Todo mortal tiene o ha tenido sus luces y sus sombras
"Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno".
R. A. López Ynoa
Barahona.- A propósito de un artículo que publicara Alejandro Santana, y que este portal reprodujo por considerarlo de importancia, en el que el secretario general de la filial Barahona del sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa, solicita “una silla” para el local del Ateneo de Barahona y que hoy lleva el nombre de Antonio Méndez, han llegado a nuestro portal decenas de comentarios en los que se plantean supuestas razones por las que dicho local no debería llevar dicho nombre.
Llama poderosamente la atención el hecho de que la razón por la que Santana escribe su artículo se haya soslayado y se priorice el nombre que lleva el local del ateneo, elemento ni siquiera tomado en cuenta en el artículo de marra.
El administrador de este portal no ha publicado dichos comentarios debido a que son anónimos, y por tanto, no tienen la validez y la responsabilidad que se les confiere a una aseveración calzada por una firma responsable.
Uno de esos comentarios dice “no estoy de acuerdo que al Ateneo donde tomé clases de pintura para 1977-1979 se le haya puesto el nombre de Dr. Antonio Méndez” y a seguida pasa a explicar sus razones por las que supuestamente no debería llevarlo.
Más abajo sigue diciendo “...yo conocí a Don Antonio Méndez con todas sus bondades, pero también con defectos…”.
Precisamente, amigo desconocido! “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”: "hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno" escribió en verso el poeta latino Publio Terencio,
Todos los humanos, por el sólo hecho de ser humanos, tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos, porque, ¿Quién es aquél o aquella que no los haya tenido?
Reconocer que todos tenemos o hemos tenidos nuestras sombras es reconocer al mismo tiempo nuestra condición falible, pero también es reconocer que han habido luces que las ahuyentan.
Recuerdo, a propósito de este comentario, la sentencia del divino Maestro cuando dijo “aquél que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, y nadie pudo tirarla, porque esa primera piedra no existe, y no existe simplemente porque nadie está libre de culpa.
El paso por este mundo de todo hombre y de toda mujer es juzgado por la posteridad por el compromiso que haya asumido con la sociedad en la que le tocó o le ha tocado vivir, por sus aportes para hacerla mejor, para hacerla más justa, por sus iniciativas para que los menos favorecidos por las injusticias sociales tengan una vida más llevadera.
Lo importante en la vida de un hombre o de una mujer es lo que deje a la posteridad; es cómo lo recuerda o lo recordará la sociedad. Son aquellas acciones sociales que trascienden a su ausencia física.
¿Cómo se recuerda hoy a Caamaño, como el ejecutor de Palma Sola o como el líder constitucionalista y el mártir de Caracoles? Cómo se recuerda hoy a Santana, como el libertador independentista o como el traidor anexionista? Cómo se recuerda hoy a Bruto, como el amigo o como el asesino del César? Y Cómo se recordará a Hugo Chávez?
Alguien me dijo en cierta ocasión: “no mires la mancha del sol, mira la luz que irradia”, y eso es lo que hace la sociedad cuando reconoce los aportes de sus hombres y de sus mujeres: no mirar el punto negro, si es que lo hubiera, de una sábana extendida en una cama, sino la vasta blancura con que llena la habitación.