Los vivos de la Ciudad de los Muertos
por Francisco Carrión | El Cairo
Advierte el Corán que la muerte alcanza a todos, incluso a quienes se refugian de la guadaña en las torres más altas. Una huida que ignoran los vivos de la 'Ciudad de los Muertos', un árido cementerio cairota en el que miles de personas consumen sus días entre humildes tumbas y suntuosos mausoleos.
"Podemos molestar a los muertos pero ellos a nosotros no", declara el anciano Ahmed mientras observa a través de unas gafas de sol la procesión de coches que cruza la calle principal del camposanto, enclavado al este del centro de El Cairo. Es mediodía y la tertulia, resguardada por la hiedra que trepa en la tapia de un panteón cercano, habla de la nostalgia del porvenir.
"Es el mejor lugar de El Cairo. A los muertos no se les teme. Los únicos que pueden hacer daño son los vivos"
"He viajado por todo el mundo pero siempre siento razones para
regresar. Mis hijos y nietos residen en Estados Unidos, Reino Unido y
Malasia. Los jóvenes se marchan y es difícil pensar que existe futuro
aquí", murmura el viejo ataviado con turbante y galabiya (túnica)
blanca. Desde un palomar cercano, la necrópolis desnuda el bullicio que
anida su callejero laberíntico.
La llanura, que se extiende hasta los pies de la montaña de Moqattam y se pierde por el horizonte, está salpicada de minaretes y cúpulas. En las más opulentas, duermen la vida eterna sultanes, emires, príncipes y princesas de la dinastía mameluca (1250 – 1517 d.C.). Su geografía fúnebre comenzó a poblarse de vivos a partir de la guerra árabe israelí de 1967 con los desplazados de la zona del canal de Suez. Desde entonces, tienen su domicilio en viviendas funerarias o en sombríos edificios de ladrillo levantados junto a las sepulturas.
A vista de pájaro, un asombroso zoco de orfebres y comerciantes anima la 'Ciudad de los Muertos'. "Es el mejor lugar de El Cairo. A los muertos no se les teme. Los únicos que pueden hacer daño son los vivos. Y aquí todos nos conocemos y ayudamos", replica Ahmed Amir. El sesentón, alias 'Gol' por su pasado de guardameta resultón, regenta la lavandería del barrio. El viejo taller aún funciona con la rudimentaria plancha de hierro que el pie de Ahmed guía por camisas y pantalones.
La llanura, que se extiende hasta los pies de la montaña de Moqattam y se pierde por el horizonte, está salpicada de minaretes y cúpulas. En las más opulentas, duermen la vida eterna sultanes, emires, príncipes y princesas de la dinastía mameluca (1250 – 1517 d.C.). Su geografía fúnebre comenzó a poblarse de vivos a partir de la guerra árabe israelí de 1967 con los desplazados de la zona del canal de Suez. Desde entonces, tienen su domicilio en viviendas funerarias o en sombríos edificios de ladrillo levantados junto a las sepulturas.
A vista de pájaro, un asombroso zoco de orfebres y comerciantes anima la 'Ciudad de los Muertos'. "Es el mejor lugar de El Cairo. A los muertos no se les teme. Los únicos que pueden hacer daño son los vivos. Y aquí todos nos conocemos y ayudamos", replica Ahmed Amir. El sesentón, alias 'Gol' por su pasado de guardameta resultón, regenta la lavandería del barrio. El viejo taller aún funciona con la rudimentaria plancha de hierro que el pie de Ahmed guía por camisas y pantalones.
"Cuando me casé, empecé a vivir en el panteón de Sidi Gabarti, un respetado jeque. Era un cuarto pequeño pero milagroso. Allí nacieron mis hijas"
Esposo y padre de tres chicas, el maestro del alisado bebe agua y la
espurrea por las prendas mientras recuerda su primer hogar: "Cuando
me casé, empecé a vivir en el panteón de Sidi Gabarti, un respetado
jeque. Era un cuarto pequeño pero milagroso. Allí nacieron mis hijas y
allí prosperó mi negocio". Después, los retoños forzaron la
mudanza a una vivienda más amplia. "Pero yo suelo volver a la tumba.
Dentro huele como a incienso…".
Unos metros más abajo -cerca de la entrada al mausoleo de Qaitbey, una joya del arte árabe del siglo XV- Hasan Ahmed trabaja el vidrio en la modesta factoría heredada de su abuelo. "Hace 50 años que abrió la fábrica. No es un barrio de marginados. Aquí nacieron personajes célebres y hay casas de 200 años que necesitan una restauración", cuenta el orfebre con el murmullo del fuego que escapa del horno de adobe.
Como en otros arrabales cairotas, la basura se amontona en las calles sin pavimento. Y las cabras merodean entre mujeres que tienden jirones de ropa o niños que se escabullen del reproche materno. El joyero Mohamed Ahmed presumen de la vida sencilla, lejos de la opulenta existencia de los moradores de las lápidas. "Trabajo y vivo como quiero. En mi casa no faltan el frigorífico ni la televisión…".
Unos metros más abajo -cerca de la entrada al mausoleo de Qaitbey, una joya del arte árabe del siglo XV- Hasan Ahmed trabaja el vidrio en la modesta factoría heredada de su abuelo. "Hace 50 años que abrió la fábrica. No es un barrio de marginados. Aquí nacieron personajes célebres y hay casas de 200 años que necesitan una restauración", cuenta el orfebre con el murmullo del fuego que escapa del horno de adobe.
Como en otros arrabales cairotas, la basura se amontona en las calles sin pavimento. Y las cabras merodean entre mujeres que tienden jirones de ropa o niños que se escabullen del reproche materno. El joyero Mohamed Ahmed presumen de la vida sencilla, lejos de la opulenta existencia de los moradores de las lápidas. "Trabajo y vivo como quiero. En mi casa no faltan el frigorífico ni la televisión…".