Beneficios de la sordera‏


No toda criatura tiene capacidad para desterrar de sí lo malo que viene del otro y dejarlo como vacío eco, el oído se interpone.


Si no oyéramos, no estuviéramos expuestos a las consecuencias que acarrea el ruido, el timbre inoportuno del móvil, la matraca cibernética que timbra cuando debe callar, calla cuando debe timbrar.

Si no oyéramos, la bomba eléctrica del corazón no alteraría su ritmo, no nos aflorarían lágrimas al rostro, ni existiría el enrojecimiento,  ni la palidez, pero existe el oído, el órgano de la discordia, por el cual nos declaramos la guerra.  Después de habernos ofendido, nos sentamos a la mesa del diálogo,  en busca de una tregua o armisticio.

La noticia que nos comunican relacionada con la industria del fallecimiento, el adjetivo que trata de socavar la autoestima del otro, se clava como una banderilla en el lado más flaco del encono.

Si no oyéramos, sin duda, seríamos más felices, evitaríamos el desgarramiento del tímpano que provoca el estruendo a que nos somete el escándalo.

Es muy difícil cumplir la sentencia de que a palabras necias oídos sordos. Se requiere una educación muy esmerada de los oídos y de los instintos, para sentir misericordia por el mal intencionado con el fin de ignorarar sus ofensas y hasta de amarlo, con más fuerza de amor que toda la de su odio.

Se encuentra el oído de por medio que interrumpe los designios de la felicidad y se presenta de atrevido en los asuntos de la superación.

A medida que destruimos el planeta nos transformamos en otros seres. El órgano de la visión probablemente sustituya al de la audición.

El universo se dilata, el entorno se nos aleja, el oído debe atrofiarse, adaptarse a los estruendos descomunales a  que nos someten en nuestras ciudades y que se avecinan.

Nos evitaríamos el crujir que la envidia corroe en el tronco del árbol sano del progreso.
Los vientos del maleficio vienen cargados del microbio de la ira, contaminan la atmósfera de la convivencia ciudadana, provocan al parásito de la violencia, a la destrucción atómica.

POR DIOSDADO CONSUEGRA

EL AUTOR es escritor. reside en Santo Domingo


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