La nochebuena de Encarnación Mendoza.


Por: José Antonio Matos Peña

Es el título de un excelente cuento del profesor Juan Bosch, leído por nosotros en los tiempos de finalizar el bachillerato y que recordamos frecuentemente, sobre todo en los días de la noche buena, su estilo claro y descriptivo, junto al argumento, nos induce a hacer este pequeño artículo, para compartirlo con los amigos(as) que tengan la oportunidad de darle lectura.

Encarnación Mendoza, figura central del referido cuento, fue un hombre de lo más correcto, tanto así, que ni tomaba alcohol, para no desarreglarse en el trato hacia los demás, un militar, sin ningún motivo, lo abofeteó y él en su instinto natural, reaccionó arrancándole la vida, esto fue, el día de San Juan. Empezó la huida para salvar la vida, porque en esa época, la suerte que le corría, era la de pagar con la suya.


Acercándose la nochebuena siguiente, él no resistió más y empezó con su instinto familiar y por qué no, de amor y celos hacia su pareja, luego de pensamientos dubitativos, en el sentido de por donde seguir, o por la montaña o los cañaverales, decidiéndose por los últimos, arrancó hacia su destino, internándose en los mismos y ya al amanecer, cuando había tenido la suerte de que nadie pasara por el lugar, un niño, que resultó al final, ser de los suyos, coincidió en buscar un perrito con quien hizo la travesía y la curiosidad del animalito lo hizo ver al fugitivo, que al no saber que el que estaba era su hijo, se hizo el dormido y el niño creyéndolo muerto dio la voz de alarma, y por su insistencia, el sargento del pueblo perseveró en la búsqueda, hasta dar con él, en horas de la tarde, cobrándole cual si fuera la ley del Talión. Llevado en su insistencia, el sargento el cadáver hacia San Pedro de Macorís, después de cabalgar bajo lluvias, en un burro, decidió desistir en su afán, encontrando una vivienda abitada, abusivamente lo introduce a lo interior de la misma, cuando a pesar de la desfiguración de su boca por un tiro de fusil, la señora le exclama a sus hijos llena de espanto y dolor, hijos venga a ver, los han dejado huérfanos de padre.

Cuando se aglomeran los niños junto al cadáver, uno de ellos exclama, mamá, ese fue el muerto que yo vi en el cañaveral.

La reflexión que hacemos a propósito de este tan triste cuento, salido de la vida real o no, es que es una forma de muchas en las que la tragedia priva familias del disfrute de días como el de la nochebuena junto a sus familiares, tragedias en su inmensa mayoría se pueden evitar. Que sirva este episodio para que cada uno de los ciudadanos del mundo evite ser objeto de estos percances y se trace la meta de nunca llegar a causar una nochebuena como la de Encarnación


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