A la media
Ese día Rosa Herminia amaneció decidida a buscar una solución al
problema. Tenía seis meses criando una marrana que con mucho sacrificio
había comprado tras el destete. La principal dificultad era buscarle
comida, pues parece que ese animal era una especie de “piraña” que se
comía al vuelo cualquier tipo de alimento que le pusieran al frente.
Rosa Herminia había comprado esa puerquita a su comadre Luz Emilia, dueña de una enorme puerca, recomendada en toda la comarca. “Mire comadre, si usted se lleva esa puerquita va a dar un palo, pues las hijas de mi marrana cada vez que “se jondean” es con doce o catorce marranitos”, le había dicho Luz Emilia a Rosa Herminia cuando fue a buscar su marranita. Lo que no le explicó su comadre era el “trote” que significaba tener un animalito de esos.
“Hasta en la noche se la pasaba comiendo”, se quejaba Rosa Herminia, con todo el que se le acercaba y le ponía el tema. La marrana era el atractivo de la comunidad. Sus pintas de amarillo con negro, la fortaleza de sus piernas y lo robusto de su lomo, la hacían parecer un ejemplar de feria. No había sido encastada, “porque mi puerca no se entrega a cualquier barraquito come cáscara”, decía con orgullo Rosa Herminia. Pero el costo y el sacrifico eran muy altos. Ese día amaneció con lo de atrás pa´lante y decidida a buscarle una salida a la situación.
Fue en ese momento cuando por su lado pasó Ramón García, hijo de Antonia, su otra comadre. A este ofreció “entregarle la puerca a medias” para que él la mantuviera y pueda llevarla a preñar en un futuro. “Con mucho gusto, doña Rosa”, le dijo de inmediato Ramón que salió a buscar una soga para llevarse el animal con el compromiso que lo recibía “a la media”, es decir, para los dos.
La decisión provocó un gran respiro a Rosa Herminia, quien aún así se llenó de tristeza cuando vio a Ramón arrear el animal rumbo a su casa. “Que Dios nos la multiplique”, fue lo único que dijo al entrar a su rancho llena de nostalgia. Al otro día tempranito el llamado de Ramón la despertó. “Qué pasa”, preguntó Rosa Herminia sin abrir la puerta.
“Abra la puerta para que reciba “su media puerca”, pues yo anoche mismo decidí matarla y como fue a media que usted me la entregó, aquí tiene su banda que yo me quedé con la mía”, le voceó desde el portón del patio. Aquello fue mortal y hay quienes dicen que después de eso, Rosa Herminia jamás pudo confiar en la gente.
Rosa Herminia había comprado esa puerquita a su comadre Luz Emilia, dueña de una enorme puerca, recomendada en toda la comarca. “Mire comadre, si usted se lleva esa puerquita va a dar un palo, pues las hijas de mi marrana cada vez que “se jondean” es con doce o catorce marranitos”, le había dicho Luz Emilia a Rosa Herminia cuando fue a buscar su marranita. Lo que no le explicó su comadre era el “trote” que significaba tener un animalito de esos.
“Hasta en la noche se la pasaba comiendo”, se quejaba Rosa Herminia, con todo el que se le acercaba y le ponía el tema. La marrana era el atractivo de la comunidad. Sus pintas de amarillo con negro, la fortaleza de sus piernas y lo robusto de su lomo, la hacían parecer un ejemplar de feria. No había sido encastada, “porque mi puerca no se entrega a cualquier barraquito come cáscara”, decía con orgullo Rosa Herminia. Pero el costo y el sacrifico eran muy altos. Ese día amaneció con lo de atrás pa´lante y decidida a buscarle una salida a la situación.
Fue en ese momento cuando por su lado pasó Ramón García, hijo de Antonia, su otra comadre. A este ofreció “entregarle la puerca a medias” para que él la mantuviera y pueda llevarla a preñar en un futuro. “Con mucho gusto, doña Rosa”, le dijo de inmediato Ramón que salió a buscar una soga para llevarse el animal con el compromiso que lo recibía “a la media”, es decir, para los dos.
La decisión provocó un gran respiro a Rosa Herminia, quien aún así se llenó de tristeza cuando vio a Ramón arrear el animal rumbo a su casa. “Que Dios nos la multiplique”, fue lo único que dijo al entrar a su rancho llena de nostalgia. Al otro día tempranito el llamado de Ramón la despertó. “Qué pasa”, preguntó Rosa Herminia sin abrir la puerta.
“Abra la puerta para que reciba “su media puerca”, pues yo anoche mismo decidí matarla y como fue a media que usted me la entregó, aquí tiene su banda que yo me quedé con la mía”, le voceó desde el portón del patio. Aquello fue mortal y hay quienes dicen que después de eso, Rosa Herminia jamás pudo confiar en la gente.