Hijo perdona a su madre, quien mató a su padre
EN TENNESSEE, (EE.UU): Casi tres décadas después del crimen que abrió un cisma entre ellos, madre e hijo ahora hablan amablemente. Se ríen de alguna tontería. Ella le abraza y le dice te quiero. El le sonríe. Con frecuencia almuerzan juntos en la sede de la organización donde trabaja ella.
Y un día reciente la madre, Gaile Owens, hablaba junto con su hijo Stephen en una sala de conferencias, respondiendo las preguntas de un reportero sobre su tormentoso pasado.
Sobre el asesinato del padre de Stephen, sobre las razones por las que ella lo mató, sobre los años en que ella estuvo en el pabellón de los condenados a muerte.
Sobre la carga de rencor y rabia que Stephen albergaba contra ella y, finalmente, sobre su decisión de superar esos sentimientos y perdonarla. Ninguno de los dos quiere insistir en el pasado. Ella dice que no se puede volver en el tiempo, él añade que no se puede perdonar a alguien y seguirle achacando lo que hizo mal.
A Stephen, hoy de 40 años de edad, le tardó gran parte de su vida adulta llegar a este momento. La decisión de perdonar a su madre, dice Stephen, “me dio una vida que de lo contrario yo nunca hubiera tenido”. De niño, Stephen adoraba a su padre.
De adulto, lamentó su ausencia: en sus juegos de basquetbol, en su boda, en el nacimiento de sus hijos. Durante años, Stephen no quiso saber nada de la mujer que causó todo este dolor y luto.
Pero gradualmente, halló la manera de perdonarla. Y más aun: luchó para conseguir que la dejen en libertad.
Fue a comienzos de 1985 cuando Gaile Owens empezó a planificar el asesinato de su marido. Era una madre de clase media, y mucho después ella misma admitió que estuvo meses paseando por las zonas peligrosas de Memphis, buscando a alguien dispuesto a matar a Ron Owens. Para el 17 de febrero de ese año, encontró a alguien: un mecánico con un prontuario policial.
Esa noche, ella regresaba a casa después de ir a la iglesia con Stephen, quien tenía entonces 12 años y su hermano Brian, de 8. Stephen fue el primero en ver a su padre muerto, sangrando encima de la alfombra de la sala, víctima de un ataque con un palo de hierro.
Pocos días después, Gaile fue arrestada y acusada de ser cómplice en el asesinato. Un cura y una tía fueron los que les informaron a los niños. Para Stephen, su padre era su héroe. Era administrador de un hospital, pero Ron Owens era además el entrenador del equipo de basquetbol de su iglesia. Gaile cantaba en el coro.
Stephen nunca los vio pelearse y pensaba, como suelen hacer los niños, que sus padres estaban contentos con el matrimonio. Pero en realidad Gaile estaba tomando pastillas dietéticas y antidepresivos, pues había aumentado de peso al estar embarazada con Stephen.
Se robaba dinero de los consultorios médicos donde trabajaba como recepcionista, y uno de los médicos la acusó ante las autoridades.
Tras ser arrestada en conexión con la muerte de Ron, Gaile denunció que él abusaba de ella y que le era infiel. Dijo que ella deseaba divorciarse pero que él la amenazó con llevarse a los niños, y por lo tanto se sentía atrapada y sin salida. Stephen en ese entonces ignoraba todo esto.
Los fiscales dijeron durante el juicio que Gaile había llevado la familia a la ruina económica y que tramó la muerte de Ron para cobrar la póliza de seguro.
Stephen incluso declaró en el juicio, a favor de la parte acusadora, afirmando que había visto a su madre escondiendo balances bancarios debajo del colchón. Ni siquiera la miró desde el estrado del tribunal.
“Yo odiaba a mi madre”, escribió en su libro, “Set Free”, donde narra el proceso de reconciliación. Cuando su madre fue sentenciada a muerte, a él poco le importó. Al fin y al cabo, en su mente, ella ya no existía.
Durante 17 años, su actitud no cambió. Pero entonces nació su hijo, y Stephen empezó a considerar la posibilidad de restablecer relaciones con el único progenitor que tenía. Todo comenzó cuando Stephen decidió que quería que Gaile supiera que tenía un nieto.
Le envió una tarjeta de Navidad en el 2001 con una foto y una línea simple: “Madre, sólo quería desearte una feliz Navidad y presentarte a tu nieto, Zachary Stephen Owens”.
La firmó: “Con cariño”. Stephen no sabía exactamente qué clase de relación que quería tener
con su madre, pero al nacer su primer hijo Zachary y luego su segundo, Joshua, quedó con la inquietud de cómo algún día tendrá que hablarles de sus abuelos.
Pasaron los años y él y su madre intercambiaban correspondencia, pero esporádicamente.
Muchas veces, él estaba demasiado ocupado para escribir. Otras veces, sentía que no tenía nada que decir. Pero algo le inquietaba el alma. Pensaba que Dios nos enseña a perdonar a quienes nos lastiman y “uno no puede escoger a quién perdonar y a quién no”.
Entonces Stephen fue contratado como docente en una cárcel, y halló que muchos de los presos no eran tan distintos a él. Luego enseñó en una escuela cristiana y se percató de que uno de sus colegas era el tutor de una clase de biblia en la cárcel a la que su madre asistía.
El individuo le dijo a Stephen que su madre era una líder espiritual que sentaba un gran ejemplo para los demás prisioneros. “Eso no fue pura casualidad”, expresó Stephen, agregando que para él, esos comentarios le ratificaron que “yo estaba haciendo lo correcto”.
Aun así, no fue fácil reconciliarse con la mujer que mató a su padre, que le quitó algo tan añorado. Tuvo que reflexionar mucho para aceptar la idea de que perdonarla a ella no significaba traicionar la memoria de su padre. Su fe religiosa fue clave en este caso, y gradualmente Stephen quedó convencido de que “hacer la voluntad de Dios, que era perdonar a mi mamá, no quería decir que yo no tenía emociones para mi papá”.
Ocho años después de enviar esa primera tarjeta de Navidad, Stephen decidió que era el momento de un reencuentro. Fue el 23 de agosto del 2009: era domingo y Stephen y su esposa fueron a la iglesia. Y después fueron a la Cárcel de Mujeres de Tennessee.
Al ver a su madre por primera vez en 23 años, abrió los brazos para abrazarla. Gaile sollozó, rogándole a Stephen que la perdonara, y conversaron por casi tres horas.
Cuando el guardia les advirtió que les quedaba cinco minutos, Gaile nuevamente expresó su arrepentimiento. “Te perdono, mamá”, respondió él. Stephen se sintió eufórico. La rabia que llevaba reprimida por tantos años se desvaneció.
Al poder procesar sus emociones, Stephen le dijo a su esposa que estaba seguro de que tenía que ayudar a su madre a salir de la cárcel. Pero no sabía cómo hacerlo.
Dos meses después llegó la carta. Las apelaciones de Gaile habían expirado, con lo cual faltaba sólo fijar la fecha de ejecución. En la carta incluso se le informaba a Stephen que tenía el derecho de presenciar la condena. Stephen no sabía qué hacer.
Estaba renuente a involucrarse públicamente en el caso. Años atrás, en el juicio a su madre, la prensa lo había abrumado y él había reaccionado prometiendo que de ahora en adelante viviría una vida muy privada. A Stephen también le preocupaba la reacción de otros miembros de la familia.
Ni siquiera Gaile misma estaba a favor de que él se involucrara, pues pensaba que ya no había nada que hacer y que si su hijo se metía sólo iba a cosechar desilusión y amargura.
El 19 de abril de 2010, la Corte Suprema de Tennessee fijó la fecha, dentro de cinco meses, para ejecutar a Gaile. Su única esperanza era un indulto del gobernador, algo que era poco probable. Al día siguiente, Stephen se enfrentó a los periodistas por primera vez en 24 años, y leyó un comunicado escrito.
“Por favor, no me dejen con la responsabilidad de tener que mirarle a mi hijo a los ojos y decirle que su abuela fue ejecutada. Por favor no permitan que la pena de muerte sea mi legado familiar. Les pido que tengan piedad”, declaró.
Tres meses después, el gobernador Phil Bredesen conmutó la sentencia de Gaile, afirmando que el castigo es desproporcionado comparado con otras personas halladas culpables de crímenes semejantes. La pena fue reducida a cadena perpetua con posibilidad de libertad condicional.
Debido a su buena conducta como presidiaria, Gaile Owens fue excarcelada el 7 de octubre del 2011.
Hoy, a los 61 años de edad, Gaile está casi irreconocible con respecto a la mujer que salió de la cárcel, deshilachada y con ropa demasiado grande, que sostenía sus pertenencias en una canasta. Se pone maquillaje, viste blue jeans, lleva el cabello corto y engominado.
El día de su excarcelación, Gaile emitió un breve comunicado expresando su alegría porque pronto vería a sus nietos y podrá pasear por el parque con su familia. “Estoy tan contenta de que voy a poder ser una madre y una abuela”. Ese sueño es ya una realidad.
“Voy con mis nietos a ver los partidos deportivos, le acaricio a Joshua su cabello, se sientan en mis piernas y me abrazan y no podría ser mejor”, dijo Gaile en una entrevista acompañada por Stephen. Stephen dice que Gaile trata de ir a todos los eventos deportivos de Joshua y que ahí la familia entera la pasa bien. Ella va a la escuela cuando celebran allí el Día de los Abuelos.
Y cuando la familia la llevó a un restaurante para celebrar su cumpleaños, los niños estaban ansiosos por tomarse la foto con ella. Después de salir de la cárcel pasaron sólo dos semanas hasta que Gaile encontró un empleo que le gusta y donde tiene la posibilidad de dar apoyo a mujeres que han sido víctimas de la prostitución y las drogas. Ellas dicen que Gaile ha marcado una diferencia en sus vidas.
“Pero yo no llevo la cuenta de esas cosas, no se trata de llevar la cuenta de las cosas buenas que he hecho, sino de preguntarme `¿en qué puedo ayudar?’, pues a aquellos que reciben gracia, les toca mucho que dar”, expresó, usando una frase de la biblia.
Pero perdura el sentido de arrepentimiento. Gaile no se ha reconciliado con otros miembros de su familia, como su hijo Brian y su hermana, Carolyn. Y afirma que nunca se olvida de que en el fondo, ella fue la responsable de la muerte de su esposo.
“Vivo todos los días con ese arrepentimiento”, comentó. Stephen dice que escribió el libro para poder ayudar a los demás. Cree que la mayoría de la gente tiene alguien a quien perdonar. “Perdonar a alguien es un concepto difícil de llevar a la práctica”, dice Stephen.
“Es una de esas cosas que si uno sabe lo bien que se siente lo haría antes, pero todo a su momento, es la voluntad de Dios”.