Un año, injustamente.‏


He dado muchas vueltas para escribir en un día como el presente. Es una fecha que debería estar reservada para tratar  asuntos agradables y para el compartir en familia.


Me decido a hacerlo ya que de lo contrario pasaría por alto, a sabiendas, una fecha que para una familia en particular, es sinónimo de dolor y luto. Sería,  en cierta manera, cómplice con mi silencio.

Hoy, hace un año de la desaparición de su casa en Barahona de Yulenz Thomas. La Nochebuena del 2013 se convirtió en Nochetrágica para Yulenz y su familia. Fue asesinado salvajemente. Murió como no querríamos que muera ni siquiera la bestia más feroz. Golpeado hasta el cansancio y condenado a finalizar ahogado en las aguas frías de una cisterna. Nadie estuvo ahí para socorrerlo. Mientras Yulenz sufría su terrible final, otros (incluyéndome a mí)  disfrutaban de la fiesta de Nochebuena.

Este año, la familia de Yulenz no tendrá Nochebuena, quizás nunca más vuelva a tenerla.

Mientras,  los asesinos de Yulenz probablemente disfruten en familia (Es difícil creer que seres de esa naturaleza puedan tener familia;  pero a veces nos sorprende el hecho de que el asesino más despiadado sea un hijo, hija, padre, madre, hermano o tío amante de su familia). También cenarán tranquilamente en sus hogares las autoridades (si es que se les puede llamar así)  que no han hecho nada para esclarecer el crimen.

En este año, sobran las preguntas y escasean las respuestas.  No,  porque no exista quien haya hecho preguntas. No, porque no  exista quien tenga las respuestas. Sí, porque ha faltado quien o quienes busquen respuestas a las múltiples preguntas.

Podemos catalogar el caso de Yulenz Thomas como simbólico del estado de cosas en que se desarrolla la sociedad de Barahona y del País. Retrata con crudeza la situación  de violencia, delincuencia e impunidad  que nos permea. Un estado de “sálvese quien pueda”. No hay seguridad y las instancias responsables sólo actúan ante determinadas circunstancias y personas. Se castiga duramente el delito cuando el infractor o infractora de la Ley  es un “pata puelsuelo”. En cambio,  se actúa con suma permisividad y tolerancia cuando quien la  infringe  es un poderoso o poderosa.

De tal manera ha sido asumido el caso del crimen contra Yulenz Thomas. Inmigrante, pobre, negro, “pata puelsuelo”. Ante tal perfil, ¿qué autoridad se interesará en investigar quién o quienes lo asesinaron? No en este País; menos en el de él. Allá las cosas son mucho peores. Por eso estaba aquí, tratando de estudiar y prepararse; tratando de vivir, no como indocumentado (Por cierto, los indocumentados tienen sus derechos humanos que hay que preservar), sino cumpliendo con las reglas, cumpliendo con las leyes de este País; yendo por la derecha.

Por desgracia, Yulenz no ha sido el primero ni será el último. Otras y otros “Pata puelsuelos” han corrido la misma desgracia. La población  se encuentra indefensa. Es así como se hace ineludible,  (no que hagamos justicia con nuestras manos),  que la sociedad se organice y exija el cumplimiento de la Ley para todas y todos, que exija la protección a la vida, que exija a las autoridades que hemos elegido que actúen y si no están en capacidad de hacerlo, o no les interesa, o les falta coraje, o porque han vendido sus voluntades al mejor postor, entonces,  como sociedad, debemos exigirles la renuncia.

Sí, ¡la renuncia!  Para algo les pagamos los sueldos que devengan y los viáticos que reciben, los viajes al extranjero, cuando aquí mucha gente no puede ni siquiera viajar a la Capital.

Les pagamos con el sudor de nuestras frentes, con nuestro duro trabajo; les pagamos muriendo cada día para recibir míseros salarios, devanándonos el cerebro, dejando de dormir y poniendo el cerebro a funcionar hasta cuando comemos, nos bañamos o dormimos, porque hasta durmiendo trabajamos. Qué cumplan entonces, qué trabajen, qué hagan cumplir las leyes y sí no pueden o no quieren, entonces que renuncien. Qué renuncien, si es que les queda algo de vergüenza.

 Autora: Práxedes M. Olivero
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