Los fantasmas del Palacio
Por: Ivelisse Prats Ramírez de Pérez
Pese al talante recatado de Danilo Medina, el retiro de las fotografías presidenciales y de la monárquica silla, existen ya algunas señales de alarma.
Mientras Isaac dejó al rozarnos daños dolorosos, que comprueban la vulnerabilidad de nuestras construcciones y de los/as dominicanos/as que habitan en zonas deprivadas, una buena parte de noticias y comentarios giran en torno de una persona: el Presidente de la República.
Lo que el Presidente ñno la presidencia como órgano institucionalñ hace, dice, lo que dispone que hagan sus ministros ñy sus ministras. ¡Ay! Tan pocasñ se va tiñendo de infabilidad. Sus decisiones se buscan, se esperan, se celebran, se intenta desde ya construir el mito del “Imprescindible”.
Las acciones normales de la administración pública se trasforman en vértigos publicitarios. Por ejemplo, el presidente Medina viajó a su provincia natal para encabezar, con fanfarrias y discursos, el inicio del año escolar que simplemente debía asumirse como el cumplimiento rutinario de ese calendario, que se realiza año tras año, rutinariamente.
Otro ejemplo: respetar la carrera administrativa significa, sencillamente cumplir con la ley que la creó. Sin embargo, se “reclama “en nombre del señor Presidente ese cumplimiento. Entonces, ¿las leyes se violan si no decide lo contrario el primer mandatario?
La interpretación de ese gesto protector por la maquinaria peledeísta, dejó además, una “ñapa” pérfida: se colaron en ese reclamo presidencial de inamovilidad los funcionarios sin funciones, viceministros y vicecónsules, nombrados por decretos en las pasadas gestiones del PLD, ¡las botellas, de todos los tamaños, se salvaron!
La tradición reverencial se manifiesta en los verbos que se usan, pertenecientes al dominio lingüístico impositivo, mandatorio: ordenar, decidir, mandar, instruir. Así, las loas emergen, orientando las brújulas hacia otro personaje, queriendo empezar a construir el nuevo mito.
El PRESIDENCIALISMO exacerbado, que centraliza poder y poderes saca su lengua burlona a Montesquieu, y al verdadero sentido horizontal de la gobernabilidad, que se convierte en verticalidad antidemocrática.
Lo llamo presidencialismo, influido por los estudios del cientista social alemán Diester Nohlen. En verdad en la raíz de este presidencialismo se enroscan las particularidades típicas del CAUDILLISMO, su persistencia como fenómeno sociopolítico que caracteriza, desde la colonia para acá, las sociedades y estados de América Latina.
El proceso de dominación caudillista, amasado con una desagradable mezcla de autoritarismo y de adulaciones que circulan alrededor del “jefe” de turno, ha sido una constante histórica en nuestro país.
En la obra “Caudillismo y estructuras sociales en América Latina. El caso dominicano” publicado en 1996, Danilo P. Clime, presenta con erudición y talento, una galería por la que desfilan caudillos, los coronados Borbones de la Madre Patria, los gobernadores, capitanes generales de la conquista, y ya luego los republicanos, unos francamente tiranos, otros dictadores, aupados a veces por preceptos constitucionales permisivos de una reelección que culmina generalmente en el continuismo abusivo y represivo.
Santana, Báez, Lilís, Trujillo, Balaguer, el propio Don Juan, tan ejemplar en su ética, tan alto en sus deseos de hacer una buena patria, nos muestra por momentos intransigencias caudillistas, cierto mesianismo que no cuadra en sus humildades cotidianas.
A todos los alude en el libro Danilo P. Clime, que releo en estos días de nuevo (¿o renovado?) gobierno. Lo hace, con una profesionalidad en el análisis que deja a un lado sus admiraciones o sus inclinaciones políticas. Por eso, estoy segura de que cuando decida reeditar este valioso texto, incluirá en la lista de nuestros caudillos, al más reciente, el Dr. Leonel Fernández.
Mientras tomo notas para En Plural, medito. Llego a una conclusión casi perogrullesca: el ejercicio caudillista no es un acto en solitario, producto de la voluntad cesárea y la ambición de poder absoluto de un individuo. Requiere, más que nada, los imagino obsecuentes, inclinados, serviles, a los áulicos; también se necesita la cobardía de muchos, el miedo a perder canonjías, privilegios, rangos, impunidades.
La vida, gracias a Dios, ahora no se pierde tan fácil por no ser cómplices, por no arrodillarse; pero sí, la buena vida.
Peña Gómez decía que en los pasillos del Palacio Nacional deambulaba el fantasma de Trujillo. Pienso si junto a él, a lo mejor vagan otros fantasmas, y que todos aconsejan muy mal, seducen y malean a los sucesivos presidentes que llegan al Palacio, hasta que se convierten en caudillos. Sobre todo los que ya son pichones y se van hinchando entre adulaciones del “anillo” y consejos susurrados desde el Más allá.
Y aunque los que conocen a Danilo, niegan de plano que posee vocación caudillista, por el presidencialismo que muchos asumen trocando en singular el plural que debe caracterizar un buen gobierno, me permito ofrecer este consejo: “Que los funcionarios ni los medios les hagan coro a los fantasmas del Palacio”.
Pese al talante recatado de Danilo Medina, el retiro de las fotografías presidenciales y de la monárquica silla, existen ya algunas señales de alarma.
Mientras Isaac dejó al rozarnos daños dolorosos, que comprueban la vulnerabilidad de nuestras construcciones y de los/as dominicanos/as que habitan en zonas deprivadas, una buena parte de noticias y comentarios giran en torno de una persona: el Presidente de la República.
Lo que el Presidente ñno la presidencia como órgano institucionalñ hace, dice, lo que dispone que hagan sus ministros ñy sus ministras. ¡Ay! Tan pocasñ se va tiñendo de infabilidad. Sus decisiones se buscan, se esperan, se celebran, se intenta desde ya construir el mito del “Imprescindible”.
Las acciones normales de la administración pública se trasforman en vértigos publicitarios. Por ejemplo, el presidente Medina viajó a su provincia natal para encabezar, con fanfarrias y discursos, el inicio del año escolar que simplemente debía asumirse como el cumplimiento rutinario de ese calendario, que se realiza año tras año, rutinariamente.
Otro ejemplo: respetar la carrera administrativa significa, sencillamente cumplir con la ley que la creó. Sin embargo, se “reclama “en nombre del señor Presidente ese cumplimiento. Entonces, ¿las leyes se violan si no decide lo contrario el primer mandatario?
La interpretación de ese gesto protector por la maquinaria peledeísta, dejó además, una “ñapa” pérfida: se colaron en ese reclamo presidencial de inamovilidad los funcionarios sin funciones, viceministros y vicecónsules, nombrados por decretos en las pasadas gestiones del PLD, ¡las botellas, de todos los tamaños, se salvaron!
La tradición reverencial se manifiesta en los verbos que se usan, pertenecientes al dominio lingüístico impositivo, mandatorio: ordenar, decidir, mandar, instruir. Así, las loas emergen, orientando las brújulas hacia otro personaje, queriendo empezar a construir el nuevo mito.
El PRESIDENCIALISMO exacerbado, que centraliza poder y poderes saca su lengua burlona a Montesquieu, y al verdadero sentido horizontal de la gobernabilidad, que se convierte en verticalidad antidemocrática.
Lo llamo presidencialismo, influido por los estudios del cientista social alemán Diester Nohlen. En verdad en la raíz de este presidencialismo se enroscan las particularidades típicas del CAUDILLISMO, su persistencia como fenómeno sociopolítico que caracteriza, desde la colonia para acá, las sociedades y estados de América Latina.
El proceso de dominación caudillista, amasado con una desagradable mezcla de autoritarismo y de adulaciones que circulan alrededor del “jefe” de turno, ha sido una constante histórica en nuestro país.
En la obra “Caudillismo y estructuras sociales en América Latina. El caso dominicano” publicado en 1996, Danilo P. Clime, presenta con erudición y talento, una galería por la que desfilan caudillos, los coronados Borbones de la Madre Patria, los gobernadores, capitanes generales de la conquista, y ya luego los republicanos, unos francamente tiranos, otros dictadores, aupados a veces por preceptos constitucionales permisivos de una reelección que culmina generalmente en el continuismo abusivo y represivo.
Santana, Báez, Lilís, Trujillo, Balaguer, el propio Don Juan, tan ejemplar en su ética, tan alto en sus deseos de hacer una buena patria, nos muestra por momentos intransigencias caudillistas, cierto mesianismo que no cuadra en sus humildades cotidianas.
A todos los alude en el libro Danilo P. Clime, que releo en estos días de nuevo (¿o renovado?) gobierno. Lo hace, con una profesionalidad en el análisis que deja a un lado sus admiraciones o sus inclinaciones políticas. Por eso, estoy segura de que cuando decida reeditar este valioso texto, incluirá en la lista de nuestros caudillos, al más reciente, el Dr. Leonel Fernández.
Mientras tomo notas para En Plural, medito. Llego a una conclusión casi perogrullesca: el ejercicio caudillista no es un acto en solitario, producto de la voluntad cesárea y la ambición de poder absoluto de un individuo. Requiere, más que nada, los imagino obsecuentes, inclinados, serviles, a los áulicos; también se necesita la cobardía de muchos, el miedo a perder canonjías, privilegios, rangos, impunidades.
La vida, gracias a Dios, ahora no se pierde tan fácil por no ser cómplices, por no arrodillarse; pero sí, la buena vida.
Peña Gómez decía que en los pasillos del Palacio Nacional deambulaba el fantasma de Trujillo. Pienso si junto a él, a lo mejor vagan otros fantasmas, y que todos aconsejan muy mal, seducen y malean a los sucesivos presidentes que llegan al Palacio, hasta que se convierten en caudillos. Sobre todo los que ya son pichones y se van hinchando entre adulaciones del “anillo” y consejos susurrados desde el Más allá.
Y aunque los que conocen a Danilo, niegan de plano que posee vocación caudillista, por el presidencialismo que muchos asumen trocando en singular el plural que debe caracterizar un buen gobierno, me permito ofrecer este consejo: “Que los funcionarios ni los medios les hagan coro a los fantasmas del Palacio”.