En Hoyo de Pepé, la vida no conoce progresos ni modernidades
Por Natalia Mármol / 7dias.com
EN SANTO DOMINGO: Hoy más de 40 familias llaman hogar a lo que, por muchos años, fue un criadero de cerdos. El Hoyo de Pepé, a la sombra de una pequeña cueva en el barrio Los Tres Ojos, es el destino predilecto para las principales enfermedades propias del hacinamiento.
En unos 300 metros cuadrados, se interna la miseria resignada de aquellos que llegaron con sueños de ciudad al Gran Santo Domingo y que, en cambio, encontraron una, aún mayor, escasez de oportunidades. Su drama, que solo para ellos parece tener importancia, fue sacado a la luz por sendos reportajes de las televisoras Antena Latina y Teleantillas.
Para los habitantes del Hoyo, la lluvia es la más implacable de las amenazas. Ella arrastra consigo las aguas residuales de las cloacas cercanas y toda la basura que encuentra en su camino hasta depositarlas en los techos, suelos y pasillos que dividen los hogares de esa pequeña comunidad.

“Esta semana, por ejemplo, ha sido una semana de lluvia y no hay una casa que no se haya llenado de agua”, explicó Heriberto Morillo, presidente de la Junta de Vecinos. Cuenta cómo, ante la probabilidad de precipitaciones, los moradores acuden al acostumbrado ritual de subir neveras, abanicos y demás bienes de importancia a las camas u otros sitios más seguros.
Las aguas negras bordean las casitas de zinc y cartón, cual serpiente a la espera de su presa.
“Hay veces que el agua me llega hasta aquí”, dice Maximino Morillo al colocar sus manos a la altura de sus hombros. “Hay una cloaca allá arriba y cuando se tapa por la basura viene toda esa agua para abajo y aquí no tiene salidero por ningún lado”, agrega.
Pero es cuando escampa que el verdadero peligro asoma por allí su rostro. Las aguas negras bordean las casitas de zinc y cartón, cual serpiente a la espera de su presa. Zoila Morillo vive allí porque su padre le prestó “un rinconcito”, pues la labor de madre de cinco no le permite, por el momento, ganar lo suficiente para pagar su propio espacio.
La decisión ha venido con un precio; desde que llegó, la gripe y las “raquiñas” se han convertido en fieles visitantes de sus hijos. Mientras que la malaria ya ha llevado a dos de sus crías, Lenny, de seis años, y Julieta de tres, a pasar varios días internas en un hospital.
Don Heriberto, quien era agricultor en El Cercado, San Juan de la Maguana, hace 30 años tuvo que trasladarse a la capital por “problemas de salud”. Los médicos de la región le enviaron a la ciudad para atenderse y luego de un tiempo decidió asentarse. “Cuando vine aquí fue donde ‘jallé’ dónde entrar y entré”, contó.
La decisión ha venido con un precio; desde que llegó, la gripe y las “raquiñas” se han convertido en fieles visitantes de sus hijos. Como él, muchos, empujados por la necesidad, vieron en “el hoyo” la oportunidad de vivienda que buscaban. Don Pepé, Francisco Antonio de Jesús, quien vive a pocos metros de la zona, con gusto vendió por fracciones el terreno que había comprado en 1948 por el valor de 20 pesos.
“Cuando yo me metí aquí no había nada”, rememora De Jesús, quien se dedicaba a la crianza de animales en ese sitio. Posteriormente, cerca de 1980, empezó a dar, a algunos, y a vender entre 100 y 150 pesos, a otros, porciones de lugar.
Carmen Montero, espera “un milagro de Dios” para poder mudarse a un espacio más digno. Ella vende palomitas y yaniqueques para llevar, con, al menos, una mascota, y zapatos enteros, a sus siete hijos a la escuela.
Don Heriberto, en cambio, hace la solicitud a un “santo” más cercano: “Le pedimos al presidente Danilo Medina que se haga de cuenta que aquí vive gente”. Al igual que otros, solicita al mandatario que ponga la mirada sobre “el hoyo”, y que, de considerarlo prudente, les confiera un lugar más "de humanos" donde levantar sus moradas.