Teuddy, te fuiste sin previo aviso‏


Teuddy, te fuiste sin previo aviso: 

El miércoles 10 de diciembre parecía un día festivo, todo pintaba alegría en la ciudad de Barahona, no vi nada triste, ni siquiera el canto de las aves.

 Con el alba,  recibí una llamada acostumbrada, agradable a mi oído: “Pra, ¿Dónde está usted?” Todavía me parece oírla, era Teuddy Ariel Sánchez, le contesté que estaba por la oficina.

Esa llamada era frecuente y recíproca, no podíamos pasar un día sin saber el uno del otro, hasta desde el extranjero le llamaba o le escribía para saber de él, su salud, los niños, la esposa y todos los proyectos sobre los que hablábamos con frecuencia.

Ese día, como casi siempre, llevó los niños al colegio y los buscó, no valió que Ohelmis, su hermano de padre y madre le dijera que lo dejara buscar los niños, actuó como si sintiera la necesidad de estar más cerca de sus hijos, de protegerlos y disfrutarlos, como buen padre.

Después que llegó con los  niños me volvió a llamar: “¿Pra, por dónde andas ahora?”. Cerca de ti, en la casa de tu mamá y voy para tu casa, le dije. Nada me pareció extraño, pues la comunicación era frecuente y agradable.

Llegué a la casa y saludé, el niñito se levantó en la cuna y como siempre lo cargué, jugamos, reímos, chocamos las frentes, lo llevé a la habitación de Teuddy donde estaba acostado en su cama, boca arriba, sin camisa y jugamos hasta que decidí salir de la habitación para seguir mi ruta de trabajo.
En mi retirada y como siempre hacía, cargué el niño para llevarlo a la cuna, pero Teuddy  me dijo: “Déjamelo un ratito más” lo que no me extrañó, aunque era la primera vez que ocurría. Me quedé un minuto más y al retirarme el niño corrió hacia mí, en actitud juguetona, casi hasta caerse, por lo que lo agarré, lo cargué y me lo llevé a la cuna.

Nos volvimos a llamar en la tarde y hablamos de noticias. A las 7:30 de la noche, me llamó por última vez en el día y en la vida: Pra, estoy aquí abajo ¿Estás en la oficina? Si, le contesté, voy para allá. Bajé a la esquina del banco, allí estaba Teuddy con varios  amigos: Ñego Soler, Gabriel Reyes, Alfredo Burroughs y yo que llegué para sostener la última y breve conversación presencial con un amigo, cuya amistad se convirtió en hermandad. Yo llevé a Gabriel a su casa, él salió en dirección al malecón.

Cuando bajé, entré mi vehículo en la marquesina y al subir las escaleras, mi hija Indira me recibió con un grito: ¡Papi, murió Teuddy! Lo había leído en Facebook en su celular. Me llamó Ñego, también Beni Pichardo, informándome que lo tenían en el Centro Médico Magnolia a donde me dirigí, encontrándolo inerte, como nunca hubiese querido verlo, entre lágrimas y en lo que lo preparaban le fui a buscar un traje y una corbata para completar su vestimenta, ya en la funeraria le obsequié  para que porte en su ataúd, un lapicero que me trajo Luís Chilipa de Boston y la última artesanía del Che que me trajeron de Cuba.

Ya el resto de la historia triste de la muerte de Teuddy es por todos conocida: El velatorio en la funeraria, el paso por la iglesia, en entierro en el Cementerio Américo Melo, con todo un pueblo adolorido y la prensa chorreando lágrimas como tinta. Tarde en la noche Ñego y yo le hicimos otra visita para asegurarnos de que nadie profane su última morada, instalamos dos policías que nos consiguió Peña Rubio y salimos para intentar dormir en la madrugada, con el inmenso dolor y la incertidumbre que nos causó Teuddy, al irse sin previo aviso.
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