El Degüello de Moca
La crónica histórica, debidamente documentada, consigna que el 3 de abril en 1805, tropas invasoras haitianas cometieron la salvaje y barbárica matanza en la villa de Moca, conocido como El Degüello.
La cuantificación de víctimas de aquel momento pasadas a cuchillo, sables o bayonetas, fueron estimadas en cerca de medio millar, cantidad elevadísima a juzgar por la reducida población y la prontitud en su realización. Al hecho se han referido algunos estudiosos e historiadores en momentos diferentes. Antonio Delmonte y Tejada, Javier Angulo Guridi, José Gabriel García, los hermanos Leónidas y Alcides García, Benjamín Summer Welles, Ramón Marrero Aristi y otros se encuentran entre ellos.
Summer Welles, por ejemplo, (en igual afirmación que los demás) señala que en esa fecha "los residentes fueron congregados en número de quinientos, en la iglesia para presenciar un solemne Te-Deun en acción de gracias... (y) ahí a mansalva fueron degollados sin misericordia..."
Anticipándose a todos, Gaspar Arredondo y Pichardo, un joven abogado de Santiago que había resistido junto a otros la embestida criminal en esa ciudad hecha por los mismos haitianos antes que el suceso de Moca, habiendo tenido que salir huyendo a Cuba, escribiría desde allá, su "Historial de mi salida de Santo Domingo el 28 de abril de 1805", crónica escrita con el sólido soporte de una narración hecha por alguien que fue testigo y actor al mismo tiempo.
En ese Historial, relata, que el comandante haitiano había impartido la orden a sus tropas "de que las mujeres de todas las clases y edades se reunieran en la iglesia y los hombres en la plaza, pues todos, bajo la buena fe de la capitulación celebrada con los vecinos partidos, debían obedecer a las prevenciones del jefe que mandaba. Todos obedecieron creyendo que se iba a proclamar algún indulto o gracia a favor de ellos, y el indulto fue degollarlos a todos luego que se verificó la reunión prevenida, como a ovejas acorraladas." Califica aquello como un "sacrificio espantoso, sacrílego y bárbaro".
Lo de Moca es solo el punto más revelador y escandaloso de aquella orgía de sangre, terror y saqueo que realizaran las tropas haitianas en este lado de la frontera en el año de 1801 y en el 1805, tal vez por que la población fue concentrada en gran número en la iglesia y los invasores no necesitaron de mucho esfuerzo para su ejecución.
En su Historial, Arredondo y Pichardo califica como degüello la matanza realizada por los haitianos en Santiago el 28 de febrero de 1805 quienes entraron a "sangre y fuego con todos los del país para hacerse paso a la capital" y agrega que "toda aquella población y los pueblos del tránsito, fueron reducidos a ceniza por la tropa negra en su retirada, destruyendo hasta los altares. Los sacerdotes que encontraron fueron presos, y después sacrificados". Continúa narrando como se llevaron a pie para Haití, a los que dejaron vivos entre ellos al octogenario vicario Pedro Tavares, muriendo muchos de hambre y sed en el camino.
La validez de la narración de Arredondo y Pichardo, se encuentra sustentada por los hechos y la unánime afirmación de los relatos (que son muchos) e informaciones registradas de la época.
Emilio Rodríguez Demorizi, en su libro Invasiones Haitianas de 1801, 1805 y 1822 recoge una significativa documentación originada en la época y a consecuencia de los hechos, que constituyen la prueba inequívoca de la devastación, los asesinatos gratuitos e innecesarios, el saqueo y desolación a que los haitianos sometieron nuestro territorio especialmente en 1801 y 1805.
Alguien podría ingenuamente pensar (para satisfacción y gozo de interesados) que alrededor de estos hechos hay un sobredimensionamiento y exageración. Sin embargo, si se observa con detenimiento la documentación conocida, sin despreciar en nada la opinión de algunos funcionarios franceses de la época tanto del lado de Haití como de esta parte, y las comunicaciones de funcionarios de otras naciones a sus respectivos gobiernos y sus juicios sobre el carácter radicalmente diferente de una nación y otra, habrá de llegarse sin asomo de ninguna duda a la comprensión de la gravedad de aquellos escenarios de saqueos, terror, y sangre.
Se llegará también al juicio de que antes que sobredimensionar el hecho, existe una infravaloración, desconocimiento y olvido de aquello que forma parte de nuestra historia y que marcó, el espíritu de la nacionalidad dominicana.
Al leerse la Alocución que realizara Dessalines al pueblo haitiano el 12 de Abril de 1805 a su regreso del sitio de Santo Domingo, para dar cuenta de su gloriosa hazaña realizada de este lado de la isla, puede medirse la soberbia de un soberano emperador con signos de gozo y alegría por el crimen, terror y saqueo realizado.
Entre otras cosas se lamenta de no "haber coronado con un completo y cabal buen éxito" su campaña, pero en compensación, le dice a su pueblo, que "os queda, al menos, el consuelo de pensar que la ciudad de Santo Domingo, (es) único lugar que sobrevive a los desastres de la devastación que propagué a considerable distancia en la parte antes española...". Más adelante dirá que "habiendo sido tomada a fuego y sangre toda la parte exterior de Santo Domingo, el resto de los habitantes y de los animales (fueron) arrancados de su suelo y conducidos a nuestra patria…".
También en su Diario de la Campaña, dirá que "...el saqueo de la ciudad de Santo Domingo era lo único que faltaba para completar sus proyectos..." y confiesa haber dejado la orden a sus principales jefes para que "la caballería se extendiera por todos los lados, destruyendo y quemando todo lo que encontraba a su paso". Agrega, además, haber ordenado a sus generales para que "empujaran (se llevaran hacia Haití) delante de ellos el resto de los habitantes, de los animales y las bestias".
Oportuno es apuntar que el reino del crimen, terror y saqueo a que sometieron esta parte de la isla en 1801, 1805 y la desastrosa ocupación de 1822 al 1844 no solo ocasionó daños personales y materiales. Esas invasiones y el estado de zozobra y amenazas permanentes a que Haití sometió a esta parte de la isla, forzaron la emigración de muchos de nuestros mejores hombres y familias en búsqueda de una tranquilidad y seguridad que les fue arrebatada aquí.
Ahora, parafraseando a Neruda, tendré que pedir perdón por contarle estas locuras, en esta dulce tarde, no de febrero, sino de abril, y como él también sé, que Aunque hace siglos de esta historia amarga/ Por amarga y por vieja se la cuento/ Porque las cosas no se aclaran nunca/ Con el olvido ni con el silencio. /Fuente: DiarioLibre/