PREGUNTA DE JUAN EL BAUTISTA
Por Guillermo Mejía
En este tercer domingo de Adviento, la Iglesia proclama el Evangelio según San Mateo (Mt. 11, 2-11). Juan el Bautista, encarcelado, había escuchado de las obras que realizaba Jesús y le mandó a preguntar a través de sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Juan trata de reconocer a Jesús por los signos que le preceden, pero duda que sea aquel a quien Dios había entregado todo su poder. Él esperaba un Dios que llega en un gran trono y descubre a un Dios que se rebaja a la condición de hombre y que de esa manera restablece la divinidad en la naturaleza humana, por eso duda y busca en las propias palabras de Jesús la confirmación de si es Él, el que esperan.
En este tercer domingo de Adviento, la Iglesia proclama el Evangelio según San Mateo (Mt. 11, 2-11). Juan el Bautista, encarcelado, había escuchado de las obras que realizaba Jesús y le mandó a preguntar a través de sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Juan trata de reconocer a Jesús por los signos que le preceden, pero duda que sea aquel a quien Dios había entregado todo su poder. Él esperaba un Dios que llega en un gran trono y descubre a un Dios que se rebaja a la condición de hombre y que de esa manera restablece la divinidad en la naturaleza humana, por eso duda y busca en las propias palabras de Jesús la confirmación de si es Él, el que esperan.
La respuesta de Jesús no se hace esperar: “Díganle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.
El Bautista entendió perfectamente esta singular respuesta. La realización de estos signos Mesiánicos representa el anuncio del que ha de venir. Son la identificación de aquel que viene a rescatar su pueblo, identifican al Varón de dolores, el Dios que él anuncia, al cual le ha servido de precursor, al que le sirvió de voz en el desierto y de quien no se siente digno de amarrar sus sandalias; es Él, el que nació en Belén, el hijo de la Virgen, el que viene al mundo para salvar a todos los hombres.
Yo, igual que el Bautista, había caminado desde niño viendo los signos que identifican a Jesús, pero no lo conocía, no lo descubría, no le dejaba que actuara en mi vida, hasta que a finales del mes de Junio del año 1988, viví la experiencia del Cursillo de Cristiandad, esos tres días maravillosos sirvieron para encontrarme y caminar junto a Él, para quitar mi ceguera, para limpiar mis pecados, abrir mis oídos y asumir con valentía, a pesar de que no soy digno de amarrar sus sandalias, mi responsabilidad de vivir y anunciar su evangelio con mis palabras y con mi testimonio, que es lo que realmente convence y arrastra.