Ecce homo, ha nacido el hombre: ¡Jesucristo!‏


Gracias a los adelantos de la biogenética, específicamente, al desarrollo de la tecnología de la clonación, cualquiera que no sea muy obstinado puede hoy día entender con facilidad el que Dios sacara a Eva de una célula de la costilla de Adán. Aunque no falten los que esperarían que Dios les explicase a los antiguos, cómo hizo él para organizar el Big Bang, y las secuelas de mutaciones genéticas.


Pero más difícil se les hace a los que han estado buscando el eslabón perdido entre el mono y el hombre.

Konrad Lorenz, citado por Saramago, dijo con gran sentido de realidad y buen juicio, que es inútil buscar dicho eslabón entre simios y humanos, puesto que no hay tal diferencia entre la actual humanidad y los primates; que lo que todavía no ha surgido en la evolución, es el hombre.

San Pablo hace ver con gran claridad que entre el hombre carnal (aun este sea creyente), y el cristiano espiritual, hay una enorme diferencia.

Se requiere de un salto dialéctico, en sentido de la teoría del materialismo marxista, para pasar del mono carnal, come comida, mentiroso y fornicario que conocemos; al hombre espiritual y mentalmente desarrollado, representado por Jesucristo.

Poncio Pilatos, desde la plataforma en que se dirigía a la multitud, mandó traer al divino prisionero. “Ecce homo.

He aquí el hombre”, dijo Pilatos sin saber que en realidad estaba profetizando que “ese hombre que ustedes ven ahí, Jesucristo, es el prototipo de hombre que Dios quiere que todos seamos”.

No era la primera vez, y mucho menos será la última, que Dios haya utilizado a las personas menos idóneas en apariencia, para dar un mensaje a su pueblo. Incluso una vez utilizó la burra de Balaam.

Hace algo más de 2000 años ocurrió en Belén, una insignificante aldea, a no ser por la profecía de Miqueas (capítulo 5, verso 2) donde consigna: “Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre los millares de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas han sido desde el principio, desde la eternidad.”

El mismo Jesús que se inmoló en la cruz y se llevó consigo nuestras maldades e incomprensiones. El que ha hecho de la humanidad un proyecto nuevo, radicalmente distinto al hombre caído, atávicamente ligado a la naturaleza de Adán.

Un hombre nuevo que no cabe en la cadena evolutiva, porque tiene mucho de Dios y poco o nada del mono. Los biólogos modernos han determinado que no existe en la naturaleza ningún cambio radical y cualitativo que permita darle marco teórico a una posible evolución del chimpancé al ser humano.

El hombre es un proyecto distinto de Dios, con pecado pero con libre albedrío. Como fue concebido desde el principio de los siglos: que cada uno de nosotros se relacione con nuestro Padre ¡personalmente! En intimidad calidad, amorosa y franca.

Que nadie se engañe respecto de esto. Apartémonos del bullicio, para dar gracias a Dios, en soledad y en familia, por habernos regalado a Jesucristo.

Por Rafael Acevedo
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