Al cumplir 35 años de mi llegada al Hospital Regional Jaime Mota (1)
El recién pasado 1 de noviembre se cumplieron 35 años de que iniciamos nuestras labores como médico pasante en el Hospital Regional Jaime Mota, Barahona, tres días después de recibir de la Universidad Autónoma de Santo Domingo el título de Dr. En Medicina. En varias partes iremos describiendo lo recordamos de nuestra hermosa experiencia en las diferentes etapas de labores.
Para la fecha disponíamos de muy pocos médicos especialistas titulados, algunos recibieron entrenamientos en otros hospitales de Santo Domingo y San Cristóbal para dedicarse a la Cirugía General, a la Ginecobstetricia y a otras especialidades. Muchos de esos héroes fueron todólogos, si cabe el término, en tiempos en que las circunstancias así lo demandaban. Los médicos generales de más experiencias funcionaban como especialistas de llamadas para cirugías, cesáreas y complicaciones del parto, entre otras emergencias. Era frecuente escuchar el término operar a vida o a muerte. Las trabajadoras sexuales obligatoriamente tenían que acudir a ser examinadas con cierta periodicidad para evaluar su condición sanitaria.
Entre los escasos especialistas formalmente titulados figuraba el Dr. Jesús María Beltré Mora como único pediatra en toda la Región Enriquillo. Inmediatamente me seleccionó como su ayudante para las consultas, visitas a niños hospitalizados y para todo lo relacionado a sus labores. Era tal el celo del Dr. Beltré con el cuidado de la salud de sus pacientitos que solo él y yo podíamos manejarlos. A pesar de mi residencia en El Peñón nos alternábamos los fines de semana para ejecutar las evoluciones diarias sin importar que fueran días feriados.
Las condiciones laborales y el suministro de medicamentos e insumos distaban de acercarse a lo ideal. Los guantes usados eran lavados por las enfermeras asignadas a cirugía, luego les untaban polvo y los envolvían en papel periódico para ser reesterilizados tantas veces como soportaran. Un procedimiento similar se realizaba con las jeringuillas y agujas para ser utilizadas hasta que en ocasiones al inyectar a un paciente se sentía el crujir de los tejidos y el consiguiente chorro de sangre al retirarlas.
Esta primera fase de mis labores concluye al encabezar una dura protesta en la Navidad del 1979 frente a los abusos de los médicos generales que nos debían acompañar formando parejas con cada uno de los seis médicos pasantes en las guardias presenciales, y que con cualquier pretexto se ausentaban a sus hogares dejándonos solos al frente de la emergencia y de las hospitalizaciones.
Esto trajo como consecuencia que el ilustre Subsecretario Ejecutivo de Salud Pública y Asistencia Social, Dr. Luciano Martínez Persia, tomó personalmente este caso y abolió por siempre la presencia de médicos pasantes en todos los hospitales del país. Para el 2 de enero de 1980 tuve la suerte de que me dejaran elegir la comunidad a la que deseaba ir, y no vacilé en elegir a mi pueblo sustituyendo por finalización de pasantía al primer médico pasante que laboró, y pasando a ser el primer médico peñonero en realizar las labores médicas y administrativas de la Clínica Rural El Peñón. Posteriormente muchos otros médicos peñoneros siguieron nuestro ejemplo, incluído entre ellos mi hijo Pavel Vinicio López Ramírez veinticinco años después.
POR VINICIO LÓPEZ