La atormentada vida de Abraham Lincoln‏

Por Por Marc Fourny

Enfermo, agotado por la guerra y víctima de depresión crónica, el 16º presidente de EEUU era la sombra de sí mismo cuando fue asesinado en 1865. En un sobre rotulado “Asesinato” guardaba las amenazas recibidas

EN ESTADOS UNIDOS: En momentos en que un film reaviva la memoria del hombre que abolió la esclavitud en los Estados Unidos, este artículo de la revista especializada Herodotereconstruye el panorama previo al magnicidio y asegura que el asesinato de Lincoln sólo adelantó su muerte unas semanas.


A continuación, el artículo completo de Marc Fourny:
 
Primavera de 1865, el presidente Abraham Lincoln (1809-1865) triunfa contra los sudistas al término de la guerra de Secesión. ¡Pero a qué precio! Los estados rebeldes del sur están arruinados, desangrados, devastados por una terrible guerra civil que llevó la violencia a sus propias tierras, en el transcurso de una maniobra magistral de cerco comandada por el general nordista Ulysses Grant.

La Unión está salvada, los estados modernos e industriosos del Norte se han impuesto a los del viejo Sur negrero, comerciante y aristocrático, y han sacado una ventaja definitiva en la carrera hacia el desarrollo.

El Presidente está orgulloso del deber cumplido, pero llega exhausto al final de la guerra.

Cuatro años de maniobras, de negociaciones, de luchas internas, militares y políticas han podido con su salud, de por sí bastante precaria. Es el primer presidente norteamericano que debió afrontar una guerra civil –con excepción de George Washington que luchó por la independencia de los ingleses de la metrópoli.

Un conflicto atroz, moderno, total –el primero en utilizar armas masivas que prefiguran las masacres europeas de 1870 y luego 1914-, que deja cerca de seiscientos cincuenta mil muertos en el terreno. Hubo que organizar el Ejército nordista frente a los sudistas tenaces y motivados, comandados por jefes prestigiosos, luego organizar un bloqueo, convocar a voluntarios, encarcelar a los sospechosos y sabotear la economía del enemigo haciendo votar el fin inmediato de la esclavitud en los estados secesionistas…

El 9 de abril de 1865, habiendo sido Lincoln reelecto cinco meses antes, las tropas sudistas entregaban sus armas.

En las semanas que siguieron a la victoria, el Presidente perdió veinte kilos. Arrastraba su larga carcasa (1,92 m) en una levita negra demasiado amplia y recuperaba elapodo de “jirafa” con el que sus adversarios acostumbraban a ridiculizarlo. El jefe de Estado estaba cansado, extenuado, al igual que su país, que salía exangüe del conflicto mortal.

Cuentos y risas para combatir la depresión

Desde hacía mucho tiempo, su constitución física era frágil. Un investigador estadounidense, miembro de una comisión de historiadores que se ha inclinado sobre la cuestión, está convencido de que Lincoln sufría de la enfermedad de Marfan, una dolencia hereditaria del tejido conjuntivo que se caracteriza por miembros largos, cataratas precoces o glaucoma, y problemas cardíacos que frecuentemente implican una muerte prematura…

A esto se agrega una grave y contagiosa enfermedadvenérea –la sífilis- que el joven Abraham había contraído antes de su casamiento, con una prostituta, y que curaba con mercurio. También habría sufrido de acromegalia, una enfermedad que se desarrolla en torno a una secreción anormal de la hormona del crecimiento, que provoca un aumento del tamaño de ciertos miembros, como las manos y los pies, y que puede acarrear una muerte prematura. Al fin de cuentas, el Presidente no pasó un año de su vida adulta sin estar enfermo: sufría de una hipocondría permanente –con justicia al parecer- pero igualmente de depresión crónica.

Lincoln lucha contra su naturaleza melancólica y proclive a la tristeza usando su arte de relator. En las veladas, no tiene quien lo iguale en contar historias graciosas y salaces y es el primero en reírse de ellas.

Cuando quería escaparse del ambiente mortífero de la Casa Blanca, se dirigía a la residencia vecina de su amigo, el secretario de Estado William Henry Seward, en cuya casa las veladas se desarrollaban entre buen humor y canciones, en torno a los cinco hijos del matrimonio.
 
La muerte, una compañera de todos los instantes

Hay que decir que el Destino no le ahorró nada. Siempre combatió, desde su más tierna edad, contra los elementos hostiles o los golpes de suerte. Encadenó varios oficios antes de convertirse en abogado y conoció períodos difíciles, durante los cuales el ingreso de dinero fue aleatorio.

La muerte no había cesado de golpear a su alrededor: había perdido a su madre a los 9 años, más tarde a su hermana. Y, en 1835, Ann Rutledge, su primer amor, es llevada por la fiebre tifoidea. Por poco enloquece. Erra en los bosques, con un fusil en la mano, velando la tumba de la desaparecida, rechazando toda compañía y pensando en el suicidio. La tristeza lo invade y no lo dejará más.

Convertido en abogado de renombre, rehace su vida con Mary Ann Todd, a quien desposa el 4 de noviembre de 1842. Ella es nueve años menor que él y viene de una rica familia patricia, propietaria de esclavos en Kentucky. Fueron una pareja muy unida. Pero la muerte les arrancará a dos de sus cuatro hijos –un tercero, morirá luego de su asesinato. Sólo el mayor, Robert, sobrevivirá. Nacido el 1º de agosto de 1843, tendrá una brillante carrera de abogado y de político. Robert tuvo 3 hijos a su vez y sólo dos nietos de los cuales ninguno dejará descendencia.

El segundo hijo de Abraham Lincoln, Edward, muere en 1850, a los 4 años de edad. El tercero, Willy, en 1862, cuando su padre está en la Casa Blanca confrontado a los momentos más difíciles de la guerra. El cuarto niño, Thomas, nació el 4 de abril de 1853. De salud frágil como los otros, morirá a los 18 años, en 1871.

Todos dramas que afectan profundamente a la pareja, en particular a Mary que podía pasar de la mayor energía a un espantoso letargo, que repercutía en su marido, sujeto también él a la depresión. Mujer ávida de recepciones y bellos vestidos, es con ella que se usará por primera vez la expresión “First Lady”.

Marcada por los problemas y herida en un accidente de carruaje en julio de 1863 (¿un atentado tal vez?), Mary queda destruida por el asesinato de su esposo. Diez años después deberá ser internada por solicitud de su hijo.

“Morir una y otra vez”

 “En este triste mundo, escribió una vez Lincoln a una muchacha que lloraba a su padre caído en el campo de honor, nadie escapa a este tipo de pena, pero en la gente joven, el dolor es mucho más atroz, porque los toma desprevenidos (…). He hecho suficientemente la experiencia como para saber de qué hablo”.

La muerte, la angustia y la melancolía serán siempre sus eternas y mórbidas compañeras. Al acercarse al término de su vida, había recibido no menos de 80 amenazas de atentado. Una lista muy precisa que él mismo mantenía al día y guardaba en un sobre con la leyenda “Asesinato”, meticulosamente guardado en un cajón de su escritorio. “En caso de que me maten, se confió un día ante un testigo, no puedo morir más que una vez. Pero vivir con el miedo permanente a esto, es morir una y otra vez, indefinidamente…”

Las fases de angustia suceden a los bellos sobresaltos de energía, las remisiones de las enfermedades y los períodos de crisis… Así va la vida de Abraham Lincoln, como ritmada por un péndulo que se burla de los humores y los sufrimientos. Un ejemplo entre tantos: a fines del año 1863, se dirige al escenario de la famosa batalla de Gettysburgdonde se erigió un cementerio nacional en recuerdo de la victoria de los norteños que dejó tantos muertos en el terreno.

Pronunció allí el discurso más corto de su vida –más bien una alocución de sólo 10 líneas-, pero sobre todo el más fuerte (ver puntos importantes), en el cual los principios de libertad y de democracia son recordados de modo simple pero impactante. Por varias generaciones, todos los escolares norteamericanos aprenden de memoria este discurso,The Gettysburg Address.

Nunca el orador había estado tan inspirado. La guerra evolucionaba en su favor, se imponía por su autoridad y su clarividencia y entraba en la Historia encontrando las palabras justas. Sin embargo, en el mismo momento, su cuerpo lo vuelve a abandonar: regresa temblando a su tren y cree estar incubando una escarlatina. En realidad, se trata de una forma de viruela que le causa una erupción en todo el cuerpo. Debe guardar cama e imponerse tres semanas de descanso para volver a ponerse de pie.

La enfermedad como fortaleza

¿Cómo un hombre tan debilitado psíquica y físicamente pudo completar tantas reformas en la Historia? Nadie cuestiona un balance político extraordinario en un período tan corto: la defensa con uñas y dientes de la unidad nacional, la emancipación de los esclavos y el lanzamiento de la conquista del Oeste con la famosa Homestead Act, que permite a cada granjero adquirir varias hectáreas.

Para algunos investigadores, es justamente esta constitución débil la que empujó al hombre hacia sus límites más extremos, como si su tiempo estuviese contado. Y su hábito de soportar los golpes bajos del destino forjaron sin duda su mentalidad (se puede hacer un paralelo con su lejano sucesor en la Casa Blanca, el presidente Franklin Delano Roosevelt, quien tuvo que enfrentar desafíos igual de inmensos a pesar de una parálisis de sus miembros inferiores, y que murió en el cargo).

“Desde ese punto de vista, la propensión depresiva de Lincoln a ver las cosas negras iba a revelarse como una ventaja, no un hándicap, escribió el historiador Bernard Vincent. Su vida interior atormentada, las crisis atravesadas, las victorias obtenidas sobre sí mismo lo habían preparado mentalmente para enfrentar lo peor y sobrevivir”.

Según varios historiadores norteamericanos, su estado psíquico y físico tuvo sin duda alguna impacto sobre su forma de pensar y tomar decisiones. Dominar su cuerpo y su espíritu, aprender a domesticarlos, reclamarles lo mejor a fin de cumplir el destino que la Providencia quiso darle: he ahí los principios que animaron en permanencia el carácter de Abraham Lincoln. 

De hecho, en abril de 1865, el combate no había terminado, aunque el enemigo había rendido las armas. Había que reconstruir el Sur, invertir en esos estados que representaban en aquel entonces la mitad del territorio habitado de los Estados Unidos, siendo aún el gran Oeste un país virgen y nuevo.

“Tendremos antes al pollo incubando el huevo que aplastándolo”, resumió con una de esas metáforas en las que era especialista. Helo ahí ya manos a la obra, movilizando a unos, tranquilizando a otros, trabajando como un condenado a fin de reconstruir lo más rápido posible esta Unión que tanto quiso preservar. Una última batalla en al cual pone sus postreras fuerzas.
 
¿Teme por su vida? Está persuadido desde hace tiempo de que no morirá de muerte natural. “No duraré mucho una vez terminado el conflicto…”, acostumbraba decir.

Muy intrigado por los sueños, había relatado uno de ellos,muy preciso, en el cual erraba como un fantasma en una Casa Blanca recubierta de banderas fúnebres e invadida por el llanto… Intrigado, terminó entrando en un salón, en el cual vio un cadáver, custodiado por soldados. “¿Quién ha muerto?”, preguntaba. “Es el Presidente, le respondían. Fue asesinado”. Extraño sueño, cuando se piensa en los jefes de Estado norteamericanos asesinados en funciones (él mismo, Garfield, McKinley y Kennedy).

Aunque Lincoln estaba convencido de que el sueño no evocaba su propia muerte, no hay duda de que éste debió sacudir a un hombre que ya sentía que su cuerpo lo abandonaba.

El 14 de abril, decide ir al Ford’s Theatre, a dos kilómetros de la Casa Blanca, para animarse un poco. En cartel, Our American Cousin, una comedia burlesca que divierte al todo Washington. En las sombras, uno de los actores, ganado por la causa sudista, espera su momento. En el tercer acto, en el momento en que las risas alcanzan su mayor volumen, dispara una bala al cráneo del Presidente, desde atrás de su palco. El golpe es mortal, no hay esperanza.

Lincoln es llevado a una casa al otro lado de la calle mientras murmura algunos sonidos incomprensibles. Los órganos vitales se apagan uno tras otro hasta la madrugada. Abraham Lincoln ha dejado de sufrir.

Traaducción: Claudia Perió para Infobae
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