LA VIOLENCIA NO BORRÓ SU SONRISA‏

EN SANTO DOMINGO: Su sentido del humor puede hacer que cualquiera se transporte a un mundo donde las sonrisas y alegrías se alejan de los temores y el sufrimiento, y solo hay espacio para el amor y la felicidad.

Sin embargo, la realidad que le ha tocado vivir ha estado impregnada por lágrimas, miedos y disgustos, haciéndola despertar de sus sueños, pero nunca robándole las ganas de reír.


A sus 43 años, Esperanza (nombre ficticio) no teme al destino y sus desventuras, se siente capaz y fuerte para enfrentarlas. Después de haber sufrido en carne propia los estragos de la violencia de género, ahora lo más importante para ella es tener paz y gozar de los suyos. “Tengo una vida que disfrutar, solo por hoy estoy feliz y pensaré en mí”, dijo con seguridad.

Origen

Su historia se inició hace 12 años, cuando estaba esperando su primer hijo, fruto de su primer matrimonio. Relata que estaba repitiendo el mismo patrón- sin darse cuenta- porque este hombre también era celoso, no la maltrataba físicamente, pero no le permitía salir sola, llegando hasta dejarla encerrada en la casa. “En esa época yo era muy joven y lo mandé a freír espárragos”.

Esta experiencia no le impidió conocer al hombre que, entendía, sí llenaría todos los espacios de su ser, su segundo compañero. “Cuando yo me encuentro con este chapulín colorado que me defiende, que es guapo, que me cela, me quiere, me persigue, yo sentí que tenía una atención; me sentí segura, protegida; pero toda esa fuerza con el tiempo se volcó en mí contra”, narra.

Admite que esos celos halagadores se convirtieron en patológicos, a tal punto que no le brindaban la seguridad y el amor anhelados. Sin embargo, reconoce que quien le hizo vivir los momentos más dolorosos de su vida siempre ha estado pendiente de sus dos hijos, siendo quien desde entonces se encargó del bebé que ella esperaba, pues su padre biológico residía fuera del país.

Los primeros tres años de ese romance para ella fueron perfectos, pero cuando pasó la ilusión y sintió que la relación estaba siendo afectada por la agresividad y la violencia de su esposo, se percató de que no todo era color de rosa. “Yo me dije, espérate, déjame ver si soy yo la que tiene el problema, si soy muy extrovertida”, precisó.

Los años seguían transcurriendo y Esperanza quería creer que su pareja podía cambiar. Su afán de mantener esa unión le hacían mantener viva la ilusión de que ello era posible, por lo que lo instó a asistir a un centro de terapia donde tratan a hombres violentos.  “El recibió ayuda, yo quería conservar mi relación, pero con el tiempo me di cuenta que eso me estaba afectando física, emocional y laboralmente”, confesó con nostalgia.

A pesar de que según explica la dama, él mejoró muchísimo su actitud, asegura que no fue suficiente para que ella permaneciera a su lado. “Cuando tú no estás bien, estás insatisfecha, cuando sufres, no generas igual”, reflexionó.

La decisiva

Las amenazas de muerte y agresiones verbales y psicológicas eran constantes. El episodio que marcó su decisión de romper ese lazo fue atormentante para ella. “Yo salí con unas amigas, nos bebimos unas cervezas y yo llegué feliz y contenta a mi casa. A él eso le dio una ira tan grande, que ahí fue que yo me di cuenta que mi vida corría peligro. Aunque no me dio trompones, me apretó de una forma tal, que yo tuve que hacerme sonografías, y una placa en el seno, porque se me hizo un hematoma horroroso”, recordó.

Esa noche las ofensas también incluyeron halones de pelo y apretones en el cuello. El susto de Esperanza fue tan intenso que temía que ese profundo moretón le ocasionara un cáncer. Más de quince días fueron necesarios para que esa huella desapareciera de su cuerpo, más no de su memoria. “Cuando yo fui donde mi terapeuta me dijo pero vete a la Fiscalía y ponle la querella”.

Ella, aún con temor, no lo hizo, pero mucho tiempo no pasó para que se convenciera de que esa opción era la necesaria para alejarlo definitivamente y preservar su vida.

Los recuerdos llegan a su mente, y sus ojos brillan, al decir que cuando él se dio cuenta de lo que le provocó, le prometió que nunca más le pondría la mano. No fue así. Las amenazas no cesaron, a tal grado que tuvo que querellarse en su contra y auxiliarse de la policía para sacarlo de la casa donde ambos residían.

Su visión desde entonces cambió, entendió que su personalidad y la de él no encajaban y dos personas así no podían estar juntas.  “Ver que se repite el mismo patrón me ha ayudado, es como si todos pasaran por la misma escuelita y al final se refleja en la misma nota, pero la diferencia es la víctima. Ninguna de sus mujeres anteriores lo había llevado a la Fiscalía, ni lo habían sacado de la casa con la policía”, dijo.

Su familia

Sus dos retoños de 8 y 17 años, aunque no presenciaron el hecho, se percataron de lo que estaba sucediendo en el interior de su hogar. Su madre recuerda como les afectó: “El pequeño de siete años volvió para atrás en la escuela después de que estaba aprendiendo a leer, se estaba orinando en la cama y lloraba por cualquier cosa”.

Mientras indica que el mayor, quien lo apreciaba como un padre, después de eso no quería verlo en la casa. “Me decía que no lo quería, y aunque no me lo comunicaba, le tenía miedo”.

Su familia y los vecinos vivían atemorizados frente a la conducta violenta del agresor, y le aconsejaban diciéndole que él no la valoraba; temían por su vida. “En mi casa nunca hubo violencia. Los vecinos me decían que buscara ayuda a ver si podía salirme de eso, porque él me iba a matar”.

Protección
Las atenciones y el afecto que ha recibido de personas especializadas en estos casos le hacen sentir agradecimiento y satisfacción. “Yo tenía un problema, era co-dependencia, buscaba gente que yo sintiera que me podían proteger, eso me lo hicieron ver aquí, en el Centro de Atención a Víctimas de Violencia de Género. Yo no conocía esa razón”, reconoció.

Pudo llegar a ese lugar de orientación y acogida gracias a la Fiscalía, donde adquirió los instrumentos que le ayudaron a aclarar sus ideas. “Yo buscaba culpa en mí de lo que sucedió, sentía que no podía salir de ese círculo vicioso; hoy veo las cosas diferentes, yo merezco una vida tranquila y en paz”.

Su rostro hoy da muestra de la valentía y el deseo de vivir que la invaden. Descubrió que estaba cayendo en una situación que no podía controlar y buscó ayuda en el centro. “Me dieron las herramientas para yo poder o quedarme con él sin seguir sufriendo o salir de la relación pero porque yo quisiera. Me sentí empoderada”, sostuvo.

Percepción
El haber sido un hijo abandonado, que no contó con su padre y fue criado por una tía, son razones que conducen a Esperanza a estimar que su excompañero tiene una carencia de afecto. “Se ha casado tres veces y en todos los casos ha sido violento. Creo que a pesar de todo él es diferente conmigo porque siente que yo he sido la única que ha aportado en su vida”.

Afirma no guardarle rencor a su expareja y mantener una relación sana y amistosa con él, por el bienestar de sus hijos.

“La codependencia hace que tú caigas, pero si te concentras en lo real y no en lo que quieres,  es más difícil que recaigas; aunque yo estuviera con él, yo estaba sola”.

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NO SE DETIENE ANTE LAS DIFICULTADES

A los 12 años de edad le tocó afrontar la cruel realidad de quedar huérfana de padre. Desde entonces se convirtió en el pilar de su madre enfermiza y sus dos hermanos. “Durante toda mi vida lo que he hecho es ser la madre de mis hijos, de mis hermanos y la protectora de mi mamá”.

Fue maestra de literatura y letras, y catedrática universitaria. Antes de ser víctima de la violencia, impartía docencia en la Escuela Fray Ramón Pané, pero la depresión que sufrió producto de todos esos años de opresión y las constantes licencias que solicitó, la calificaron no apta para el trabajo, otorgándole una licencia permanente.

“Cuando uno tiene 10 años en una relación de maltrato, que no solo es fisíco, sino emocional y psicológico, eso va trabajando; y aunque uno se vea fuerte, sano, alegre, divertido, eso afecta con el transcurso del tiempo. Al principio yo pensaba que yo estaba somatizando, pero no era así, en verdad me enfermé”, exteriorizó.

Esperanza ha iniciado una nueva vida, sin embargo todavía quedan secuelas indelebles de esa historia.

Su hoja médica incluye hipertensión y arritmia cardiaca, además de una degeneración ósea progresiva. “En vez de pensar en el mal augurio de una vejez dolorosa, pienso en los niños que nacen con enfermedades”, exclamó.

Ante esto, la amante de la lectura, no se desanima; se auxilia en cursos de manualidades y tapicería que facilita el Instituto de Formación Técnico Profesional para dar riendas sueltas a su imaginación.
“Disfruto todo lo que tiene que ver con la creatividad”.

Por: Isabel Leticia Leclerc / Listín Diario/
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