OPINION: Bánica, el tesoro perdido del sur profundo
Hablar del sur en el resto del país es como definir, con una palabra de una sola sílaba, la pobreza extrema. En debates complejos hilvanados por los teóricos del tema, basta con que alguien exclame: “¡y el sur!” No importa la debilidad argumentativa, la pronunciación de esas tres letras, “sur”, surte su efecto. Toda la miseria de esta región del país parece explicada de esta manera, incluyendo la aridez de la tierra, la improductividad de las bayahondas, los cactus, las aromas y los cambrones.
Este sur, el sur geográfico que, en dominicana, se conjuga con el sur político-ideológico es rico en historias, leyendas y personajes. Son pueblos de cocina deliciosa como el Chen Chen, el Chaca, el chivo picante, el moro con coco, sin que se queden las bebidas preferidas como el ron, el clerén, el triculi, el pitrinche y más.
Contextualizando a Bánica
San Francisco de Bánica, municipio de la provincia Elías Piña, en la frontera con Haití, está bañada por el Río Artibonito. El termino Bánica es una modificación del vocablo taíno Banique, que significaba “tierra de ébano” que identificaba la región. Su población supera los 7.500 habitantes y sus principales localidades son los distritos municipales Sabana Cruz y Sabana Higüero.
Fundada por el Adelantado Diego Velásquez en 1504. Fue repoblada por inmigrantes de las Islas Canarias a finales del siglo XVIII. Trasladada al lugar actual, abandonada a comienzos del siglo XIX, y restablecida por la dominación haitiana (1822-1844). A raíz de la Separación paso a ser parte del Departamento de Azua.
Desocupada de nuevo, ésta vez por sus habitantes, quedó despoblada hasta la guerra de la Restauración, tiempo en que se refundó nuevamente con familias provenientes de varios pueblos fronterizos. En 1938 pasó a ser parte de la Provincia Benefactor, hoy San Juan de la Maguana. Y en 1942 se convirtió en Municipio de la Provincia San Rafael, hoy Provincia Elías Piña.
Dos historias en una
Cuentan los lugareños que Bánica es un pueblo bendecido por la providencia divina y lugar de “residencia de San Francisco Asís”, su santo patrón. Y que éste santo fue quien orientó dónde debía construirse su templo de adoración.
Las autoridades locales, obedeciendo línea bajada del norte político, iniciaron la construcción en vía contraria a la dirección divina. Los trabajos avanzaron durante doce horas seguidas. Obreros y maestros, agotados por el trajín, marcharon a descansar, pero al día siguiente, ¡sorpresa!, todo estaba desecho, sin que nadie supiera quiénes ni cómo habían perpetrado semejante sabotaje.
El misterio se repitió una y otra vez. Un día, los filibusteros, amparados en autoridades locales, decidieron no laborar, pues así tendrían tiempo para profundizar las indagatorias y dar con los “malhechores”. Cuentan además, que esta coyuntura fue clave para que el Santo Patrón, en horas de la noche, cuando todos en el pueblo dormían santamente, pusiera en movimiento los ejércitos celestiales con el propósito único de cumplir la voluntad divina.
Durante una noche se escucharon golpes de martillos, silbidos de sierras, al ir y venir en el proceso de corte de la madera, movimientos de vigas. En fin, en sus sueños, los lugareños percibían los sonidos armónicos típicos de una construcción en mampostería y techo liviano.
Al levantarse, todos los lugareños se trasladaron al centro del pueblo en estado de inconsciencia, pero sincrónicamente, al lugar donde hoy está el parque central. En uno de los laterales de la plaza encontraron la iglesia, impecable y señorial, acabadita de construir. “¡Esto es una Obra de Dios!”, clamaron al unísono.
El Reloj de sol y el parque
El parque es el lugar donde los “herejes” pretendían levantar su meca de adoración, en contraposición a la divinidad. Quien va a Bánica nota que a ambos lados del parque se elevan dos muros, uno al frente del otro. Según los lugareños eso es una muestra fehaciente de la negación del Poder Santísimo a esas fuerzas oscuras.
En el centro de esta plaza (¿alegórica de la eterna lucha entre el cielo y el infierno?) está el reloj de sol que, junto al de Santo Domingo, es considerado una joya universal de la relojería solar, construido por la Iglesia Católica durante la época de la colonización. Sin embargo, hoy está vuelto ruina, desvencijado por los rigores del tiempo y la mano intrusa. Su actual estado lo asemeja a un mogote de hormigón arruinado.
Muchos afirman que debajo de este reloj se esconde un inmenso tesoro, en onzas de oro macizo. Tanto a calado la leyenda que no han faltado los intentos de demolerlo, con el solo propósito de hacerse del tesoro escondido. Que ello no haya ocurrido es el verdadero milagro.
POR MIGUEL ANGEL CID