardín, que había sido habilitado como oficina. Hacia este último lugar se dirigía Gandhi en esos momentos.

La estadista india, pese a los graves conflictos que enfrentaban a su gobierno con los autonomistas de varias regiones del país (y aunque sabía que sobre ella se cernían serias amenazas), actuaba ese día con la serenidad que le era característica: había suspendido todas las obligaciones políticas o de Estado para ir a visitar a su nieto accidentado en la víspera, y sólo tenía en agenda filmar una entrevista con el actor y escritor Peter Ustinov a las 9 de la mañana.

A pesar de su ensimismamiento, Gandhi escuchó pasos y susurros anormales a esa hora en la puerta la estancia, y miró hacia los lados buscando cerciorarse de su procedencia. Entonces vio a dos de los hombres de su escolta, uno de ellos Beant Singh, que gozaba de su confianza y estimación, y a quien conocía desde hacía más diez años. No muy lejos de Beant se encontraba el otro, Satwant Singh, que había sido asignado a la protección de Gandhi cinco meses atrás.

Beant estaba a siete u ocho metros de distancia cuando Gandhi le dijo: “Námaste”, y fue en este momento que sacó un revólver calibre 38 y disparó tres veces en dirección a la primera ministra, quien de inmediato se derrumbó sobre el suelo. A seguidas, Satwant, el otro guardián, corrió hacia adelante y le disparó más de 30 proyectiles con un subfusil Sten automático. Gandhi quedó instantáneamente inerte, acribillada a balazos por dos de los hombres que precisamente estaban encargados de brindarle protección.

El tiroteo movilizó prontamente a otros miembros del cuerpo de seguridad de la primera ministra, quienes sin dilación ubicaron y rodearon a los agresores apuntándolos con sus armas, pero éstos reaccionaron calmadamente: dejaron caer al suelo las suyas y permitieron ser aprehendidos. Al ser detenido, Beant Singh, entre sombrío y arrebatado, le dijo a uno de sus compañeros de armas: “He hecho lo que tenía que hacer. Haz tu lo que quieras hacer”.

Cuando escuchó los primeros disparos, Sonia, la nuera de Gandhi, virtualmente se lanzó hacia el jardín gritando: “¡Mamá! ¡Oh, Dios mío, mamá!”, pero lo que vio la dejó paralizada: los guardias levantaban el cuerpo de la primera ministra, ya con el sari color naranja empapado de sangre. Rajinder Kumar Dhawan, el asistente de Gandhi, que había acudido al escuchar las detonaciones, ordenó que la llevaran a su automóvil para trasladarla a un centro médico.

La primera ministra fue conducida al hospital del Instituto de Ciencias Médicas de toda la India (ICMI), situado a corta distancia del lugar de los hechos. Llegó sin signos vitales, pero un equipo de doce médicos trató de reanimarla. Sus esfuerzos fueron puntuales: le colocaron un pulmón artificial y una máquina de bombeo de sangre, le extrajeron siete balas y le hicieron una voluminosa transfusión de sangre (88 pintas). Todo fue inútil, empero. A las 10:50 de la mañana fue declarada oficialmente muerta. Estaba a punto de cumplir 67 años de edad.

LA HEREDERA DE NEHRU

Indira Priyadarshini Gandhi había nacido el 19 de noviembre de 1917 en Allahabad, en la ribera del río Ganges, en la India, y era hija de Jawaharlal Nehru (Primer Ministro entre 1947-1964) y sobrina de Vijaya Lakshmi Pandit (prestigiosa diplomática, presidenta de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1953).

Su infancia estuvo marcada por las constantes persecuciones de que fue objeto su padre, importante líder independentista, y siendo aún una niña de edad escolar empezó a dar muestras de dominio de la oratoria y a manifestar admiración por la heroína francesa Juana de Arco. Más adelante, estudiaría en las universidades de Santiniketan (en la India) y Oxford (en el Reino Unido).

En 1942 se casó con Feroze Gandhi, periodista y militante del Partido del Congreso, pero el matrimonio sólo duraría unos años. En 1947, al proclamarse la independencia de la India, su padre fue electo primer ministro, y como desde 1932 éste había enviudado el puesto de Primera Dama pasó a ser ejercido por ella. En 1956 es elegida presidenta de la juventud partidista, y en los años siguientes sería cercana colaboradora de su padre. En 1959 ascendería a la presidencia del partido.

Nehru murió en 1964, y fue sucedido por Lal Bahadur Shastri, quien fallecería en 1966. Propuesta en el parlamento hindú para el cargo de primera ministra, Gandhi logró 355 votos frente al ex ministro de Finanzas Morarji Desai, quien obtuvo 169 votos. Era el 19 de enero de 1966, y se convertía en la segunda mujer gobernante en el mundo contemporáneo. La primera había sido Sirimavo Bandaranaike, primera ministra de Sri Lanka (antiguo Ceilán) en 1959.

El primer gobierno de Gandhi fue de orientación reformista, y puso en marcha un vasto plan de industrialización, al tiempo que afianzó la amistad con la URSS (y los países de Europa del Este y del llamado Tercer Mundo) y mantuvo relaciones poco cordiales con Estados Unidos, que criticaba su cercanía con los regímenes comunistas y su tendencia a no permitir libertades democráticas. Las relaciones con Pakistán fueron tensas, y no faltaron las escaramuzas militares, a veces sangrientas.

En 1971, después de pelearse con la ortodoxia de su partido, logró que éste ganara las elecciones parlamentarias, lo que le garantizó la reelección como primera ministra. En 1972, bajo su rectoría, la India detonó una bomba nuclear de prueba en la región de Rajasthan, y se convirtió en el sexto país del mundo en hacerlo (detrás de Estados Unidos, URSS, Francia, Reino Unido y China).

En 1975, tras una grave crisis política nimbada por escándalos financieros en los que se involucraba a su hijo Sanjay, Gandhi declaró el estado de sitio y recrudeció sus actitudes antidemocráticas: persiguió dirigentes opositores, suspendió las garantías constitucionales y obstruyó a la prensa. Los alegatos para justificar la batida totalitaria fueron la necesidad de combatir la corrupción, los conflictos étnico-religiosos, la crisis económica y las sequías. No convencieron, empero, y el descontento frente a las ejecutorias gubernamentales se hizo creciente. Finalmente, en 1977, sumida en el descrédito y con una rebelión en su partido, Gandhi perdió las elecciones parlamentarias y, el 24 de marzo de ese año, tras casi 11 años de gobierno, tuvo que retirarse del poder.

Despojada de toda autoridad, Gandhi fue objeto de múltiples críticas por su forma de hacer política y gobernar, y terminó fuera del Parlamento y expulsada de su partido. En 1978, imputada de “abuso de poder” y de haber bloqueado una investigación en 1975 sobre los negocios de su hijo, resultó encarcelada. No obstante, permaneció prisionera por muy breve tiempo, pues su detención fue sucedida por violentas protestas populares patrocinadas por sus familiares y partidarios. Cuando sale de la cárcel, promueve la “renovación” del partido y derrota a sus adversarios, y en 1980 protagoniza un espectacular regreso a las cumbres del poder ganando las elecciones. El 14 de enero de ese mismo año es investida nuevamente como primera ministra de la India.

En su segundo gobierno, Gandhi tuvo un gran protagonismo internacional, y en 1983 fue anfitriona y presidenta de la Conferencia del “Movimiento de los países no alineados”. No obstante la proclamada neutralidad de su gobierno en la denominada “Guerra Fría”, en la práctica era visible su inclinación a favor de los soviéticos apoyando a sus seguidores en varios lugares del planeta (Camboya, Vietnam, Afganistán, etcétera) y coincidiendo con sus representantes en importantes foros mundiales. Esta postura parecía obrar, sobre todo, en razón de los conflictos fronterizos de la India con China (enemistada de la URSS) y Pakistán (respaldado por los Estados Unidos).

En el plano interno, Gandhi promovió la integración étnica y religiosa, e hizo énfasis en el combate a la miseria y la desigualdad social. Asimismo, ejecutó programas para la protección de la vida salvaje, amenazada por cazadores y contrabandistas. En esta época la India registró un gran crecimiento económico, y hubo un fuerte impulso de la industria, la ciencia y la tecnología, en una línea de trabajo que venía de su primera administración: en abril de 1975 había puesto en órbita el “Aribatat”, el primer satélite indio (con cohete portador soviético), y en 1980 colocó el “Rohini 1”, casi enteramente de tecnología nacional. En 1983 había llevado nueve satélites al espacio.

Aunque entre los años 1980 y 1981 Gandhi había logrado salir ilesa de dos atentados y de varias conspiraciones, su asesinato provocó sorpresa y estremecimiento tanto en la India como en el resto del mundo. Curiosamente, la noche anterior había dicho, durante un discurso en la localidad de Orissa, unas palabras casi premonitorias: “…No me importa si muero al servicio de este país. Por el contrario, estaré orgullosa si algo así ocurriera. Estoy segura de que cada gota de mi sangre contribuirá al crecimiento de esta nación…”.

LA VENGANZA DE LOS SIJS

Dadas las circunstancias en que se produjo, no hubo necesidad de investigación alguna para identificar a los autores materiales de la muerte de Gandhi: dos miembros de la comunidad sij que pertenecían a su escolta.

Los sijs constituyen un grupo étnico-religioso que se opone al sistema de castas de la India y abraza lo mejor del hinduismo y el islamismo. En esos momentos reclamaban la independencia de Punjab, rica región en cuya capital, Amritsar, se encuentra el Harimandir Sahib (Templo Dorado). Los sijs eran para la época unos 11 o 12 millones dentro de un total de 730 millones de hindúes.

La muerte de la primera ministra de la India estaba vinculada a hechos ocurridos cinco meses antes (junio de 1984), cuando había ordenado al ejército entrar al Templo Dorado para sofocar una revuelta de los sijs, lo que generó una batalla en la que murieron más de 700 miembros de la comunidad, incluyendo a su líder, Jarnail Singh Bhindranwale (“El Jomeini de los sijs”). Los sijs juraron que se vengarían. “Indira debe morir”, fue la consigna lanzada pronto por su dirigencia.

Los autores del asesinato, tras ser detenidos, fueron trasladados a un calabozo, y aquí, según la versión de las autoridades, se produjo un trágico incidente: de súbito, Beant Singh se abalanzó sobre la ametralladora de uno de los guardias mientras que Satwant Singh sacaba un cuchillo de su turbante y se disponía a atacar, por lo que los militares se vieron en la obligación de dispararles. En el nuevo y extrañísimo tiroteo Beant murió y Satwant resultó gravemente herido.

En el proceso contra los imputados la acusación fue tan débil y defectuosa que dio lugar a varias teorías sobre el asunto, hasta el punto de que los abogados de la defensa llegaron a hablar de una supuesta “conjura familiar” contra Gandhi. También hubo otras conjeturas: mientras Rajiv, en sus primeras declaraciones sobre el atentado, afirmó que éste era parte de “una conspiración para desmembrar a la India”, el diario oficial soviético, Pravda, insinuó que el crimen había sido obra de la CIA, y el presidente egipcio, Hosni Mubarak, acusó a Libia de financiarlo.

LA SECUELA SANGRIENTA

La muerte de Indira Gandhi fue informada en varios programas de radio desde antes de las 11 de la mañana de aquel 31 de octubre de 1984, pero el anuncio oficial se emitiría alrededor de las 2 de la tarde. El comunicado de las autoridades no omitió el detalle de que los autores del magnicidio fueron dos guardias de seguridad pertenecientes a la comunidad sij, y voceros clandestinos de ésta lo reivindicaron a través de una declaración difundida por múltiples medios de comunicación.

Desde que se conoció la noticia, una multitud empezó a ocupar los alrededores del ICMI, y en horas de la tarde se producen ataques aislados contra sijs. Más adelante, grupos de hindúes se dedican a ubicarlos y apalearlos. En la madrugada siguiente se produce el primer asesinato de un sij, y a las 9 de la mañana turbas armadas con cuchillos, palos, piedras y combustibles (utilizando las listas de votantes para identificar a los sijs) irrumpen en las calles de Nueva Delhi e inician una verdadera orgía de violencia, sangre y destrucción… Había comenzado la “Masacre de los sijs de 1984”

La terrorífica embestida aparenta tener organización, pues las multitudes primero atacan los templos para evitar que los sijs se refugien en ellos, y luego siguen las palizas y la destrucción o incendio de propiedades. Los ataques ocurren en todo el país, pero los barrios capitalinos pobres son los escenarios de las acciones más aterradoras. Como respuesta, el día 2 las autoridades decretan el “toque de queda” en Nueva Delhi, pero el mismo no es respetado: aunque el ejército se esfuerza por hacerlo efectivo, la casi nula colaboración policial se lo impide (legalmente los soldados no pueden disparar sin el consentimiento de policías o jueces). Las turbas se enseñorean sobre la ciudad y continúan su arremetida contra los sijs… La ciudad es un caos y arde por sus cuatro costados.

El día 3 la violencia luce incontenible, pero antes del mediodía el gobierno anuncia un endurecimiento de las acciones para preservar el orden público, y esto obliga a los mandos policiales a actuar. A media tarde, por la acción combinada del ejército y la policía, la violencia comienza a ceder. En la noche los ataques se hacen cada vez más esporádicos, y al día siguiente la India empieza a volver a la normalidad… Quizás nunca se sepa la cantidad exacta de sijs que fueron asesinados durante la ola de terror, aunque según los cálculos oficiales dejó más de 3,000 muertos, una suma indeterminada de heridos y pérdidas materiales por decenas de millones de dólares.

Algunos sectores de la oposición y voceros de los sijs han sostenido que el gobierno estimuló la masacre durante los tres primeros días, e inclusive afirman que ésta en realidad fue organizada por dirigentes del Partido del Congreso, entre los cuales hay algunos que, tiempo después, fueron asesinados por comandos sijs en venganza por su alegada implicación en aquellos terribles acontecimientos… Las investigaciones al tenor aún presentan grandes lagunas e imprecisiones, y por ello tales imputaciones todavía se discuten acaloradamente en la India

Luis R.Decamps R.

POR LUIS R. DECAMPS

EL AUTOR es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.
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