El 169 aniversario de la Marina de Guerra
Homero Luis Lajara Solá
EN SANTO DOMINGO: Nuestra entonces Marina Nacional, denominada posteriormente Marina de Guerra (Armada), gemela en ideales de nuestro glorioso Ejército Libertador, tuvo su bautismo de fuego, al tiro de cañón, contra las fuerzas militares haitianas, un 15 de abril de 1844, en la “Batalla Naval de Tortuguero, abarloada al costado de su primer comandante, el almirante Juan Bautista Cambiaso, quien junto a los también almirantes, Juan Bautista Maggiolo y Juan Alejandro Acosta, este último primer almirante dominicano- por ser los dos primeros genoveses-, a quien le tocó el honor capitaneando la goleta Leonor, de buscar al Padre de la Patria de su exilio en Curazao, son los tres fundadores de la Marina de Guerra.
Después del lastre de La Anexión, La Armada emergió de los mares de la desidia- navegando singladuras de supervivencia-, bajo la protección del temido dictador Ulises Heureaux, hecho sobre el cual -en sus apuntes inéditos sobre la historia de la Marina de Guerra-, narra el almirante Luis Homero Lajara Burgos: “Es así como, a fines de siglo, nuestras costas y rías ven pasar majestuosas las unidades de guerra: Presidente (1889), Independencia (1894), Restauración (1896) y Colón, adquiridas en Europa”.
EN SANTO DOMINGO: Nuestra entonces Marina Nacional, denominada posteriormente Marina de Guerra (Armada), gemela en ideales de nuestro glorioso Ejército Libertador, tuvo su bautismo de fuego, al tiro de cañón, contra las fuerzas militares haitianas, un 15 de abril de 1844, en la “Batalla Naval de Tortuguero, abarloada al costado de su primer comandante, el almirante Juan Bautista Cambiaso, quien junto a los también almirantes, Juan Bautista Maggiolo y Juan Alejandro Acosta, este último primer almirante dominicano- por ser los dos primeros genoveses-, a quien le tocó el honor capitaneando la goleta Leonor, de buscar al Padre de la Patria de su exilio en Curazao, son los tres fundadores de la Marina de Guerra.
Después del lastre de La Anexión, La Armada emergió de los mares de la desidia- navegando singladuras de supervivencia-, bajo la protección del temido dictador Ulises Heureaux, hecho sobre el cual -en sus apuntes inéditos sobre la historia de la Marina de Guerra-, narra el almirante Luis Homero Lajara Burgos: “Es así como, a fines de siglo, nuestras costas y rías ven pasar majestuosas las unidades de guerra: Presidente (1889), Independencia (1894), Restauración (1896) y Colón, adquiridas en Europa”.
Al caer Heureaux, en el año de 1899, La Armada se va de nuevo a pique, iniciando el penoso proceso con el hundimiento por sabotaje del crucero Restauración, en San Pedro de Macorís; experimentando una mejoría con el presidente Cáceres, hasta que la Ocupación Militar Norteamericana del 1916, clava los garfios del invasor con la nefasta Orden Ejecutiva No. 47, del 7 de abril de ese luctuoso año, desintegrando nuestras fuerzas militares.
En los inicios de la Era de Trujillo, con el mar de fondo de toda dictadura, procurando cercenar la libertad con fuego de metralla y cañón, en el año de 1933, se adquiere en Cuba el vapor Guantánamo, nuestra primera unidad de guerra del siglo XX, armada para la defensa nacional y comisionada en la renaciente Marina Nacional, con el ególatra nombre de “Presidente Trujillo”.
Institucionalidad
Con la Orden General No. 1, del 1ro. de enero de 1936, se crea el primer destacamento de Marina, dependiente del Ejército Nacional. Dos años después (1938), se adquieren en los EE. UU.: en calidad de compra, tres unidades navales tipo guardacostas, y en ese mismo año, mediante la Ley No.55, del Congreso Nacional, en fecha 22 de diciembre, se crea, al sur de la República (Baní) la estación naval y aérea de Las Calderas, estableciéndose la primera bahía militar de la región.
En el año de 1942, la Marina Nacional, con una dotación de 108 hombres, estaba integrada por siete guardacostas, los cuales participaron en la Segunda Guerra Mundial, bando aliado, escoltando remolcadores con barcazas cargadas de alimentos, cruzando mares cundidos de submarinos alemanes en las oscuras aguas del Canal de los Vientos y el Canal de la Mona, en la ruta Cayo Hueso, Florida; Haití, República Dominicana, hasta llegar al puerto de Mayagüez, Puerto Rico.
El 25 de enero de 1943, con la firma del Secretario de Estado de los EE. UU.; y el Embajador dominicano en Washington D.C; tuvo efecto un convenio para establecer la primera Misión Naval norteamericana en el país. De inmediato, con el interés soterrado de los EE. UU. para garantizar su hegemonía en El Caribe, por la importancia del tráfico marítimo a través del canal que ya unía las rutas entre el Atlántico y el Pacífico (Canal de Panamá), y los aprestos estratégicos para evitar que los alemanes lograran establecer enclaves en tan importante línea de abastecimiento para las fuerzas aliadas, se inició, con personal del Ejército Dominicano y asesoría de la Misión Naval USA, a mediados de 1943, la construcción de la Base Naval de la entonces Ciudad Trujillo -hoy Base Naval 27 de Febrero-, finalizándose los trabajos en el año de 1944.
En el año 1943, se establece, mediante el decreto del P.E. No 1081, del 3 de abril, la Comandancia de la Marina Nacional, bajo el mando del capitán Manuel R. Perdomo -todavía dependiente del Ejército-, así como la primera Academia de Guardiamarinas (Cadetes) del siglo XX, iniciando con 10 jóvenes aspirantes.
Equipamiento
La formación de una de las flotas navales más poderosas del área continuó germinando de forma vertiginosa en el año de 1944, con la adquisición en los EE. UU., de tres guardacostas -caza submarinos-, de 83 pies de eslora (largo), cuyas tripulaciones se entrenaron en esa nación en guerra con el eje: Alemania, Japón e Italia. En el año de 1945, ya en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial, se adquirieron en los EEUU; dos buques de guerra de mayor dimensión y poder de fuego; una corbeta -construcción canadiense- y una fragata, comisionadas como Colón C-101 y Presidente Trujillo F-101, respectivamente, agregadas a los once guardacostas, dos lanchas auxiliares y una goleta existente.
El 10 de febrero de 1947, con el decreto del P.E. No. 4169, se cambia el nombre de Marina Nacional por el de Marina de Guerra, y se organiza formalmente la institución naval con su Estado Mayor funcional, y se nombra al culto y profesional teniente comandante Ramón Julio Didiez Burgos, agrimensor y astrónomo aficionado, como su primer Jefe de Estado Mayor. En ese período, en adición a la prioridad de educar y entrenar el valioso recurso humano naval, se sigue incrementando la flota (sin ésta La Armada es una caricatura de sí misma), con la adquisición de las corbetas comisionadas por el gobierno dominicano: Juan Alejandro Acosta, Juan Bautista Cambiaso, Gerardo Jansen y Juan Bautista Maggiolo; dos guardacostas de 110 pies de eslora, dos barcazas de rescate aéreo y dos barcos tipo patrulleros.
En esa vertiente, como soporte operativo, se compró en Key West, USA, un dique para mantenimiento y reparación de los barcos, con capacidad para 1,000 toneladas. A esta flota, vislumbrando lo que se denominó acertadamente el “gigantismo militar de Trujillo” para contrarrestar amenazas-vía marítima y aérea-, de grupos contrarios a la dictadura, procedentes del exterior, ayudados por gobiernos liberales adversos al tirano, se agregan dos buques de guerra de gran dimensión (323 pies de eslora), y con una potente artillería, los denominados Destructores-comprados en Inglaterra-, el D-101, comisionado como “Trujillo” y, el D-102, como “Generalísimo”.
Con el Decreto del Poder Ejecutivo No. 5713, fechado 23 de marzo de 1949, se designa al caballero oficial naval, capitán de navío César De Windt Lavandier, como Jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra, promovido a contralmirante de “dos estrellas”. En esa gestión se incorpora una grúa flotante, un buque faros y boyas y dos modernos buques patrulleros, comisionados como “Independencia” y “Restauración”, respectivamente. Con estos barcos de guerra se conformó una respetable flota naval que mantuvo al máximo la eficacia y eficiencia en los controles de nuestras costas-para los fines buscados por Trujillo-,cuando intentó despegar el hidroavión Catalina, en la Bahía de Luperón -junio 1949-, después de abortar el desembarco de fuerzas expedicionarias antitrujillistas, recibiendo un implacable fuego de artillería del guardacostas GC-9, de la entonces poderosa Marina de Guerra, haciéndolo estallar, pereciendo cuatro de los valientes expedicionarios que habían logrado abordarlo en una retirada forzosa.
Avances
Entre las actividades sobresalientes acaecidas en la brillante jefatura del almirante De Windt Lavandier, sobreviviente junto al almirante Didiez de los ataques de submarinos alemanes a buques mercantes en el Caribe en el año de 1942-, (ver página web: www.homerolajara.com), destacamos la consolidación de los estudios en la Academia Naval, la adquisición de otra unidad tipo Patrullero (P-106), dos barcos auxiliares, la construcción del primer templo católico y un cine dentro de un recinto militar dominicano (inaugurados en octubre de 1952), la Ley 3003, que otorga facultades a la Marina de Guerra como Policía de Puertos y Costas, así como el Reglamento Orgánico de la institución.
El 16 de Agosto de 1953, mediante el Decreto del Poder Ejecutivo No. 9263, se designó al capitán de corbeta Luis Homero Lajara Burgos, discípulo aventajado de los almirantes Didiez y De Windt, los Padres de la Marina de Guerra de la Tercera República-, quien fungía como Agregado Naval en Washington, D.C. (primero en la historia), como Jefe de Estado Mayor de la Marina de Guerra. Con apenas 33 años de edad, el contralmirante de dos estrellas Lajara Burgos -formado en instituciones navales inglesas y norteamericanas- navegó siempre en mares revueltos y tormentosos -infestado de tiburones-, mares en los cuales, como en todas las épocas, algunos espíritus inquietos y simuladores se disfrazaban de delfín.
Después de haber inaugurado las instalaciones de la Academia Naval (24 de octubre 1953), que inició el almirante de Windt, y crear el Batallón de Infantería de Marina (ver Orden General del Jefe de Estado Mayor, M. de G; No. 129, del 30 de diciembre de 1953), el almirante Lajara Burgos colisionó de frente con la realidad dominicana de ese momento -al destacarse más de lo permitido en una dictadura, con un tirano sin escuela, formado al vapor por las circunstancias generadas de la intervención del 1916.
Bastó una exitosa Misión Naval a España (del 6 de septiembre al 9 de noviembre de 1954), en devolución simbólica del primer viaje de Colón a La Española, con un destructor, una fragata y una corbeta-recreando las tres carabelas-, donde el joven almirante Lajara Burgos recibió honores que a Trujillo no le fueron concedidos en su viaje a la Madre Patria (2 de junio al 14 de agosto de 1954), situación que hizo surgir del mar de la envidia y la mezquindad, el barco pirata de la discordia, remolcado por la mentira aviesa y la intriga manipulada de siempre, cruzando el Atlántico, arrojando por la borda la carrera naval de un almirante, que apostó al honor y a la grandeza.
Ya en la recalada, destacó en el Cuaderno de Bitácora los intentos de supervivencia de una Armada, combatiendo los vientos huracanados del final de una dictadura, la secuela del mar de fondo de un Golpe de Estado, los vaivenes de las olas con el bramido de aquel pretérito mundo bipolar de la guerra fría, y navegando con cautela en las agitadas aguas del océano de la globalización, que la golpearon de costado con la furia despiadada de las nuevas amenazas emergentes, encabezadas por el flagelo del narcotráfico, dejando en su lúgubre estela el doloroso y aleccionador a la vez: Caso Paya, destacando la profesionalidad y responsabilidad de los miembros de la Marina de Guerra, subordinados al Ministerio Público, que enfrentaron y castigaron con valor espartano las lacras navales, empavesando sus actuaciones con gloria; señal contundente que sirvió para que nos diéramos cuenta de que a la nave de La Armada le estaba entrando agua por los agujeros de la inercia, desidia, ausencia de las tradiciones navales, y la pérdida del sentido de grandeza, esta última, rosa náutica orientadora, junto a la honradez, dignidad y disciplina, del militar a nivel global.
Ese casco, fisurado por el deshonor, tuvo que ser reparado de emergencia -enfrentando sable en mano al temido y apadrinado “lado oscuro de la fuerza”-, con la responsabilidad que ameritaban las circunstancias, sin vacas sagradas ni culpables favoritos-tomando al toro por los cuernos-, y la moral sin compromisos que le impidieran hacerlo; apuntalándose con valores y principios que se nutren del amor a la Patria, lealtad y vocación de servicio.
Recordando que, de la “unión” de cada miembro de La Armada, como eslabón del deber de una cadena que jamás debemos permitir que se vuelva a romper, está la fuerza que proporciona la credibilidad y el indispensable respeto que debemos irradiar ante la sociedad y los políticos que nos gobiernan, manteniendo una estela siempre blanca-como nuestro uniforme-, planificando bajo el timón de un avezado y honesto capitán, salido -como ente motivador de los que vienen atrás-, del seno de la institución, con la capacidad, méritos y experiencia, para ejecutar con profesionalidad y visión las maniobras -en base a los retos y desafíos del milenio-, con el gallardete de la dominicanidad más pura enarbolado en lo alto del palo mayor de una Marina de Guerra virtuosa y apolítica, que por no ser un fin en sí misma, sino parte de un Proyecto de Nación, debe navegar el norte verdadero subordinada al poder civil legalmente constituido, como poderoso grillete de la seguridad y el desarrollo nacional.
¡Que viva la República Dominicana! ¡Que viva la Marina de Guerra, Una Profesión Honorable!